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Lograr vocaciones científicas entre los estudiantes es uno de los objetivos prioritarios de cualquier sistema educativo hoy en día. La Comisión Europea ha alertado que miles de empleos se quedan sin cubrir cada año por falta de perfiles tecnológicos y científicos. El número de matriculados ... en carreras de las áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas –las denominadas áreas STEAM– han caído un 30% en los últimos veinte años. Solo uno de cada cinco alumnos universitarios estudian estos grados. Padres y madres pueden cumplir un papel primordial tanto para descubrir las aptitudes científicas de sus hijos como para fomentarlas, animan los expertos.
«Niños y niñas son científicos natos. Tienen curiosidad por la naturaleza y hacen ciencia desde el momento en que nacen», detalla Ainara Achurra, profesora de Didáctica de las Ciencias Experimentales en la Universidad del País Vasco. «Observan, tienen interés por tocar materiales diferentes y cualquier cosa que tengan cerca», comenta la docente. Los más pequeños siempre están experimentando: cuando tiran objetos al suelo, salpican agua en la bañera o hacen rodar una pelota, están explorando y aprendiendo cosas del mundo que los rodea. Achurra pone otro ejemplo: «Cuando juegan a cocinitas y mezclan arena, agua, harina... están haciendo un experimento».
Entonces, ¿por qué se sufre ese déficit de vocaciones científicas? Cuando llegan al colegio dejan atrás al científico que llevan dentro. «A medida que avanzan en la etapa de Primaria muchos escolares pierden su interés por la ciencia», alerta esta especialista. Uno de los principales motivos son los «métodos de enseñanza tradicionales, que han sido únicamente transmisores de conocimientos». La buena noticia es que las metodologías están cambiando y «desde pequeños se trabaja ya con los alumnos experimentos, observación... Se adapta al aula lo que hacen los científicos». La prioridad debe ser «no perder vocaciones científicas», ya que lo habitual es que «antes de los 12 años una buena parte de los niños, y principalmente de las niñas, se alejen de la ciencia y opten por las letras», añade.
Achurra, junto con Teresa Zamalloa, también profesora de Didáctica de las Ciencias Experimentales en la Universidad vasca, han recogido las claves para detectar que tenemos un futuro científico en casa y qué deben hacer padres y madres para promover las vocaciones.
Tiene curiosidad por descubrir su entorno y es muy observador. Sus juegos incluyen ordenar y clasificar objetos según color, forma, tamaño… Busca las causas que originan los fenómenos de su entorno y es capaz de extraer patrones a partir de unos datos.
Le interesan los datos científicos. Tienen afición, por ejemplo, por conocer toda clase de datos sobre los dinosaurios –por los que suelen tener una especial predilección– como su tamaño y peso, o la velocidad a la que vuelan los aviones o las características de los diferentes Pokemon...
Le gusta la manipulación y la experimentación. Son niños que destripan los mecanismos de un juguete para interesarse sobre cómo funcionan, son aficionados a las construcciones o a hacer experimentos caseros.
Le preocupan los desafíos a los que se enfrenta la sociedad. Se interesan por problemas como los efectos del cambio climático o la contaminación, por ejemplo.
Tienen creatividad, argumentan sus afirmaciones y son capaces de innovar.
Las docentes citan la experiencia que llevó a Richard Feynman, uno de los físicos más relevantes del siglo XX, a 'engancharse' a la ciencia. «Recordaba las charlas interesantes con su padre sobre el porqué de determinados comportamientos de los pájaros, la inercia en vagones de juguete, la altura de los dinosaurios... y decía que en aquel momento pensaba que todos los padres eran así. Me motivó para toda la vida. Hoy sigo buscando como un niño las maravillas que sé que voy a encontrar», relataba el físico.
Las expertas señalan cuáles son esas actitudes en padres y madres que fomentan vocaciones científicas.
Promover la curiosidad. Acercarles a descubrir de qué están hechas y cómo funcionan las cosas que nos rodean, manipulando diferentes materiales y objetos.
Formular preguntas. Fijar su atención en detalles del mundo que les rodea con preguntas y animarles a que busquen las explicaciones.
Dejar que lo intenten. No hace falta dar las respuestas correctas a los problemas y a los interrogantes; los niños no las esperan. Permitirles que busquen soluciones a los problemas, aunque exige mucha paciencia, fomenta su autonomía y «es un punto clave para desenvolverse en el mundo real», señalan las expertas. Es muy útil plantear retos cotidianos en forma de juego para que intenten resolverlos solos.
No pretender que memoricen conceptos. No se trata de que aprendan teorías científicas, puesto que a esas edades su capacidad cognitiva a no les permitiría llegar a comprender los fenómenos. Se trata más de hacer.
Visitar museos de ciencia. Desde hace años, los museos de ciencia han incorporado instalaciones, actividades y recursos interactivos que animan de forma activa a los niños a explorar y comprender mejor su contenido.
Visitar espacios naturales. Jugar en y con la naturaleza, manipular elementos, observar fenómenos... «Descubriremos que el interés de niños y niñas por las cuestiones de la naturaleza es inmenso», resaltan.
Crear contextos de ciencia en casa. Sirven actividades como plantar una semilla, observar cómo crece la planta y qué necesita; construir un helicóptero de papel y modificar su diseño para que vuele más lejos; hacer un bizcocho y pensar por qué aparecen burbujas en el interior…
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