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Más allá de supuestos mensajes del más allá y presencias espectrales, una de las cosas más chocantes de la güija (esa es la grafía admitida por la RAE) es que sea una marca registrada de la compañía Hasbro: ahí está, codeándose con My Little Pony, Mr. Potato y el Monopoly en los catálogos de la multinacional juguetera. En realidad, los inventores de este artilugio siempre persiguieron la finalidad poco sobrenatural de ganar el máximo de dinero posible. Hay que remontarse al final del siglo XIX, en pleno auge del movimiento espiritualista y su obsesión por comunicarse con los muertos: en 1890, en la ciudad estadounidense de Baltimore, el negociante Elijah Bond patentó la 'ouija', una coqueta versión de los tableros utilizados por algunos médiums, que gracias a ellos se ahorraban la tarea de ir recitando el abecedario en espera de que algún golpe oportuno les fuese deletreando el mensaje. Acerca del nombre, se suele dar por hecho que resulta de juntar 'oui' y 'ja', es decir, los términos francés y alemán para 'sí', pero los promotores del producto aseguraban que obtuvieron la palabrita en una sesión de 'ouija' y que significaba 'buena suerte'. Sabían vender.
El gran impulsor de la güija fue William Fuld, un empleado de Bond y compañía que pronto se emancipó de la empresa madre y triunfó a lo grande. Llegó a abrir tres fábricas: la tercera, un edificio de tres pisos, fue un ambicioso proyecto cuya idea, según él, también había sido propuesta por algún espíritu a través del tablero. Fue en aquellas instalaciones donde encontró la muerte, y algunos quieren ver en su final las funestas consecuencias de frivolizar con lo ultraterreno: en 1927, Fuld se cayó del tejado de la factoría y se rompió varias costillas. Cuando lo trasladaban al hospital, un bache en la carretera hizo que uno de los huesos fracturados se le clavase en el corazón. Para entonces, la güija ya había superado el auge que trajeron la Primera Guerra Mundial y la pandemia de 'gripe española', con la angustia de los supervivientes por contactar como fuese con sus allegados difuntos, aunque la Segunda Guerra Mundial traería su propio resurgir: «En junio de 1944, las ventas de tablas de la güija, prácticamente nulas en 1943, ascendieron a 50.000 unidades tan solo en unos grandes almacenes de Nueva York», escribe Roger Clarke en el libro 'La historia de los fantasmas'.
A lo largo de la historia, se han publicado numerosas piezas literarias inspiradas por la güija, o que directamente se presentaban como dictadas por algún espíritu hacendoso. El récord de desfachatez corresponde seguramente a las médiums Emily Grant y Lola Hays, que en 1917 dieron a conocer su novela 'Jap Herron' como una obra de Mark Twain, trabajosamente deletreada desde ultratumba a lo largo de dos años. La hija del escritor demandó a las dos mujeres, pero la crítica del 'New York Times' ya había sonado tan definitiva como cualquier resolución de un tribunal: «Si esto es lo mejor que Mark Twain puede hacer tras atravesar la barrera, su ejército de admiradores prefiere que de ahora en adelante respete ese límite», decía la reseña.
La güija ha desempeñado un papel central en incontables películas de terror, pero también en unos cuantos crímenes reales. Uno de los más conocidos ocurrió en 1930 en Buffalo: una mujer eliminó a la esposa de su amante utilizando como mano ejecutora a una cómplice analfabeta, a la que convenció de que el tablero había señalado a la víctima como bruja. También ha habido, por extraordinario que pueda parecer, al menos un jurado popular que invocó al espíritu de un asesinado para que les orientase en su decisión: ¿acaso había alguien mejor que el propio muerto para desvelar quién le había matado? Y, en 1958, la respetable señora Helen Dow Peck legó más de 150.000 dólares a un tan John Gale Forbes, que resultó ser un (supuesto) espectro con el que (también supuestamente, claro) había mantenido apasionantes conversaciones a través del tablero. «Maneja la güija con respeto y no te defraudará», dice la publicidad de Hasbro. A menos, claro, que pretendas hacer una transferencia al otro mundo.
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