Cinelandias 'El evangelio según San Mateo', divino Pasolini
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Pier Paolo Pasolini, con sus violencias y desafueros y con sus desgarradas blasfemias, consigue penetrar en la entraña misma del Misterio. Toda su obra está llena (aunque sea de modo corrosivo) de divina gracia. Esta grandiosa película de belleza escueta y árida alcanza momentos de una emoción dramática excepcional.
Viernes, 03 de Noviembre 2023, 09:57h
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L’Osservatore Romano afirmó que El Evangelio según San Mateo (1964) es «la mejor obra sobre Jesús de la historia del cine». Me alegró mucho esta 'rehabilitación' del diario vaticano, que en otras épocas tildaba a Pasolini de intelectual «enigmático y reprobable», de «una escritura corrosiva y actitudes bastante excéntricas». Aunque, si lo consideramos en profundidad, los aparentes vituperios resultan un inconsciente elogio, pues Pier Paolo Pasolini (1922-1975), con su corrosividad y su excentricidad, se erige en uno de los más grandes réprobos/benditos de Dios de la historia del arte: uno de esos creadores que, con sus violencias y desafueros, con sus desgarradas blasfemias y sus inmersiones bárbaras en la 'noche oscura' del alma, han conseguido penetrar en la entraña misma del Misterio, cosa que no han conseguido ni remotamente tantos y tantos artistas sentimentaloides que han conducido el arte católico a la intrascendencia y a la decrepitud.
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Dedicada a Juan XXIII, El Evangelio según San Mateo se trata de una despojada traducción a imágenes del más escueto y esencial de los textos evangélicos, cuya literalidad Pasolini no manipula en ningún momento; y en donde no se nos escamotea ningún pasaje en verdad significativo. Sorprenderá a los desavisados que, siendo Pasolini un artista tan extremo, no trate de adulterar o tergiversar ninguno de los dogmas de la fe católica; y es que los desavisados nunca entenderán que nada hay tan extremo como los dogmas de la fe católica, que sólo los puede aceptar plenamente quien está libre de respetos humanos y componendas. Y Pasolini era un artista sin respetos humanos ni componendas; y también comunista y homosexual (de vida, además, especialmente disoluta). Que fuese ateo me parece muchísimo más discutible: no sólo por esta película, sino en general por todo su cine, que es el cine de un creyente, sólo que de un creyente que vive, desesperado, en las tinieblas de Viernes Santo.
Que Pasolini fuese ateo me parece discutible: su cine es el de un creyente que vive, desesperado, en las tinieblas de Viernes Santo
Toda la obra de Pasolini está llena (aunque sea de modo corrosivo) de divina gracia, que como el quod divinum horaciano sopla donde quiere, y con frecuencia elige a los más pecadores como beneficiarios de su soplo; y gusta, además, de adentrarse «en territorios dominados en gran medida por el demonio», como escribía Flannery O’Connor. De esas incursiones de la gracia en 'territorio enemigo' está poblada la historia del arte, como prueban obras literarias como la Balada de la cárcel de Reading, de Oscar Wilde, pinturas como las de Caravaggio o esta inmensa película de Pasolini, en la que el creyente encontrará ocasión para renovar su fe y el incrédulo motivos de asombro que harán tambalear sus prejuicios.
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Ninguno de los actores que trabajaron en El Evangelio según San Mateo era profesional; y muchos de ellos fueron reclutados entre campesinos, pescadores y obreros. Para encarnar a Jesús, Pasolini eligió a un español de madre italiana, Enrique Irazoqui, sin experiencia interpretativa alguna; y para encarnar a una Virgen María ya anciana que llora al pie de la Cruz, el director se decantó por su propia madre, Susanna Pasolini, católica piadosa que llora con un escalofriante verismo (tanto que no podemos dejar de ver en su llanto una premonición del dolor que le habría de causar el asesinato de su propio hijo). La película, rodada en un blanco y negro sin artificios formales, es de una belleza escueta, leñosa, incluso árida (más no por ello menos arrebatadora), que no admite edulcoramiento alguno de las palabras y hechos evangélicos; y, a través del despojamiento más absoluto, alcanza momentos de una emoción dramática excepcional: así, por ejemplo, con los dilemas que se le plantean a San José cuando sabe que la Virgen se ha quedado embarazada; o en la diatriba contra los fariseos; o en la secuencia del Gólgota. Pasolini elige, además, paisajes desconcertantes o ucrónicos que, aparentemente, añaden un componente de extrañamiento a la narración; pero que a la postre no hacen sino entrañarla y hacerla más auténtica.
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Algo semejante podría decirse de las elecciones de la banda sonora, en donde el compositor argentino Bacalov selecciona lo mismo obras de grandes compositores, como Bach, que fragmentos de la 'misa Luba', una bellísima versión de la misa latina basada en cánticos tradicionales congoleses. En algún pasaje del Evangelio leemos que «será mayor la alegría en el cielo por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia»; y yo siempre he visto esta grandiosa película como una hermosa y apabullante penitencia que hubo, sin duda, de provocar una gran alegría en el cielo.
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