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GUILLERMO BALBONA
Jueves, 5 de abril 2012, 02:28
Hace gala de dos factores humanos que engrandecen su persona: sentido del humor y memoria. Roza los 93 años pero no tiene edad. Si acaso esa textura de la palabra acertada y el silencio necesario que son fruto de la experiencia. Su estado se mide por el arte. Su territorio emocional por la escritura. Julio Maruri es un creyente del siglo XX al que sigue sorprendiendo la vida. El poeta y pintor ejerce de lector del entorno. La silueta de los espacios y los tiempos que laten en las cosas. Ahora que celebra otro cumpleaños, esos diez años de su regreso a Santander desde su exilio interior y su estancia prolongada en Francia, expone un mapa de su pintura. La galería Siboney, elegida por el creador como rincón primero y último para simbolizar un encuentro con su trayectoria artística, exhibe el itinerario con sus piezas y series. El autor de 'Las aves y los niños', que ha trazado un trayecto cultural desde los años 40, suma esta muestra a un largo periplo sembrado de libros, correspondencia, pinturas y poemas. El artista santanderino (1920) apenas ha intervenido en la puesta en escena de las obras que construyen el paseo histórico que alumbra la sala de Castelar. Maruri, en estado puro, llama «antológica» a la estancia y confiesa su asombro por ese redescubrimiento de unas pinturas que parten de 1964, revelan sintonías, afinidades y complicidades con vanguardias insospechadas, y se adentran en los 90, mientras de la mano del coleccionista y editor José María Lafuente crecía la reivindicación de su labor y se hacía más visible su huella. Maruri ofrece ahora este desfile de figuras, bautizadas como 'Damas', 'Escalas' y 'Guerreros', y contempla la entraña violeta, azul marino y negra de algunas de sus composiciones mayores. De igual modo, se detiene ante el paisaje y recuerda su infancia y adolescencia cuando los testimonios de viajeros coincidían en subrayar la belleza de la bahía. El autor de 'Algo que canta sin mí' ha sustituido el ejercicio de pintar -«ese taller permanente con materia»- por la mirada activista de un siglo atravesado por «esa sonrisa que brota de la amargura de la conciencia», como definiera el hoy director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, a su poesía. Asimismo, ha domesticado la tentación de la escritura con poemas recitados de memoria. «A veces me pondría a escribir pero sé que el segundo verso ya nunca viene». Su adiós realista, más que una despedida creativa es un vuelo rasante por las pequeñas cosas que siempre alimentaron sus poemarios. Maruri, que abandonó Santander con apenas 30 años, ilustra con sus lienzos un personalísimo informalismo, una iconografía elemental, primaria y africana. Y al tiempo, este lugar en el mundo, compartido como exposición, recorre su voz plástica. «El universo no tiene sentido sin un creador. A lo mejor es que el ateo no quiere saber», dice con naturalidad. Desde las paredes de la galería, las formas limpias de sus pinturas nos enseñan otras señales de vida en las que ya no creíamos. ::
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