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Si se les sometiera a un examen, la mayoría de los colegios suspendería en contaminación acústica. Los decibelios que soportan profesores, alumnos y trabajadores de comedor se sitúan a diario, y durante horas, en esa zona roja que causa daños al oído y obliga a ... forzar la voz a los docentes, además de afectar a la convivencia escolar y a los aprendizajes. Cientos de centros de enseñanza han decidido tomar medidas e imparten talleres a sus escolares sobre control de ruido, instalan materiales especiales en paredes y suelos para amortiguar el jaleo y orientan a los profesores para tratar de lograr que los chavales no griten en el aula.
«Las mediciones que hacemos en centros de enseñanza alcanzan los 85 decibelios, un nivel que, por ejemplo, soportan los operarios que trabajan con maquinaria y que en las normativas de seguridad laboral obliga a utilizar protectores de oídos. Y se llegan a picos de 120 decibelios, similar al ruido que hace un avión despegando», explica Leire Atxa, responsable de la firma Noismart, que imparte talleres de prevención del ruido y realizan instalaciones de aislamiento en centros de enseñanza en toda España. El nivel de confort acústico óptimo está entre 25 y 40 decibelios.
Y lo paradójico es que esos picos de ruido que se alcanzan con facilidad en las aulas no responden a una situación de conflicto. «Dos alumnos se ponen a hablar entre ellos, los de al lado no oyen bien al profesor, así que este eleva el tono para hacerse entender, con el follón otros compañeros hablan a gritos y ya se desata la locura...», comenta la experta.
Pero si hay un punto negro en las escuelas es el comedor. Irune Ortiz es profesora en un colegio vizcaíno. Al principio bajaba al comedor, pero era tal el ruido que decidió llevarse el túper de casa, compró un microondas junto a otras compañeras y comen en un aula. «Los alumnos asocian la hora de la comida con el recreo, con un momento para desfogarse. Es insoportable el ruido que hacen, hablan a gritos, hay carreras, mesas y sillas que se arrastran... Necesitamos un poco de silencio a la hora de comer», comenta esta maestra. A eso se une que «son instalaciones con suelos de materiales fáciles de limpiar, pero que no absorben el ruido», añade la responsable de Noismart.
Existe ya una sentencia de un juzgado de Bilbao que reconoce que la sordera de una trabajadora de comedor escolar es de origen profesional, provocada por el exceso de ruido. La decisión judicial consideraba probado que la monitora realizaba su trabajo sometida a un nivel diario de ruido superior a 80 decibelios, por lo que le ha reconocido su derecho a indemnización por la pérdida de audición.
Más allá de la molestia que supone el ruido, los profesores sufren en sus cuerdas vocales las consecuencias de la contaminación acústica. «La única enfermedad profesional que se reconoce a los docentes son los nódulos en la garganta, que se provocan por forzar continuamente la voz para que les escuchen los alumnos», apunta Leire Atxa. Entre ellos, los de Educación Física son los que más sufren. «Trabajan en polideportivos y espacios muy grandes, con una gran reverberación de sonido», resalta. Según la Federación de Trabajadores de la Enseñanza, el 22% del profesorado español sufre de afonía o disfonía.
El exceso de ruido se produce en todas las etapas educativas, desde los más pequeños de Infantil y Primaria hasta los adolescentes de Secundaria. «Los más pequeños tienden a gritar y ser escandalosos porque están inmersos en un momento clave del desarrollo del lenguaje y de la comunicación y sus ganas de expresarse no tienen límites. Las normas son una obligación, no ven todavía su sentido y por qué son importantes para la convivencia», señala la psicóloga educativa Celia Rodríguez.
Un informe de la OMS advierte que el efecto del ruido, interno y externo, y la reverberación afectan «a la comprensión, la concentración, la memoria y al aprendizaje lector». Por tanto, «si logramos controlar el ruido se crearán condiciones en las que será más fácil mantener la atención del alumnado, comprender los mensajes, mejorar la interacción entre los escolares y de estos con los docentes, rebajar el estrés y los conflictos».
Los colegios toman ya medidas para tratar de reducir los decibelios. «Hacemos mediciones con sonómetros en diferentes zonas del centro para detectar los puntos negros. Explicamos a los alumnos las consecuencias de la contaminación acústica para la salud y la convivencia escolar», explica Leire Atxa –su empresa ha impartido talleres en un centenar de centros, principalmente en Euskadi–. A los profesores les enseñan técnicas para lograr que los chavales no griten. «La primera norma es que hablen bajito, que no levanten la voz. Da buenos resultados». Y cada vez más colegios recubren suelos, techos y paredes con materiales que absorben el ruido: «Se reduce el nivel de decibelios a la mitad», asegura la experta.
Instalaciones Colocar protectores en las patas y mesas de las sillas, poner fieltro o goma en la base y en el interior de las bandejas y cajas de material que utilizan los alumnos –evitar lo metálico–, usar calzado con suelas de goma, colocar en el suelo alfombras o goma y colgar en las paredes paneles o figuras decorativas de corcho u otro material absorbente. Evitar paredes y superficies acabadas en hormigón, vidrio u otras superficies lisas. Mejor superficies más porosas que absorban el ruido
Con profesores y alumnos Hacer mediciones de ruido en el centro escolar para detectar los puntos negros y tomar medidas. También se pueden colocar semáforos en el aula que alertan de cuándo los estudiantes superan los niveles de decibelios que resultan perjudiciales. Hay que explicar a los escolares las consecuencias de la contaminación acústica en la salud y la convivencia escolar y entrenar a los profesores en técnicas para controlar que los alumnos no suban la voz.
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