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A nadie le gusta ser el malo de la película. Es más, en nuestra vida real uno tiende a ver la maldad de otros, pero ... no la suya... si es que cree que tiene alguna. La rechazamos de plano. Y hemos empezado ya hace unas décadas a tratar de borrársela a los niños y a los jóvenes, empezando por los propios relatos que se hacen para ellos. Hablamos de libros, de películas, de animación... Los malos ya no son tan malos. Pero, ¿lo estamos haciendo bien o nos estamos dejando llevar por lo políticamente correcto, hurtando a los críos de algo que luego se encontrarán más allá de las páginas y las pantallas?
«La presencia de adversarios en las obras destinadas a la infancia o la juventud se está reduciendo a poco más de un tercio, según varios estudios», señala Marta Larragueta, profesora en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela. Se refiere al análisis que se hizo de 150 obras premiadas o recomendadas entre 1977 y 1990 y a su actualización posterior con obras publicadas entre 2003 y 2013. Pero también a otro estudio sobre álbumes ilustrados editados entre 2000 y 2019. Si esto fuera una guerra, podríamos decir eso de que los malos están en franco retroceso.
«Hay una tendencia a edulcorar las historias», explica la psicóloga María Bru, miembro del grupo de trabajo 'Más allá de los cuentos' del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña. De alguna manera queremos proteger a los menores de la maldad evitando que tengan contacto con ella. Pero nos equivocamos:«No es cierto que los niños, si yo no le muestro un cuento, no conozcan la maldad. La maldad es inherente al ser humano», prosigue la psicóloga.
Para Ana Garralón, profesora, traductora y crítica literaria especializada en literatura infantil y juvenil, «andamos influidos por el maldito buenismo» y esto nos impide ver más allá: caemos en el error de considerar la literatura infantil «territorio para la domesticación de la infancia». Un error que, por otra parte, no es nuevo, siempre ha estado ahí. Lo que ocurre es que ahora somos más y más vulnerables.
A los libros infantiles de nueva creación que prescinden de la maldad se unen los clásicos revisitados. Es verdad que no todos los relatos infantiles antiguos funcionan en el mundo en el que estamos. Y en algunos se fomentaban valores que hay que evitar o, directamente combatir, pero ¿donde está el límite? «Se está produciendo un uso indiscriminado de los cuentos clásicos para modificarlos: están libres de derechos, son muy conocidos y la sociedad dice que esas tradiciones tienen que cambiarse. Ahí es cuando llegan creadores poco imaginativos, oportunistas, comerciales... y hacen lobos vegetarianos como si fueran el colmo de la originalidad», describe Garralón.
Pero los malos de los cuentos tienen un papel importante en el mundo real. Explica Bru que nos permiten contactar con ciertos sentimientos e impulsos y reflexionar con ellos. «En los malvados podemos proyectar y reconocer esos impulso negativos que tenemos», señala. Cuando es un niño el que está ante el cuento, «nosotros podemos acompañarle en la lectura para hablar sobre todo ello». Porque enfrentarse a las emociones negativas es clave para el desarrollo saludable de un menor.
«Dentro de la magia que el niño necesita para vivir debe haber algo de miedo que le permita proyectar sus temores, sus creencias instintivas y sus tendencias negativas», ahonda Débora Chomsky, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Si les hurtamos esto, más que protegerlos, «los desprotegemos», alerta Bru. Los malos también garantizan al niño (y a nosotros los adultos) otra cosa:poder sentir cierta rabia hacia figuras sin sentirnos culpables.
La tendencia actual en la industria del entretenimiento desdibuja al malo de siempre. En algunos casos, lo humaniza y lo convierte en una figura más compleja, incluso más propia de la realidad. Porque ni los buenos son tan buenos ni los malos tan malos. Maléfica es un buen ejemplo de ello. El personaje de Disney destapó en su secuela de 2019 inseguridades y miedos. También se planteó ciertos dilemas. Son malos más complejos.
«En el caso de Maléfica hemos entendido por qué fue tan mala y podemos no estar de acuerdo con sus métodos. Explicar, que no justificar, de dónde viene la maldad del malo es muy importante», prosigue Bru. Y pone un ejemplo: «Imagínate un niño que tiene ganas de pegar a alguien porque ha pasado algo injusto. De repente ve un malo que agrede a un personaje por una injusticia. Puede reflexionar sobre ello y sobre la manera de reaccionar contra la injusticia. Darse cuenta de que sentir rabia en esta situación no es malo, que la cuestión está en si hay que pasarse o no al lado oscuro», concluye.
Hubo un tiempo en que los malos eran muy feos: brujas, demonios, ogros, zombis... Cómo no temer a Sauron, Voldemor o la mismísma Maléfica. Sin embargo, en los nuevos relatos, los malvados ya no tienen verrugas, defectos congénitos ni les falta un ojo. Ahora son figuras de lo más atractivas. Un estudio de cuatro investigadores de la Universidad Camilo José Cela ha descubierto que el perfil actual del malo es un hombre joven y, además, guapo. Es decir, lo que toda la vida ha sido el bueno. El informe ha revisado a todos lo antagonistas de las novelas infantiles y juveniles premiadas en España de 2015 a 2023. Y con el metaanálisis, los docentes concluyen que se trata de figuras que dan «más juego a la trama» y que también, de alguna manera, están diciendo a los lectores jóvenes «que cualquiera puede ser una amenaza, sin importar el aspecto físico que tenga».
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