Secciones
Servicios
Destacamos
Iratxe Bernal
Miércoles, 21 de junio 2023, 17:18
Apartir de qué edad conviene dar la paga a nuestros hijos? ¿Cuánto y cada cuánto debemos dársela? ¿Es bueno vincularla a las notas? Por si la asignación no generara ya pocas dudas en muchos hogares, ahora la digitalización de los medios de pago suma una ... más: ¿se la doy en metálico o se la ingreso en una tarjeta? Tarjeta, sí, ha leído bien. Para los más jóvenes el efectivo es algo demodé y las entidades financieras han visto nicho en la sensación de independencia que les da tirar de su propia tarjeta –generalmente vinculada al móvil– para adelantar la edad en la que los menores suelen disponer de ellas y rebajarla, en algunos casos, hasta los 12 años.
En la actualidad, casi en cualquier banco podemos escoger entre las de prepago, que se cargan periódicamente y limitan la posibilidad de gastar al saldo disponible, o las de débito, idénticas a las que se comercializan para el público adulto. Si se hace buen uso de ellas, unas y otras son un instrumento eficaz para que los menores empiecen a valorar el dinero y a priorizar en qué deben gastarlo, demorando algunas compras y prescindiendo de otras porque, como les pasará de mayores, para todo no llega. «No son un producto para fomentar el ahorro, sino el control del gasto, el límite presupuestario», matiza Javier Santacruz, vicepresidente de la Asociación de Educadores y Planificadores Financieros (AEPF).
Pero para que este aprendizaje no sea por la tremenda, antes de poner la tarjeta en manos de la chavalería conviene valorar algunos factores. El primero, la edad. Aunque puedan disponer de una de débito desde muy pronto –hay entidades que las incluyen en las cuentas de ahorro infantiles y juveniles–, los expertos creen que «con 12 o 14 años» es preferible optar por una recargable.
«Es el momento a partir del cual sí lo recomendaría como alternativa a la paga en metálico porque les da autonomía. Pero, ojo, los ingresos deben ser pequeños y regulares. Con cualquier tarjeta se puede perder la noción de lo que se gasta, así que es fundamental evitar la sensación de riqueza que pueden tener con un saldo muy elevado. Eso haría que lo malgasten», subraya Santacruz. «En realidad son una opción ya muy extendida para quienes pasan una temporada en el extranjero, para estudiar, por ejemplo, que es algo que también se hace ya a edades más tempranas, sobre todo en verano.
Para las familias es muy cómodo y seguro, porque facilita a los chavales la disponibilidad de sacar dinero si tienen un apuro, limitando las pérdidas en caso de robo. Sin embargo, es más fácil encontrar comisiones en ese tipo de tarjeta que en las de débito. De hecho, es frecuente que, para librarnos de ellas o abaratarlas, nos animen a elevar el saldo con el que las cargamos, tentándonos, por ejemplo, a meter 200 euros cada tres meses en vez de 15 cada semana.
Si lo que queremos es enseñar a un niño a controlar sus gastos, esto es contraproducente», advierte Antonio Gallardo, responsable de estudios de la asociación de usuarios financieros Asufin, redundando en la idea de que los primeros que deben entender cómo hacer buen uso de este medio de pago son los propios padres. «Como con todos los productos financieros, hay que estar atentos a las condiciones y enterarnos, por ejemplo, de si la recarga es más cara si la haces por la aplicación móvil que en cajero. También hay que enseñarles eso», añade.
A los 16, si el chaval ya tiene una cuenta propia o se la abre en ese momento porque empieza a trabajar, será el banco el que intente colocarle la tarjeta de débito. Suelen ser gratuitas y permitir rebajas en actividades de ocio o determinadas compras –además de estar vinculadas a los carnés a través de los que los gobiernos autonómicos ofrecen descuentos a los jóvenes– porque para la entidad son una herramienta de captación de futuros clientes. Pero, cuidado, porque al dar ese salto hay que tener mucho más cuidado. Hasta el punto de que lo recomendable es dar al menor una tarjeta vinculada a la cuenta familiar y no a la suya propia. Y si es así, que sea a una específicamente dedicada a sus pequeños gastos con un saldo limitado y pactado.
«Hay que enseñarles a diferenciar el dinero disponible para sus cosillas del que puedan haber reunido durante años procedente de los regalos de los abuelos, que es ahorro a largo plazo o inversión, y debe tener otros fines como, por ejemplo, pagarse unos estudios el día de mañana», coinciden los expertos. «En cualquier caso, los padres han de tener un control del uso que se hace de la tarjeta, además de poner límites al dinero que pueden mover con ella y al propio saldo de la cuenta», explica Gallardo. «Para evitar que el control resulte invasivo, no hace falta programar un aviso con cada gasto. Se puede limitar el envío de alarmas a las cantidades más elevadas y sentarse con el menor cada tres meses para repasar y analizar en qué y cómo gasta el dinero», añade Santacruz.
No obstante, lo que ambos expertos desaconsejan es que la tarjeta sirva para realizar pagos con Bizum que, aunque sea muy cómodo, también implica «perder el control sobre esa operación si no sabes a quién se le envía ese dinero ni por qué», advierten.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.