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Es un gesto fundamental para hacer una compra saludable: leer las etiquetas con los ingredientes del producto. Es la forma de descubrir si llevan exceso de azúcar, sal, grasas saturadas o aditivos que atacan a nuestro organismo. Un estudio de la Organización de Consumidores y ... Usuarios (OCU) ha detectado que la principal razón de que los consumidores no se fijen en la información nutricional es el tamaño diminuto de la letra. Por ese motivo, han pedido a la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y a las autoridades europeas que aumenten esas medidas de 1,2 milímetros a 3 milímetros.
La OCU ha realizado una encuesta entre un millar de personas de 18 a 79 años y los resultados muestran que el 44% de los consumidores suele prestar mucha atención a la etiqueta cuando compra un producto por primera vez, otro 47% asegura que la mira «por encima» y el 9% no la lee «nunca». Entre los que sí se fijan, casi la mitad –principalmente personas mayores– se queja de que le resulta «difícil» comprender la información nutricional que viene en el envase.
El estudio se centra en el grupo de gente que no lee nunca la etiqueta para descubrir las causas. Y los motivos son variados: «Revisarla requiere demasiado tiempo», «no se tiene el hábito», «resulta difícil de entender» o «cuesta encontrar la información» –suele estar escondida–. «Pero si hay un motivo que destaca sobre el resto es el tamaño de la letra, demasiado pequeño», denuncian en la OCU. Así lo han expresado el 52% de los encuestados –y el 70% de los mayores de 60 años– que nunca las leen.
La queja es comprensible. El tamaño mínimo establecido es de 1,2 milímetros, pero en envases pequeños incluso se reduce a 0,9 milímetros. Además, «suelen ir impresas en material plástico, con brillos o con poco contraste entre la fuente y el fondo», lo que dificulta aún más su lectura. La agrupación que defiende los derechos de los consumidores ya reclamó a la Asociación Española de Seguridad Alimentaria una reforma de la normativa sobre el tamaño de la letra hace tres años sin que se haya tomado medida alguna.
El lugar en el que aparece la información, dicen, también afecta a la legibilidad. «En la parte frontal del envase suele indicarse la denominación comercial del producto y se cuelan eslóganes publicitarios para los que no se escatima el tamaño de la letra. Mientras que en el reverso se ubica el listado de ingredientes 'oficial' con letra muy pequeña». Es más, la legislación actual tiene mucha manga ancha y permite poner «cualquier cosa» en esa parte frontal y «jugar con la ambigüedad», critica el nutricionista Pablo Ojeda. Ylo habitual es que nos fijemos, principalmente, en la información de la parte delantera, la que lleva letras enormes y dibujos llamativos. En ese vistoso lugar los fabricantes utilizan trucos –detalla el experto–, como indicar con letras grandes que esos cereales de la caja son 'ricos en vitaminas y hierro', cuando la presencia de esos nutrientes es mínima, «mientras que el producto está cargado de grasas y azúcares», datos que solo podemos descubrir en la etiqueta de letras minúsculas.
Por ello, las agrupaciones de consumidores reclaman a los responsables de seguridad alimentaria que destaquen en la parte delantera del envase los datos esenciales, «como la fecha de caducidad o consumo preferente, la lista de ingredientes o el sistema Nutriscore», sin que tengan que «competir» en espacio con los mensajes publicitarios.
Qué pide la OCU Letra más grande: de 1,2 milímetros a 3, no apelotonada para hacer sitio a varios idiomas y con contraste suficiente con el color del fondo y el tipo de material del envase. Reclama también que la información esencial, como la denominación oficial del producto, la fecha de caducidad y la lista de ingredientes, estén visibles en la parte frontal.
Qué miramos en la etiqueta El 82% mira la fecha de caducidad. Los jóvenes se fijan más en la tabla nutricional y en los reclamos sobre beneficios para la salud. A partir de los 40, buscamos instrucciones de cocinado y conservación. Desde los 60 años primamos fecha de caducidad y el origen del producto. Y las mujeres se interesan más que ellos por la información nutricional, cocinado, promociones, reciclado...
¿Y qué nos dicen las etiquetas? Pues aquí encontramos la lista de ingredientes y la tabla de información nutricional del producto: cantidad de grasas, proteínas, carbohidratos –con el detalle del azúcar–, fibra, vitaminas y minerales, sal, calorías... Lo más consultado por los compradores es el contenido en azúcares, en particular por los más mayores; seguido por las calorías, que miran principalmente jóvenes y mujeres.
Los expertos en tecnología de los alimentos y nutricionistas de la OCU consideran que facilitar la lectura del etiquetado redundaría «en una compra más reflexiva» y permitiría a los consumidores «priorizar los alimentos más saludables». Para el nutricionista Pablo Zumaquero es solo una medida «con una repercusión limitada». «La mayor parte de los compradores, aunque puedan leer mejor los ingredientes, seguirán sin fijarse. Además, en general, los consumidores no saben valorar qué ingredientes son saludables y cuáles perjudiciales, ni la cantidad máxima de azúcar, sal o grasas recomendadas», advierte. Considera, pues, que son necesarias medidas de «divulgación y educación nutricional».
Los consumidores pican con los trucos 'publicitarios' que aparecen en los envases. El estudio de la OCU revela que a siete de cada diez personas les influyen estos mensajes confusos que indican que el producto es 'bajo en grasas', 'bajo en sal', 'light', tiene 'alto contenido en fibra' o 'ayuda a reducir el colesterol'. Estos mensajes les condicionan más la compra a las mujeres y menos a las personas mayores, y la mayoría de consumidores está de acuerdo en que se hace «un uso excesivo de reclamos nutricionales y de salud» de este tipo y que estos forman parte de una «estrategia comercial del fabricante», aunque 'funciona' porque un 35% cree que son más saludables.
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