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El efecto saludable de la música es de sobra conocido desde hace tiempo. Como tratamiento tiene, de hecho, su propio nombre, musicoterapia; y aunque sus ... beneficios son limitados se sabe a ciencia cierta que los tiene. En la clínica actual, donde se habla tanto de la atención ajustada a las necesidades específicas de cada paciente, la investigación se ha propuesto determinar cuáles son las melodías que logran mayores efectos terapéuticos. Y se ha descubierto. Como quizás cabría sospechar, la mejor no es ni la música clásica ni la que el equipo médico considere, sino la que el paciente elige. Tú música, tu salud.
Algunos centros están tan convencidos del impacto positivo de la musicoterapia que la han convertido en parte de la práctica clínica. El primero que apostó por introducir la música dentro de su oferta terapéutica fue el hospital vizcaíno de Cruces, que hace diez años puso en marcha un programa para acercar la ópera a bebés prematuros, niños con patologías de todo tipo, enfermos crónicos y también a sus familiares. El programa incluía tanto actuaciones de una mezzosoprano como clases didácticas, y visitas guiadas a los teatros de la ciudad donde se celebran galas líricas.
La medición en términos científicos de los efectos terapéuticos de la música resulta compleja. Hay infinidad de trabajos que corroboran el bienestar físico, cognitivo y emocional que proporciona, pero ninguno aporta la prueba concluyente del beneficio obtenido. Los centros sanitarios donde se recurre a ella son testigos, sin embargo, de la enorme satisfacción que proporciona. No cura, pero constituye una caudalosa fuente de felicidad.
Un grupo investigador de la Universidad de McGill, en Canadá, ha avanzado ahora en el conocimiento sobre el valor del arte del pentagrama. La música, según han descubierto, tiene más posibilidades de aliviar el dolor cuando se toca a nuestro ritmo natural, que es al que estamos habituados. Música lírica, rock, jazz o hip-hop, los gustos de cada paciente resultan determinantes a la hora de elegir el tipo de melodía que se le puede ofrecer como complemento a su programa terapéutico.
La investigación se publica nada menos que en 'Pain', que es la revista líder en el campo de la investigación médica en el ámbito del dolor. El hallazgo, aunque parezca una perogrullada, no lo es. «Hemos vivido convencidos de que la música relajante funciona mejor como analgésico, pero no es del todo cierto», afirma la profesora de Neurociencia Caroline Palmer, coautora del trabajo. Convencidos de que no tenía por qué ser así, el grupo decidió investigar de qué modo el tempo –la velocidad a la que debe ejecutarse una pieza– influía de algún modo en la capacidad de reducir el dolor.
Investigaciones previas habían demostrado que cada individuo responde a su propio ritmo musical. Se toque un instrumento o no, simplemente se disfrute, las personas se sienten más cómodas con algunas melodías que con otras; y esa respuesta, además de la cultura individual, tiene que ver en buena medida con los ritmos circadianos, los cambios físicos, mentales y de comportamiento que experimenta cada uno a lo largo de 24 horas.
Los científicos canadienses evaluaron el impacto de una conocida canción infantil ('Twinkle, Twinkle, Little Star') en un total de 60 participantes, algunos con conocimientos musicales y otros no. Todos ellos fueron sometidos a niveles bajos de dolor, mientras escuchaban la cancioncilla seleccionada, cada uno al ritmo y estilo que había elegido previamente. Todos experimentaron mejorías.
En el peor de los casos, el dolor experimentado no iba más allá del que se siente cuando se toca una taza de café caliente y se retira rápidamente la mano. La música, según se vio, reducía significativamente la percepción de dolor y, lo más importante, el ritmo elegido determinaba el alcance de esa sensación. La música, maravillosamente sana.
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