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Si Greta Thunberg te parece muy combativa, prepárate para conocer a Léna Lazare

El activismo climático se radicaliza

Si Greta Thunberg te parece muy combativa, prepárate para conocer a Léna Lazare

Fotografía: Kyran Ridley

La 'generación Greta' tiene una nueva heroína. Se llama Léna Lazare, es francesa y ha llevado el activismo climático a una dimensión desconocida, incluyendo sabotajes, destrucción de propiedades y batallas campales. A cara descubierta.

Viernes, 30 de Agosto 2024, 08:51h

Tiempo de lectura: 5 min

Léna Lazare no oculta su identidad… Ni su rostro, que se ha convertido en un referente mediático, con exquisitos posados en Vanity Fair, Wired o Le Monde. Tampoco se ampara en la oscuridad. Su legión de seguidores perpetra sus acciones a plena luz del día, casi siempre en un ambiente festivo. «Nos negamos a que nos etiqueten como delincuentes», explica con una tímida sonrisa. «Actuamos contra infraestructuras que tienen un impacto grave sobre el medioambiente y los seres vivos, pero limitando los daños materiales y procurando que no haya riesgos para las personas».

Mesías concienciada para unos y ecoterrorista con cara de ángel para otros, Léna Lazare (Calais, 1998) es cofundadora y portavoz de Les Soulèvements de la Terre ('Sublevaciones de la Tierra'), el más multitudinario (110.000 militantes) de una nueva hornada de grupos climáticos europeos. Pero, antes de radicalizarse, Lazare siguió la estela de Greta Thunberg, la activista sueca, a la que primero admiró y luego consideró demasiado blanda. «No se avanza lo bastante rápido. Debemos reinventarnos, guiar a la gente a la desobediencia civil», argumenta.

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A la izquierda de Greta. Léna se convirtió en coordinadora nacional de Jóvenes por el Clima, la filial francesa del frente ambientalista creado por Greta Thunberg, y comenzó a aparecer en los medios hablando de la crisis climática y de su decisión de no viajar en avión. Pero se independizó, decepcionada por la falta de resultados.

Sus caminos se cruzaron antes de la pandemia. Greta había iniciado en 2018 la huelga escolar que la hizo famosa en todo el mundo. Tenía 16 años (hoy tiene 21). Lazare, que en la actualidad tiene 26, estudiaba entonces Matemáticas y Físicas en La Sorbona (carreras que ha dejado para hacer horticultura) y ya había lanzado su propio grupúsculo en París, en el que se discutía, sin pasar a mayores, la conveniencia de la acción directa. Lazare se unió entonces a los Viernes por el Futuro, el movimiento pacífico impulsado por Greta, al igual que millones de escolares y universitarios fascinados por su personalidad y su mensaje.

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La historia de Lazare como activista es curiosa. Sus padres son cineastas. Desde niña viajaba mucho y tenía amigos por todo el mundo, en especial japoneses, cuyo idioma incluso aprendió. En 2011, a sus 12 años, un tsunami provocó la catástrofe en la central nuclear de Fukushima y las fugas radiactivas obligaron a evacuar a 15.000 personas. Lazare pasó semanas leyendo compulsivamente sobre el tema, horrorizada. Aquel desastre la marcó para siempre. Y la inspiración de Greta la animó durante un tiempo, hasta que una combinación de desencanto y urgencia, compartida con muchos jóvenes ante lo que consideran la falta de acciones efectivas por parte de los gobiernos, la empujó a adoptar tácticas más extremas a partir de 2021, con la fundación de las Sublevaciones.

Históricamente, el movimiento ecologista ha preferido realizar actos simbólicos. No obstante, nunca ha desdeñado el sabotaje, pero era esporádico y minoritario, limitándose a acciones perpetradas con nocturnidad contra centrales nucleares o contra la industria ballenera; acciones que, a menudo, llevaban a los autores a la cárcel. La novedad que introduce Lazare se puede resumir así con unas pocas pinceladas. Fuera el pasamontañas; hay que dar la cara. Envolver las acciones en un ambiente festivo y familiar, incluso amenizarlas con música. Nunca falta un DJ o una batucada. Pero que nadie se confunda: a Lazare no le tiembla el pulso cuando empuña un pico y golpea la tierra hasta dar con las tuberías que alimentan una megabalsa en la campiña gala, cerca de cualquier pueblo de la Francia vaciada (que también existe). Tubería que será arrancada mientras los drones de la Policía sobrevuelan el terreno y los gendarmes desplegados esperan órdenes para actuar.

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El frente medioambiental. Sainte-Soline, una localidad rural cerca de Burdeos, se convirtió el año pasado en escenario de una batalla campal. Las protestas contra las llamadas 'megabalsas' dejaron 31 heridos. Interior llegó a ilegalizar la organización de Léna, pero el Supremo anuló la decisión.

Las Sublevaciones se han convertido en la vanguardia del movimiento climático en Francia, enfocando su lucha en las megabalsas, convertidas en símbolo de una política contra la sequía que consideran catastrófica porque vacía los acuíferos. Estos sistemas de almacenamiento de agua, capaces de contener hasta 300 piscinas olímpicas, son criticados por acaparar recursos hídricos para beneficio de grandes explotaciones agrícolas. Se calcula que solo el 4 por ciento de los agricultores tiene acceso a estas balsas, mientras el resto se enfrenta a restricciones cada vez más severas. El conflicto fue in crescendo hasta que estalló en marzo de 2023, cuando una protesta masiva en Saint-Soline, oeste de Francia, degeneró en una violenta confrontación entre 6000 manifestantes y 3000 antidisturbios.

Hubo decenas de heridos de ambos bandos. «Muchos nos sentimos traumatizados por lo que ocurrió», recuerda Lazare. El ministro del Interior, Gérald Darmanin, acusó a los organizadores de terrorismo, y el Gobierno ilegalizó la organización en junio. Pero el pasado noviembre el Tribunal Supremo anuló la decisión, ya que la consideró desproporcionada.

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El movimiento sigue muy vivo, ha creado 180 comités locales y planifica su siguiente campaña cada seis meses. Parte del trabajo de Lazare consiste en suavizar la imagen que proyectan: «El radicalismo siempre debe contar con el apoyo de una masa de gente para salir victorioso», confiesa a Wired.

Su ejemplo ha prendido en otros países europeos. El más mediático es el grupo Just Stop Oil, nacido en el Reino Unido, que ha atacado obras de arte en museos con salsa de tomate; asaltado recintos deportivos y rociado el monumento megalítico de Stonehenge con pintura temporal, buscando transmitir la urgencia de la crisis climática, que está lejos de ser contenida. En Alemania, el grupo Letzte Generation ('Última Generación') ha llevado a cabo acciones directas contra decenas de estaciones de control de infraestructuras petroleras.

En Suecia, el ecólogo Andreas Malm publicó Cómo dinamitar un oleoducto (Errata Naturae) después de una avalancha de incendios forestales sin precedentes en el país escandinavo. Malm traza un paralelismo estratégico entre el activismo climático actual y el Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos. Argumenta que, así como la creciente influencia de Malcolm X presionó a los presidentes Kennedy y Johnson a colaborar con Martin Luther King, «un flanco radical en el movimiento climático podría impulsar a los políticos a trabajar con activistas moderados, cuyas demandas parecerán razonables en comparación».

Pero esta visión es muy controvertida incluso en los círculos ambientalistas. A pesar de su creciente atractivo, estos grupos también causan espanto a muchos ciudadanos y división entre los activistas, que lo consideran una deriva peligrosa e incluso contraproducente, pues la violencia desacredita al movimiento y exacerba el odio en redes sociales hacia la ecología en general. El futuro del debate climático parece dirigirse hacia una creciente polarización, con enfrentamientos cada vez más enconados entre radicales y negacionistas. Una dinámica que amenaza con marginar las voces moderadas y el sentido común… cuando más falta hacen.