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La vitamina F se ha puesto de moda en el mundo de la cosmética: las marcas le atribuyen una gran capacidad de hidratación y poder antienvejecimiento. Pero realmente no es una vitamina, es la forma en la que se denomina a la mezcla de ácidos ... grasos poliinsaturados, los famosos omega-3 y omega-6, indispensables en una dieta sana y con grandes beneficios para el organismo. Su efecto protector sobre la dermis le ha hecho ganarse el nombre de 'abrigo de la piel'.
En concreto se trata de grasas esenciales: ácidos linoleico y alfa linoleico que el organismo no es capaz de sintetizar por sí mismo de manera natural. Por ello, debemos ingerirlo a través de los alimentos. O, en el caso de la piel, aplicarnos cremas enriquecidas con estas sustancias.
El reclamo de 'vitamina F' lo encontramos cada vez en más cosméticos de todo tipo. Se utiliza en soluciones oleosas, emulsiones, geles y champús. «La vitamina F tiene efectos positivos porque los ácidos grasos que contiene son uno de los componentes principales de la barrera cutánea, que es la capa superficial de la piel y tiene la función de protegerla de agentes externos a los que se expone», señala la doctora Susana López, especialista en medicina estética. Su composición similar a las secreciones naturales de la piel «contribuyen al mantenimiento de la película lipídica cutánea, es por lo que se le atribuye esa capacidad de prevenir el envejecimiento de la piel», incide. Esa red lipídica, además de retener la humedad – facilita que las reservas de agua no se esfumen–, evita que «agentes irritantes o infecciosos penetren», resalta.
Como aplicación estética se emplea también contra el exceso de grasa, ya que reduce la producción de sebo gracias al ácido linoleico. «Sirve de apoyo a los tratamientos contra el acné», añade la experta. Algunos estudios han demostrado que la falta de ácido linoléico afecta a la composición del sebo y sus propiedades y que las pieles grasas precisamente tienen una carencia de esa grasa.
Entre los nutricionistas no hay dudas: el consumo de estas grasas poliinsaturadas son indispensables para el buen funcionamiento del organismo, más allá de que mejoren el estado de la piel. La única manera de conseguirlas es consumiendo una serie de alimentos. Entre los más ricos en omega-6 figuran los aceites de girasol y maíz, cacahuetes, grasa animal, frutos secos, huevo, margarina o soja. Encontramos el omega-3 en semillas de lino y chía, nueces, pipas de calabaza, pescado azul –salmón, sardina, atún, caballa, anchoas–, marisco, algas marinas, aguacate o aceite de oliva.
¿Qué beneficios nos aportan? «Los omega-3 resultan fundamentales, ya que el cuerpo los necesita para el crecimiento y regeneración de las células y el funcionamiento del cerebro y la visión. Juegan un papel fundamental en la actividad antiinflamatoria». También ayudan a reducir el llamado colesterol malo (LDL) y a incrementar el bueno (HDL), «lo que repercute en el sistema cardiovascular, evitando la aparición de problemas cardíacos», añade la doctora. Por otro lado, el omega-6 es importante para la salud ósea, de la piel y el cabello y el sistema nervioso.
Pero, ojo, no se trata de dar barra libre a los 'omegas'. Debemos tener cuidado con las cantidades de cada una de las grasas presentes en nuestras dietas. «Es fundamental que el consumo de omega-3 y omega-6 sea equilibrado», señala Enrique Ruiz, especialista en Tecnología de los Alimentos.
La proporción debe ser de aproximadamente una parte de omega-3 por cada parte de omega-6, «aunque en las dietas occidentales hay una predominio del omega-6 muy por encima de lo recomendado», advierte el experto. Y si se da una prevalencia de los ácidos omega-6, presentes en algunos aceites vegetales y por tanto en gran parte de productos procesados, «pueden causar procesos inflamatorios en el organismo que son el origen de muchas dolencias».
La Sociedad Española de Nutrición Comunitaria recomienda consumir entre el 1% y el 2% de la ingesta total en forma de ácidos grasos omega-3. Pero no todos los alimentos ofrecen la misma calidad de esa grasa poliinsaturada. «Para alcanzar esas recomendaciones se debe priorizar el consumo de pescado azul, preferentemente de tamaño pequeño: arenque, caballa, boquerón, sardina...», aconseja.
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Los suplementos de vitamina F han irrumpido en el mercado con fuerza. Sus reclamos resultan muy atractivos para el consumidor, ya que prometen un efecto reparador muy intenso, mejorar el aspecto de la piel y prevenir el envejecimiento cutáneo. Corremos el riesgo de lanzarnos a comprar y consumir estas pastillas de vitamina F por nuestra cuenta, sin control, con la ilusión de recuperar una piel tersa, sana y sin arrugas. «No existe mucho control en estos suplementos, que suelen incluir vitaminas, aminoácidos (los esenciales, que no somos capaces de sintetizar en nuestro organismo), ácidos grasos (especialmente los omega-3 y omega-6) y minerales», detalla el químico, investigador y divulgador Bernardo Herradón. Desde el punto de vista científico, apunta, «un suplemento dietético solo se debe consumir en casos de necesidad y con prescripción médica o por un especialista en la bioquímica de la nutrición, tras analizar datos analíticos y clínicos del paciente. Deberían ser considerados medicamentos». Recuerda que, en determinados casos, pueden producir efectos negativos en nuestro organismo.
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