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La adicción al sexo se dispara Cuando la libido y el porno arruinan tu vida Robert Weiss, el hombre que cura a los altos ejecutivos y famosos sexoadictos

Hasta hace poco era algo que solo confesaban algunos famosos y que más bien servía para justificar sus escarceos. Pero la adicción al sexo es un problema –para algunos, una enfermedad– que afecta a millones de personas. Hablamos con Robert Weiss, experto mundial en la materia y creador del primer tratamiento específico en 1995.

Lunes, 28 de Noviembre 2022

Tiempo de lectura: 8 min

La sala de espera es anodina. Podríamos encontrarnos en cualquier clínica dental al uso. Sólo los libros de los estantes indican que estamos en un lugar peculiar. En el lomo de uno de ellos se lee 'sexohólicos anónimos'. Nos hallamos en primera línea del frente contra la adicción al sexo. Esta clínica privada de Los Ángeles está considerada como una de las mejores de EE.UU. Entre sus pacientes, abogados, altos ejecutivos, famosos… y también dentistas. Todos acuden aquí por lo mismo: la líbido les está arruinando la vida.

En una pequeña sala de la clínica, tres hombres blancos –a quienes llamaremos Joe, Charles y Larry– están sentados frente a una pizarra. Joe es un ejecutivo, de unos 50 años. «¿Que cómo consiguió mi mujer que me lo tomara en serio?», pregunta de forma retórica. «Bueno, pues al final tuvo que enviarme por el móvil una foto de una pistola sobre nuestra cama. Junto con la amenaza de que iba a suicidarse».

Un paciente cuenta que cada noche miraba porno 'on-line' cinco horas. «Esta adicción es un monstruo que nunca termina de saciarse»

Charles es un abogado de modales impecables. Larry, un empresario venido a menos. Estos tres hombres se encuentran en el cuarto día de un cursillo de dos semanas para combatir su adicción. Durante la terapia han compartido secretos que pensaban llevarse a la tumba.

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Vergüenza y obsesión. Shame, película protagonizada por Michael Fassbender, aborda la adicción al sexo desde la experiencia de un neoyorquino de buena posición, obsesionado con la pornografía, las prostitutas y las relaciones esporádicas.

Joe está obsesionado con la pornografía dura. Anteriores terapeutas lo describen como un mujeriego compulsivo. Tanto él como su esposa han sufrido diversas crisis de nervios. Él mismo ha pensado en el suicidio.

Charles sufrió abusos de su padrastro durante la niñez. En la edad adulta se enganchó al porno violento y se acostumbró a pasarse horas rastreando por Internet. Dicho hábito terminó por llevarlo a una serie de peligrosos encuentros sexuales con hombres desconocidos. Su segunda esposa no sabía nada antes de casarse. Hoy lo sabe y no le gusta.

Larry fue expulsado del hogar familiar hace semanas, después de que su mujer leyera su diario personal y se enterase de que contrataba prostitutas. Y sí, también está enganchado al porno por Internet. Ahora se queja de que por todas partes hay «estímulos» que disparan su obsesión.

Es difícil encontrar cifras fiables, pero la Society for the Advancement of Sexual Health estima que entre el 3 y el 5 por ciento de la población estadounidense –15 millones de personas– podrían ser considerados como sexoadictos

Los comportamientos de estos adictos no se ajustan al cliché de un adúltero glamouroso como Tiger Woods. Según los sexólogos, lo que cuentan centenares de adictos son sórdidas historias personales. El mercado para tratarlos está en expansión, y los terapeutas defienden que esta adicción sea considerada una enfermedad. Entre los pioneros en este terreno se cuenta Robert Weiss, el fundador del Sexual Recovery Institute, la primera clínica en establecer un programa de tratamiento de la adicción al sexo en 1995. Es aquí adonde Joe, Charles y Larry han acudido. Cada uno de los tres paga 10.000 dólares por dos semanas de terapia… Y estamos hablando de uno de los programas de este tipo más baratos. Otras clínicas pueden salir por más de 60.000 dólares.

El terapeuta Robert Weiss es discípulo de Patrick Carnes, el terapeuta que acuño el término ‘adicción al sexo’ a principios de los 80. Una de las primeras cosas que Weiss explica es que, si quiero entender qué es la adicción al sexo, debo ver la película Shame. «Muestra –asegura Weiss–, de forma muy realista la destructiva búsqueda de intensidad sexual de estos enfermos».

El paciente promedio de Weiss es un profesional cualificado, de entre 34 y 45 años, con dos hijos pequeños: un individuo que busca una vía de escape… Y con un historial de traumas sexuales o emocionales

Sin embargo, cuando uno escucha hablar a los pacientes, la película no termina de hacer justicia a los abismos a los que se asoman los sexoadictos. Un padre de tres hijos explica que el dinero para el alquiler se lo gastaba en prostitutas. Otro habla de su adicción como de «un monstruo que nunca termina de saciarse».

«A veces son incapaces de ir a trabajar, muestran ansiedad o síntomas depresivos», dice Sharon O’Hara, directora médica del Sexual Recovery Institute.

Lo importante es el ritual

La conducción del coche durante horas hasta dar con la prostituta buscada. Algunos cosifican su propio cuerpo: afirman ir a los salones de masajes «para que les hagan un arreglo», como el que lleva el coche al taller.

Con todo, solo uno o dos factores parecen ser constantes en todos los casos. «Siempre llevan una vida secreta», explica O’Hara. «Tal como yo lo veo, si hay ausencia de mentiras, no se da una verdadera adicción». Otra característica común es su inteligencia. Como dice Weiss: «Muchos de nuestros pacientes son brillantes y plenamente capaces de llevar dos vidas en paralelo».

La tercera constante es la incapacidad para dejar su adicción, por mucho que sus conductas tengan consecuencias terribles. Los antiguos griegos tenían una palabra para describirlo: akrasia, o la tendencia a actuar en contra del sentido común. Es el mismo fenómeno que se da en los fumadores o los alcohólicos, que continúan con su adicción a pesar de ser conscientes de sus riesgos.

Los adictos pueden parecer estúpidos, pero suelen ser muy inteligentes. Pueden llevar una doble vida sin problemas

El escáner muestra que los cerebros de los sexoadictos se iluminan al ver pornografía. Algo parecido a lo que le ocurre al cocainómano ante la cocaína. Weiss asegura que el cerebro de un sexoadicto es presa de unas descargas de adrenalina que llevan al individuo a sumirse en una suerte de estado primordial. Los adictos a veces dan la impresión de sumirse en estado de trance a la hora de planificar la próxima aventura. Más tarde describen que el coche en que fueron al lugar de la cita clandestina parecía conducirse solo, explica Weiss.

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Mea culpa. Michael Douglas, Tiger Woods o Charlie Sheen, son algunos de los famosos que han reconocido su adicción y han pasado por la terapia.

Algunos medios americanos aseguran que en Estados Unidos se está dando «una epidemia de adicción al sexo». Y aseguran que el fenómeno tiene un origen muy preciso: Internet. Afirman que, cuando el adicto se conecta a la Red, al momento experimenta un subidón. Y cada clic del ratón lleva a una experiencia más intensa que la anterior. La Red los ha liberado de la vergüenza y el pánico. «Antes quien quería consumir pornografía tenía que vestirse, salir en el coche y dirigirse a un establecimiento muchas veces mugriento y asqueroso», agrega. «Todo eso ha pasado a la historia».

Por supuesto, hay muchos escépticos. Unos porque, basándose en que muchos sexoadictos pasan por estados depresivos, concluyen que tan solo es el síntoma de un problema subyacente mayor; otros porque sospechan de que tras la etiqueta de ‘sexoadicción’ sólo hay unos tipos simplemente salaces.

Philip Hodson, alto cargo de la British Association for Psychotherapy, no está muy conforme con la etiqueta de ‘adictos’. Según él, «se está utilizando la palabra ‘adicción’ de una forma muy frívola». Para Hodson y quienes piensan como él, la adicción al sexo es una etiqueta que se ha visto favorecida por el modo en que la neurociencia está ocupando el lugar de la psicoterapia. «Es verdad que se puede demostrar que el sexo estimula las mismas partes del cerebro que la heroína, pero es un hecho que los especialistas no tienen la menor idea de lo que en realidad significa eso». Hodson pone un ejemplo, el de situar hipotéticamente a dos personas en una zona de guerra. «Una de ellas es adicta a la heroína; la otra, al sexo. Al final del día en la zona de guerra, tan solo una de ellas va a sentir el síndrome de abstinencia: el heroinómano. En una situación así, el sexo se convierte en la última preocupación del individuo».

Hay quienes creen que hablar de una adicción es una forma de excusarse apelando a una supuesta enfermedad. Pero es la única forma de abordar un tratamiento

La argumentación más convincente contra la etiqueta de la adicción seguramente sea esta: la catalogación de ciertos comportamientos como adicción viene a ser una forma de exonerar tales comportamientos.

Es una crítica que los terapeutas de Los Ángeles han escuchado otras veces y para la que tienen su propia respuesta. «Muchas personas dicen que hablar de una adicción es una forma de excusarse apelando a una supuesta enfermedad», dice O’Hara. «Se trata de un equívoco absoluto. Hay que reconocer que el individuo sufre un trastorno –del que él muchas veces no es culpable– y que tiene la responsabilidad de hacer lo necesario para recuperarse y evitar determinados comportamientos».

En la pequeña sala de tratamiento, Joe, Charles y Larry acaban de explicar el daño que han hecho a sus cónyuges. Confesarlo no ha resultado muy agradable. Tampoco las expectativas de solución lo son. Les han dicho que sus mujeres van a sufrir síndrome de estrés postraumático, que les esperan 18 meses de enfrentamiento y antagonismo, por parte de sus esposas. Pasado ese periodo, es posible que la ira de sus parejas remita, pero el vínculo de confianza que existía entre ellos y se habrá volatilizado para siempre.

¿Que si he sido un sexoadicto? No es fácil responder. Mi adolescencia fue la de tantos chicos de clase media-alta, que festejan el final de los estudios con un viaje con los amigotes a un burdel en Ámsterdam. Yo ya había perdido la virginidad, de forma poco memorable, y la experiencia en el burdel también fue decepcionante. Pero me quedé con la impresión de que podía pagar por el sexo. Todos lo hacían, ¿qué importancia tenía?

Por entonces ya bebía más de la cuenta. Tenía amigos y hasta llegué a echarme una novia. Sin embargo, durante esa época todo el dinero se me iba en el sexo. Nunca repetía con la misma prostituta. Además, empecé a descontrolar con la bebida. La adicción es ese ansia que te entra antes de poner una cosa en práctica, puede tratarse del juego, la bebida o del sexo. Te dices que no te crees capaz de hacer algo así, pero lo haces y luego te detestas a ti mismo por haberlo hecho. La vergüenza también es adictiva. La gente suele decir que «uno se deja arrastrar», como si fuera algo involuntario. Pero en mi caso nunca fue así. Todo lo planeaba meticulosamente.

Aprovechaba que mi novia se iba de viaje para concertar citas y echar una canita al aire… Pero la diversión dura diez segundos, y luego te encuentras en una habitación que huele a lejía, te has dejado una pasta y te pones a pensar en las mentiras que vas a contarle a tu novia. Mis comportamientos entraron en espiral. Me sentía irritable y deprimido. Dejé las prostitutas cuando abandoné la bebida, cuando mi novia, con quien quería casarme, me amenazó con abandonarme. No me reconozco en mi vida anterior, pero tengo amigos que siguen metidos en ella. ■