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Julio Arrieta
Lunes, 21 de abril 2025, 00:11
Todos hemos hecho la pregunta «¿qué tengo, doctor?» alguna vez. Forma parte de un protocolo social establecido desde que existen los médicos de cabecera. Nos ... duele algo; vamos a la consulta;se lo contamos al médico; nos hace unas preguntas, nos examina; llega a un diagnóstico, nos dice lo que padecemos y, si la cosa no es muy complicada ni requiere visitar a especialistas, nos receta el remedio. Nos vamos a casa con la solución, tranquilos porque este ciclo se ha completado como se supone y creemos que tiene que hacerlo. Pero a veces no es así. A veces no hay diagnóstico. «No tienes nada», dice el galeno. «Pero a mí me duele. Aquí. Mucho». «Pero es que no tienes nada». Desconcierto. Quizá salte el comodín: «Puede ser psicológico».
¿Qué es lo que nos pasa cuando sentimos dolor y éste no se corresponde con ninguna lesión o enfermedad? «¿Por qué me duele si no tengo nada?». Esta pregunta es el subtítulo de 'Tu cuerpo habla' (Ed. Vergara), el último libro de Arturo Goicoechea, neurólogo reconocido y pionero en España en la investigación de los llamados 'síntomas sin explicación médica' y en neurobiología del dolor. Se trata de una original exploración de los mitos, sesgos y falacias que rodean la autopercepción de la salud y la enfermedad, proponiendo una visión original basada en cómo el cerebro construye y narra nuestra experiencia corporal.
Todos los seres humanos experimentamos el dolor a lo largo de nuestras vidas, por lo que tendemos a pensar que sabemos lo que es. Pues no. Asumimos que el dolor y el daño son equivalentes, cuando en realidad el dolor no es simplemente la expresión directa de un daño físico o de una lesión, como podríamos imaginar (por ejemplo, un golpe o una herida). Es una construcción del cerebro, una interpretación que éste hace a partir de múltiples señales e influencias, el mensaje que genera con la información que recibe del sistema nervioso, que procesa con la que ya tiene acumulada y ha obtenido por la experiencia.
«El organismo siempre utiliza ambas fuentes de información:las construidas, memorizadas e incorporadas en el relato, y los datos de los sentidos en tiempo real», escribe Goicoechea. Yel cerebro construye un relato con ello. El organismo se autoorganiza y adapta al entorno mediante un proceso de aprendizaje inconsciente (error-ensayo-error), asignando valor positivo o negativo a nuestras acciones. Este proceso genera un relato interno que se proyecta en nuestra conciencia como si fuera una película. Aunque asumimos que esta película refleja fielmente nuestra realidad interna y externa, no siempre es así: un cuerpo sano puede ser interpretado como enfermo debido a esta narrativa distorsionada.
«En la consulta, el padeciente espera recibir un relato ya predeterminado, socializado, con el final feliz del diagnóstico y la receta exitosa», explica Goicoechea. «Tienes esto y tómate esto. Tenemos de todo para todo». Porque este relato «también es autocomplaciente para el profesional».
«El problema surge cuando padecemos el síntoma sin que nada, en apariencia, lo explique y justifique», añade el experto. Porque para el padeciente el relato está claro: «Me duele la cabeza». Es posible que todo esté en orden en los tejidos «de la zona en la que se proyecta el dolor. Puede que estemos ante un problema del relato, de la película que se ha montado el organismo». Y ojo, ese relato no es una entelequia, «es algo biológico, tan biológico como el daño físico».
– ¿El padeciente se imagina el dolor?
– En absoluto. Es el que lo padece, el que lo recibe en la conciencia.
La clave es que «el dolor misterioso no se resuelve con ibuprofeno o similares, sino analizando y saneando el relato, con conocimiento. Desaprendiendo lo aprendido». Porque en estos casos el organismo está actuando como si efectivamente «hubiera algo dañado o estuviera amenazado por una energía térmica, mecánica o química potencialmente en ese momento y lugar...», cuando no hay ninguna amenaza.
Goicoechea apunta que muchos profesionales no acaban de saber cómo gestionar esa situación y pueden tirar balones fuera. Generalmente, en dirección a la consulta de psicología. «Al no existir la evidencia de una causa patológica que explique y justifique los síntomas, los profesionales cuestionamos el relato: 'Imaginas que te duele, pero todo es normal', 'eres tú'».
Así, quienes sufren los 'síntomas sin explicación médica' están vendidos. «No saben qué hacer después de peregrinar por todo tipo de consultas». Por ello hay que orientar «al padeciente. Necesita saber dónde está el problema».
– ¿Y dónde está?
– En mi opinión, está en el relato. Hay que analizarlo, conocer cómo se ha gestado.
Ese relato se puede desintoxicar, pero para ello «hay que estar convencidos de que el problema reside en la película que el organismo ha construido». No se trata de «reprogramar un cerebro alterado, hipersensible, con ejercicios diseñados para modificar la conectividad de los circuitos». Porque no tenemos esa capacidad. «El cerebro no es un ordenador». Se trata de «aportar inteligencia al sistema y quitar miedo irracional, con argumentos, complementados con actividad, individual o colectivamente. 'Educación en biología de la actividad' se podría titular la propuesta».
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