Viernes, 10 de Enero 2025, 09:27h
Tiempo de lectura: 3 min
Cada año que comienza –cada día incluso si bien se mira– es una oportunidad para hacer las cosas un poco menos mal. Nunca es tarde para enmendar errores o para tratar de sumar algún acierto. En la memoria del 2024 quedarán meteduras de pata considerables, para las que será expediente demasiado ligero cargarlas sin más al malquerido oponente. En cada sociedad y en el mundo operan fuerzas que nos empujan a empeorar, y no son nuevas. Son, en fin, las viejas fuerzas del miedo y del interés, que ya nuestro Ramón J. Sender comparaba hace casi un siglo con los barrotes de una cárcel. Liberarse de ellas es tarea de todos, igual que es gracias a la torpeza de todos como se forja la aleación del metal aciago que nos aprisiona. Trae 2025 muchos días para romperlo. Solo hace falta querer mejorar. De veras.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Ser mejor
«Sé el mejor en lo que hagas mejor», afirma Charles Handy (el autor y filósofo irlandés especializado en comportamiento y gestión organizacional recientemente fallecido). ¿Pero quién decide lo que haces mejor? «Lo sabrás –afirma Handy– porque te sentirás cada vez más útil». Una satisfacción íntima que se justifica por sí misma y que no depende del número de ceros de la nómina o del cargo.
Ana Maria Muntada Batlle. Granollers (Barcelona)
Bienvenidos a casa
Jueves, diciembre. Control en el primer aeropuerto: «Quítese los zapatos también». Segundo vuelo, hay que ir a «Salidas» y volver a facturar. Pasamos juntos tres compañeros. «La maleta, también en una bandeja». Escala en Estambul. Conexión internacional: «Ordenadores y equipos electrónicos, aparte». Nos separamos: uno a Valencia, otro a Madrid para ir a La Coruña y yo, a Málaga. Último control: llegadas de fuera de la CEE, escáner de la Guardia Civil. «Solo las maletas, por favor». Pasamos juntos Santi y su hijo Jaime, el hermano de Javier y otro amigo de Santi, que venía en el mismo vuelo. «¿De dónde vienen?». «De Arabia, vía Estambul». «Bienvenidos a casa». Volvemos la cara con una sonrisa.
Ignacio Hueline. Correo electrónico
Teatro de marionetas
Esta página de la historia de la que todos formamos parte se escribe en manuscritos ocultos en los cajones de maquiavélicos personajes que juegan a ser dioses. Es tiempo de cruzadas imposibles, de descubrimientos inconfesables, de repúblicas sin pasado, de guerras de religión incomprensibles, de revoluciones de costumbres y tradiciones, de dolorosos desplazamientos de personas desubicadas... Hoy se cuestiona a los artistas célebres y se ensalzan ridículas manifestaciones de pintura o de poesía, diseñadas para ingenuos que no las rebaten porque están abducidos por pensamientos insustanciales y se dejan embaucar sin oposición. Quedan ya lejos los cuentos de hadas y los estribillos pegadizos de la canción del verano. Soy un bufón de las letras intentando inventar palabras que no existen, intentando encontrar un verbo que me consuele de esta locura de historia que se ha convertido, por desgracia, en un teatro de marionetas. ¡Quién retrocediera a la infancia, plena de caricias sinceras, de autenticidad, de lágrimas espontáneas, de retos y hallazgos, de asombro y de sueños…! Me pierdo en divagaciones. Permanecerá en guardia mi espíritu para llegar al corazón de la verdad, procurando esquivar daños colaterales. Y, a pesar de los pesares, os deseo que seáis moderadamente felices.
Maribel Núñez Arcos. Badajoz
LA CARTA DE LA SEMANA
Un nuevo atardecer
Con los años, cuando ya, con suerte, peinamos canas, estas fechas no son como cuando éramos niños, ni siquiera como años atrás. Este corto viaje nos ofrece grandes momentos, pero esta vida también, con puño de hierro, como solo ella sabe, nos muestra a veces una cara mucho más amarga, forjando, a fuerza de heridas y cicatrices, nuestra alma. Nos van faltando personas que eran parte de nosotros, y el corazón, aunque resista estoico, latido tras latido, se resiente. Y ya cuando los atardeceres restantes serán devastadoramente muy inferiores a los pasados, cada gesto, cada palabra, multiplica su valor por un millón. Entonces observamos ese antiguo horizonte, antaño juvenil, difuso y lejano, y lo vemos, curiosamente, menos borroso, más cercano; porque nuestros ojos, cansados, pero más sabios, observan tras unos lentes, tras una ventana... tras todos esos cristales, curiosamente, con más claridad que antes. Y entonces, a pesar de todo, sonreímos por ver un nuevo atardecer.
César Navarro. Reus
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