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Ana y Juanma tienen tres hijos. Martín (12 años), Lucía (9 años) e Iñigo (7 años), cada uno «con una personalidad tan diferente que no parecen hermanos», destacan sus padres. Del mayor cuentan que es «estudioso, responsable –a veces, demasiado– y de buen caracter en ... general, aunque de vez en cuando todavía le dan unos ataques de celos complicados de gestionar. La niña es un cascabel, todo le viene bien. Es habladora, desordenada, no para quieta un momento, llama mucho la atención... y eso pone muy nervioso al mayor, con el que choca bastante. Y el pequeño es un superviviente, va por libre... Es un camelador», resumen.
Al igual que les ocurre a Ana y a Juanma, a los padres les suele llamar mucho la atención cómo pueden tener hijos tan diferentes si se supone que los crían igual. Pero esa creencia tan extendida no es del todo cierta. En primer lugar, «porque uno de los factores que más influyen en la personalidad de los niños es el lugar que ocupan en la familia. No es lo mismo ser el primogénito que el pequeño de cinco hermanos o hijo único», razona la psicóloga infantil Diana Jiménez. Y eso de que los educamos de la misma manera tampoco es así. «Ni todos los hermanos tienen las mismas necesidades ni las expresan de la misma forma. Unos duermen toda la noche desde bebés, otros no paran de llorar... Nuestra experiencia es diferente y, por lo tanto, generamos patrones de respuesta distintos que condicionan la forma en la que nos relacionamos con cada uno de ellos. Y no nos engañemos, la experiencia es un grado y no criamos igual al primero que a la segunda o al tercero», añade Silvia Guijarro, profesora de Educación Primaria y colaboradora del portal Criar con sentido común.
La teoría del orden de nacimiento, descrita por primera vez por el psicólogo austriaco Alfred Adler (1870-1937), viene a decir que la posición en la que se nace condiciona la personalidad, la forma de relacionarse y hasta el cociente intelectual del niño. «Es cierto que existen unos determinados rasgos que suelen ser comunes a las personas que comparten orden de nacimiento dentro de sus respectivas familias. Ahora bien, la personalidad de cada niño también está condicionada por aspectos como el estilo educativo de los padres, la diferencia de edad entre los hermanos (cuando supera los 6 años, el nuevo vuelve a ser considerado como hijo único), el género o la situación socioeconómica en la que se encuentra la familia en ese momento», coinciden las expertas. Teniendo en cuenta que no se trata de un ciencia exacta, estos son los rasgos más frecuentes según el orden de nacimiento.
Explica Silvia Guijarro que «la familia es como una obra de teatro. Si un papel ya está ocupado, cada nuevo miembro deberá elegir otro distinto para diferenciarse del resto y encontrar su lugar». Y en ese reparto, el primogénito goza de una posición privilegiada porque es el primero en elegir. Se dice de los hermanos mayores que suelen ser personas organizadas, perfeccionistas, competitivas, responsables, líderes, independientes... Pero también más cautelosos, de los que no asumen riesgos con facilidad. «Uno de sus rasgos más característicos es que no quieren defraudar a los padres. Reciben todo tipo de atenciones por ser los primeros en la familia (son los que más fotos tienen, los que estrenan, a los que se les esteriliza el chupete cuatro veces al día, se comprueba la temperatura del agua, si te pregunta, le escuchas y hasta le contestas...), pero también se 'comen' todos los miedos de los padres primerizos (un catarro es una urgencia, se tiene frío y calor por ellos, todo es un peligro...), por eso suelen ser más precavidos», explica Diana Jiménez, experta en educación positiva.
¿Es verdad que son más inteligentes? «Lo que ocurre es que como tenemos más tiempo, atendemos todos sus intereses. Si les gustan los dinosaurios, les compramos dinosaurios, jugamos con ellos, les estimulamos continuamente... Eso podría estar unido a una mayor capacidad intelectual, pero no necesariamente», argumentan.
Y cuando el primogénito está en la gloria, colmado de atenciones... ¡Zas! Llega su hermano y, de repente, le hacemos mayor... con 2 o 3 años. De un día para otro, el rey de la casa es destronado por un bebé que ocupa toda la atención de los padres y, claro, surgen los celos. «Los pequeños, sin embargo, como nunca han gozado del privilegio de ser hijos únicos, compiten desde el principio con sus hermanos. Necesitan desarrollar su creatividad y sus encantos para conseguir la atención que necesitan. De ahí que los chiquitines de la familia suelan ser personas más creativas e ingeniosas», describen las expertas. También son los más consentidos y no dudan en aprovecharse de esa situación. «En general, son más cariñosos y zalameros. Pero también más trastos que los mayores». En el caso de los gemelos o mellizos, los padres tienden a diferenciar también entre el mayor, aunque sea por tres minutos, y el pequeño.
Son los más ninguneados. Están en tierra de nadie. Los llamados 'niños sandwich' se crían prácticamente solos. «Crecen sin los privilegios del mayor ni las ventajas del pequeño, de ahí su capacidad de ponerse en el lugar de los demás y su capacidad de adaptación», señala Silvia Guijarro. En general «se trata de niños muy sociables, pero también son los que tienen más explosiones emocionales porque son muy de la bandera de la justicia. Están con el 'esto no es justooooooo' todo el día en la boca», explica Diana Jiménez con conocimiento de causa.
En el caso de los hijos únicos, ambas expertas señalan que pueden adoptar indistintamente tanto el papel del primogénito (responsable, centrado...) como el del pequeño de la casa (caprichoso, que quiere que se lo hagan todo...). «Para lo que quiere es mayor y para lo que no, el benjamín».
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