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LORENA GIL
Domingo, 6 de noviembre 2011, 01:08
«Lo mismo le contaba un chiste al fiscal que al rector de la Universidad de Deusto que al camarero del bar al que iba a tomar una cerveza. Eso es lo que la gente recuerda de mi padre. Era una persona cercana y cariñosa que trataba a todos por igual». Hace diez años, tal día como mañana, ETA dejó un «hueco irrecuperable» en la familia de José María Lidón. A primera hora de aquel 7 de noviembre, el magistrado de la Audiencia Provincial de Vizcaya, acompañado por su esposa, abandonó en coche el garaje de su domicilio en Getxo para ir a trabajar. Una mañana como otra cualquiera. Pero esta vez, dos terroristas le estaban esperando. A cara descubierta y a bocajarro, le descerrajaron cinco disparos que le causaron la muerte. Fue el séptimo atentado de ETA contra la judicatura y el primer juez asesinado en Euskadi.
«Empecé a escuchar los tiros. Primero por la ventanilla del conductor, luego también por la delantera. Al principio me quedé impasible, sin reacción. Después, al empezar a oír los disparos desde delante, pensé: ¡Ya vale! ¡Ya basta! ¡Más no! ¡Más no!». Con estas palabras rememoró la viuda de Lidón, María Luisa Galarraga, el atentado durante el juicio en la Audiencia Nacional contra Orkatz Gallastegi, por facilitar la información para ejecutar el asesinato. Marisa, como la conocen en sus círculos cercanos, llegó a temer por su vida. «Hubo un momento en el que me recliné en el asiento y pensé: 'Bueno, somos los dos'», relató.
El hijo pequeño del matrimonio -tienen dos- Iñigo, que entonces contaba 21 años, también presenció cómo los terroristas acababan con la vida de su padre. Salió del garaje en su vehículo justo antes del que conducía el magistrado. Al escuchar los disparos, acudió a socorrer a sus padres y fueron sus gritos los que provocaron la huida de los etarras.
Han pasado diez años, pero parece que fue ayer. «Mejor o peor, y con los recuerdos imborrables, mi hermano y yo hemos seguido adelante con nuestras vidas, pero mi madre... Es a la que más le cuesta. Días antes de cada 7 de noviembre está agobiada y preocupada. Lucha una barbaridad», se sincera Jordi Lidón en conversación con este periódico. «Hay parejas que son más independientes, pero ellos estaban muy unidos, eran inseparables», describe. El hijo mayor del magistrado -tenía 23 años cuando le mataron- rompe su silencio en el décimo aniversario del atentado. «Lo que más me duele, aparte de que ya no esté, es que mis hijos no hayan podido conocer a su 'aitite' (abuelo)», reconoce. Fue «lo primero» en lo que pensó.
Lidón no llevaba escolta. «Ni se lo planteó», asegura Jordi. La víctima fue ponente en 1990 de la resolución en la que se impusieron entre 12 y 20 años de prisión a seis jóvenes por el ataque con cócteles molotov, tres años antes, contra la casa del pueblo de Portugalete. Dos personas murieron en el atentado. También formó parte del tribunal que impuso penas de arresto e inhabilitación a nueve guardias civiles por las torturas infligidas en el cuartel de La Salve, de Bilbao, a Tomás Linaza, padre de un etarra. Su nombre, al contrario de lo que ocurriera con algunos de sus compañeros en la judicatura, no había aparecido en ninguno de los documentos incautados a los comandos. «No había una razón fundada para que llevara protección. Solo quería vivir su vida con su familia», expresa su hijo. «Fíjate lo poco importante que soy que no aparezco en los papeles de ETA», llegó a comentar a los suyos.
«Hablador y bonachón»
El 15 de noviembre de 2001, ETA se atribuyó el asesinato en un comunicado. La banda afirmó que se trataba de una acción dirigida «contra el aparato de Justicia español» en un escrito en el que añadían: «Los jueces españoles que castigan sin piedad a los combatientes vascos no tienen un espacio de impunidad en Euskal Herria». El Ministerio del Interior atribuyó a los terroristas Hodei Galarraga y Egoitz Gurrutxaga la autoría del brutal crimen. Ambos fallecieron en septiembre de 2002 al explotar la bomba que transportaban en un coche por Bilbao.
José María Lidón era natural de Gerona, pero a los 17 años se trasladó al País Vasco para estudiar la carrera de Derecho en la Universidad de Deusto. Conoció a Marisa, se casaron y fijó su residencia en Getxo. En el momento de su asesinato, además de magistrado de Audiencia Provincial, era catedrático de Derecho Penal en el mismo centro en el que se licenció. «Mi padre era juez, pero su verdadera pasión era la enseñanza; sus alumnos le adoraban», asegura Jordi. El hijo de Lidón lo sabe de primera mano. Y es que su mujer fue alumna de su padre. «La ayuda y el apoyo de Aitziber las 24 horas fue esencial para mí», afirma. Jordi prefiere no entrar a valorar el «cese definitivo de la actividad armada» decretado por ETA. Es consciente de que se trata de «algo bueno», pero «todavía» opta por la prudencia. «Ojalá esta vez sea así», manifiesta.
«José Mari no pasaba inadvertido. Hablador, bonachón, se acordaba de lo que le habías dicho una semana antes, si un familiar tuyo estaba enfermo siempre te preguntaba...», rememora Fabián Laespada. Profesor de la Universidad de Deusto, conoció al magistrado a finales de los 80. «Coincidimos muchas veces en el tren que iba a Algorta y alguna vez que salimos tarde del centro me acercó en coche», evoca.
Fabián atesora grandes recuerdos de su compañero. «Se le oía en cuanto llegaba. Tenía un voz muy particular y era habitual escucharle contar chistes, malísimos, por cierto», señala. «Cercano» en el trato, el juez no dudó a la hora de echar una mano a quien fuera. «Llegó incluso a hacer la declaración de la renta a varios empleados del centro», revela.
Laespada se encontraba dando clase cuando un compañero llamó a la puerta y le informó del asesinato de Lidón. «El impacto fue brutal. Al principio ni siquiera me lo creí. Es algo tan inhumano...», subraya. «José Mari creía en la bondad de las personas. Llevaba a la Universidad muchos casos de la Audiencia y sus sentencias han sido estudiadas con lupa porque eran modélicas», afirma su excompañero. La Universidad de Deusto cerró sus puertas ese día en señal de duelo. «Veías a gente llorando en el claustro», evoca Fabián.
Vocación por la enseñanza
Su vocación por la enseñanza también se hizo sentir en la Audiencia de Vizcaya. Juan Ayala, compañero suyo en este tribunal durante una década, recuerda sus «amplios conocimientos» de informática y cómo «todos los compañeros» le llamaban cuando tenían algún problema.
Ayala echa la vista atrás y las anécdotas fluyen una después de otra. «José Mari coleccionaba todo tipo de cosas que salían en la prensa y siempre tenía música en su despacho, desde cantos gregorianos hasta jazz». «No hay un día en el que no me acuerde de él. Cuando estamos juntos los compañeros siempre citamos algo de José Mari», señala. Hay dos frases de la víctima que se le han quedado grabadas. «Recuerdo cuando me decía: 'Juan, olvídate, el que tiene la sartén da sartenazos'». Y en las deliberaciones, si alguien se distraía o empezaban a sonar los móviles, sabía cómo hacer que todos se centraran: «Atenta, tuerta, que se rifa un ojo», bromeaba.
Lidón hizo gala de un gran sentido del humor. Una de sus grandes aficiones era, precisamente, «el humor gráfico». «Había muchas mañanas que cuando llegábamos nos había dejado encima de la mesa una viñeta», rememora Ayala.
Tras el atentado, un grupo de compañeros del magistrado, tanto del ámbito judicial como del educativo, buscaron con éxito «una forma para recordarlo». En colaboración con el Gobierno vasco, el Consejo General del Poder Judicial y la Universidad de Deusto se celebran con carácter anual unas jornadas en su memoria, como parte del plan de formación.
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