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Un alto porcentaje de nuestra masa cerebral es básicamente agua. Concretamente el 75%, por eso resulta «fundamental» mantener la cabecita bien hidratada desde primera hora ... de la mañana. «Tenemos que ser conscientes de que el cerebro es uno de los órganos que más energía consumen y necesita gasolina para poder funcionar correctamente», insiste Vicente Javier Clemente, catedrático de Ciencias del Deporte en la facultad de Medicina de la Universidad Europea. Es más, los últimos estudios advierten de que beber poca agua no solo puede desencadenar problemas de concentración sino también pérdida temporal de memoria, fatiga mental e incluso dificultades para realizar cálculos matemáticos sencillos.
Eso no es todo. Una cierta deshidratación, aunque sea leve, también afecta a nuestra capacidad visual. Es más que posible que esos problemillas que todos tenemos de vez en cuando para enfocar bien la pantalla del ordenador o leer un informe no se deban únicamente a problemas oftalmológicos sino a que ese día no hemos bebido lo suficiente.
«Cuando no estamos bien hidratados, el cerebro se contrae ligeramente, de manera que tiene que trabajar más de lo normal para poder mantener nuestro ritmo de vida habitual. ¿Consecuencia? La mente se nubla y perdemos facultades mentales. Nos despistamos, nos cuesta concentrarnos, tenemos dificultades para entender explicaciones sencillas, nos sentimos cansados y, en los casos más severos, podemos tener problemas de coordinación motora y de pérdida de conciencia», enumera Vicente Javier Clemente.
«Mantener el balance de agua en nuestro cuerpo es fundamental para nuestra propia supervivencia. Y el cerebro tampoco sale ileso cuando ingerimos menos líquido del debido. Varios estudios señalan que la deshidratación está asociada con personas menos alerta y más fatigadas», añaden Ana Belén Ropero y Marta Beltrá, profesoras de Nutrición y Bromatología de la Universidad Miguel Hernández.
Y, por supuesto, la mejor forma de evitar una deshidratación es beber cuando tenemos sed. «Aunque pueda resultar una obviedad, lo que ocurre es que muchas personas no sienten esa necesidad de tomar agua, no le prestan atención o incluso puede que no la reconozcan. De ahí la importancia de adquirir un buen hábito de hidratación desde pequeños e insistir mucho a las personas mayores», coinciden las docentes.
Pero ¿qué significa un buen hábito de hidratación? ¿Beber dos litros de agua? ¿Tomar pequeños sorbos a lo largo del día? ¿Las infusiones cuentan como líquido? ¿Y si hacemos deporte?
«La recomendación general es tomar entre dos y tres litros de agua al día, pero esa cantidad puede variar en función de nuestras necesidades, edad o la temperatura ambiental. Una persona que hace deporte, por ejemplo, necesita beber más que otra que apenas se mueve o lleva una vida más sedentaria», precisa el catedrático de la Universidad Europea. Pero, ojo, porque no sirve cualquier tipo de agua. «Nos han vendido que la mejor para mantener nuestro cuerpo bien hidratado es la de mineralización débil y se ha demostrado que no es así porque no aporta prácticamente nada a nuestro organismo. El cerebro necesita sodio y potasio para poder funcionar a un determinado nivel y las aguas con bajo contenido en minerales se quedan cortas», aclara Clemente.
– Entonces, ¿qué tipo de agua debemos tomar para mantener el cerebro en forma y no perder memoria?
– El hábito de levantarse y beber un vaso de agua es fantástico. Pero si además le echamos una pizca de sal marina es casi perfecto.
– ¿Casi?
– Un vaso de agua, una pizca de sal marina y un chorrito de limón sería la perfección. Así nos aseguramos una hidratación adecuada a las necesidades de nuestro cerebro– precisa el experto.
Porque la sal, pese a su mala fama, es fundamental para mantener el equilibrio de líquidos en nuestro organismo. «Sin sodio, las células podrían marchitarse por deshidratación», coinciden los especialistas. Salvo que se tengan problemas cardiacos conocidos o hipertensión, una pizca de sal en el agua «no hace daño» y ayuda al cerebro a mantener una buena hidratación.
El agua es el principal componente de nuestro organismo, aunque su presencia disminuye con el paso de los años: en los primeros meses de vida supone aproximadamente el 75% del peso corporal del bebé, mientras que en una persona mayor apenas supone el 55%, de ahí la importancia de insistirles en que se hidraten, ya sea bebiendo o tomado alimentos ricos en agua.
Síntomas de deshidratación
Sed intensa: es la señal más evidente de que nuestro cuerpo necesita ingerir líquidos.
Orina oscura y escasa: cuando estamos deshidratados, la orina adquiere un tono amarillo oscuro.
Boca y piel secas: salivamos menos y la piel se 'acartona'.
Dolor de cabeza: como la deshidratación reduce el volumen de líquido en el cerebro, es habitual que tengamos cefaleas.
Fatiga: la falta de agua también reduce el volumen sanguíneo, lo que puede afectar a la oxigenación de los tejidos y derivar en debilidad y cansancio.
Niebla mental: dificultad para concentrarse, confusión y sensación general de que nuestro cerebro va más lento.
Aumento del ritmo cardiaco y respiratorio: el corazón tienen que trabajar más para mantener la circulación sanguínea.
Mareos y vértigos: causados por una bajada de tensión ante la falta de hidratación.
Calambres musculares: provocado por un desequilibrio de electrolitos como el sodio y el potasio.
Cambios de humor: no estar lo suficientemente bien hidratado también afecta a nuestro estado emocional.
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