
¿Genio o impostor?
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¿Genio o impostor?
Martes, 25 de Febrero 2025, 15:29h
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Jueves 6 de septiembre de 1951. Calle Monterrey número 122, en la Ciudad de México. Fiesta en el apartamento de los anfitriones estadounidenses a la que asisten otros expatriados. Abundan la ginebra Oso Negro y la benzedrina, muy habituales en la casa. Un vaso cargado de esa misma ginebra oscila inestablemente sobre la cabeza de una de las invitadas, que hace esfuerzos por guardar el equilibrio. A dos metros de ella, su marido empuña una Star 380, legendaria pistola española fabricada en Eibar, haciendo alardes de su puntería, jugando los dos, divertidamente, a Guillermo Tell. La mujer que ya se desangra en el suelo era Joan Vollmer, de sólo 28 años; su marido —sin entender aún si todo es o no real—, William S. Burroughs, una de las figuras más influyentes y disruptivas de la literatura y el arte del siglo XX, justo antes de empezar a serlo.
Aquella tragedia marcó un antes y un después en su vida y lo llevó a la escritura como una forma de expiación: «Me veo obligado a llegar a la terrible conclusión de que nunca me habría convertido en escritor si no hubiera sido por la muerte de Joan, y a darme cuenta de hasta qué punto este acontecimiento ha motivado y formulado mi escritura. Vivo con la amenaza constante de la posesión y con una necesidad constante de escapar de la posesión, del Control. De modo que la muerte de Joan me puso en contacto con el invasor, el Espíritu Feo, y me obligó a emprender una lucha que durará toda la vida, en la que no he tenido más opción que escribir para salir de ella».
Reside en esta enigmática y oscura frase el eje fundamental en torno al cual girará, crecientemente, toda la obra de William Burroughs, convencido de que el lenguaje era un 'virus' que infectaba la mente humana, a la que había seleccionado parasitariamente como su hábitat y sobre la que ejercía el control y que ese control, bajo el que él mismo estaba poseído, habría sido el que le habría llevado a empuñar el arma en dirección a su esposa como a tantos seres humanos a otras cosas para destruirnos. De ahí su necesidad constante de escapar de la posesión y su urgencia en escribir para, desde el lenguaje, destruir el lenguaje [ver el despiece final].
«Cuando mi esposa cayó —contó Burroughs a los periodistas con los que habló después de la tragedia—, pensé que se trataba de una broma». Las autoridades mexicanas lo encarcelaron a la espera de la reconstrucción de unos hechos sobre los que tenían versiones confusas, mojadas en alcohol. Tras dos semanas detenido, Burroughs quedó finalmente en libertad: su hermano Mortimer viajó desde Estados Unidos, pagó la fianza y, se cuenta, que no pocas mordidas con las que untar el mecanismo de la administración mexicana.
Aquí, entonces, otra explicación. William Seward Burroughs (San Luis, Misuri, 1914 - Lawrence, Kansas, 1997) había nacido en el seno de una familia acomodada: era nieto del inventor de la primera máquina de sumar, llamado igual que el escritor, y fundador de la Burroughs Adding Machine Company, que se convertiría en la mayor productora de máquinas calculadoras del mundo.
Las millonarias regalías de la empresa brindaron a su familia todas las posibilidades: Burroughs estudió así literatura en Harvard, luego antropología en Columbia como posgrado, y asistió posteriormente a la escuela de Medicina en Viena. En 1942, se alistó en el ejército de Estados Unidos para servir durante la Segunda Guerra Mundial, pero fue rechazado por la Marina y por la Oficina de Servicios Estratégicos. Por esa época comenzó a consumir drogas, primero morfina y después heroína, a la que se mantendría enganchado gran parte de su vida.
Como un bohemio, vivió entregado a los excesos sin más preocupación que la de seguir cada día su deseo. Viajó por Europa, América Latina y África y su creciente adicción lo sumergió en el submundo del narcotráfico, hasta el punto de —ya en pareja con Joan Vollmer en 1946— comenzar a traficar él mismo para disponer del más que alto nivel de drogas que consumían. Las brigadas de narcóticos de su país fueron cogiéndole la matrícula hasta detenerlo en Nueva Orleans. Tras dejarlo libre a la espera de un juicio, Burroughs y Vollmer siguieron huyendo hacia el sur, cada vez más cerca de la frontera con México, con dos menores a cargo: Julie, nacida en 1944, de un matrimonio anterior de Vollmer, y Willam Jr, fruto de la pareja, nacido en 1947.
«Mi proceso por posesión de heroína y marihuana no tenía una pinta demasiado prometedora —contó años más tarde Burroughs—. Así que no aparecí por el juzgado el día de la vista y me mudé a un tranquilo barrio de clase media de Ciudad de México (…). Como no podría regresar a Estados Unidos durante cinco años, solicité la ciudadanía mexicana y me apunté a algunos cursos sobre arqueología en la universidad».
México no le resultaba, además, extraño. Ya en 1949 lo había visitado y algo de cuanto había visto le había agradado. En el prólogo de Queer, el libro recientemente llevado al cine por Luca Guadagnino con Daniel Craig de protagonista, Burroughs escribió: «En México habían conseguido depurar el arte de no meterse en los asuntos de los demás. Jóvenes y hombres maduros caminaban por la calle cogidos de la mano sin que nadie reparase en ellos. No era que no les importara lo que pensaran los demás; sencillamente no concebían recibir críticas de un extraño o cuestionar el comportamiento de los otros».
Burroughs —que ya de niño había descubierto su homosexualidad— encontró así en aquel México un lugar en el que vivir plenamente, al margen de toda norma. A partir de 1949, además de volcarse al estudio, el escritor intentó algunos negocios con los que mantener a Vollmer y a los dos niños de la casa. Quiso montar una granja, pero pronto se asumió incapaz de cualquier trabajo manual. Desistió también de abrir un bar por los interminables sobornos que se exigía a los norteamericanos.
Acabó así viviendo diletantemente, de aventura en aventura, gracias al dinero que le enviaban sus padres, Mortimer y Laura Lee, que le brindaron una mensualidad durante la mayor parte de su vida adulta, mientras Joan hacía lo imposible por cuidar de los niños en una casa en la que no lograba no emborracharse a diario y consumir la benzedrina que no siempre encontraba, al borde de otra crisis psicótica como una que había sufrido en Nueva York. Esta infernal vida doméstica de Joan se acentuó durante el tiempo en que Burroughs se había marchado a Ecuador siguiendo a un joven del que se había enamorado, una aventura de la que volvió el lunes 3 de septiembre de 1951, tres días antes de la fatídica fiesta en que empuñó la Star 380 y mató a su esposa.
Burroughs dio diferentes versiones del tiroteo, negando su historia original de Guillermo Tell tras la intervención de su abogado. Contó entonces que dejó caer el arma y que esta falló. Más tarde, alegó incluso que disparó accidentalmente mientras intentaba vender el arma a un conocido, una versión corroborada por dos testigos, se dice, entrenados por su letrado...
Burroughs planeaba seguir en México, pero, de pronto, su abogado se fugó a Brasil tras disparar a un joven que había dañado accidentalmente su Cadillac. El escritor no dudó en huir también, incluso a Estados Unidos, pese a su causa abierta por narcotráfico. Sin embargo, Luisiana no había emitido la orden de arresto. En México, mientras tanto, lo condenaron a dos años de prisión por homicidio involuntario, una pena que nunca cumplió. Vollmer fue enterrada en Ciudad de México y sus padres se llevaron a los niños de regreso a los Estados Unidos. El padre de Joan dijo al Albany Times Union: «No tengo ninguna razón para creer que el disparo fue algo más que accidental».
En 1953, de regreso en Estados Unidos, Burroughs publicó su primer libro, Yonqui, una cruda autobiografía sobre la adicción a la heroína, que, con el apoyo clave de Allen Ginsberg, lo convirtió en un icono de la contracultura: escribir abiertamente sobre las drogas y la homosexualidad era entonces muy poco común. Pasó tiempo con sus padres en Palm Beach, Florida, acaso para convencerlos de que no dejaran de apoyarlo económicamente. Tal vez a base de promesas de rehabilitación, Burroughs acabó reconduciendo la situación y, tras un tiempo en Nueva York con Ginsberg, viajó, nuevamente financiado por sus padres, a Roma, a visitar a un amigo poeta, Alan Ansen, quien había estado en Tánger con Paul Bowles.
Inspirado justamente por Bowles y aburrido de Roma, Burroughs se marchó en 1954 a Tánger donde encontró un entorno afín a su temperamento y drogas a su alcance. Pasó allí los siguientes cuatro años escribiendo El almuerzo desnudo, su obra más conocida, publicada en 1959, en París, ciudad a la que Burroughs llegó huyendo, una vez más, cuando Tánger se volvió peligrosa para él a causa de los criminales con los que había tratado. Así y todo, un exdelincuente británico al que había conocido en Tánger, fue arrestado por importar narcóticos a Francia y denunció a Burroughs, que enfrentó en París cargos por conspiración para importar opiáceos. La suerte lo acompañó de nuevo: Maurice Girodias, editor de Olympia Press, publicó El almuerzo desnudo y su aparición contribuyó a que recibiera una sentencia suspendida, ya que la carrera literaria, según el biógrafo Ted Morgan, era entonces una profesión muy respetada en Francia. La novela, además, se hizo famosa en toda Europa.
Burroughs abandonó París en 1960 rumbo a Londres, convencido de que un conocido médico inglés, el doctor Dent, lo curaría de su adicción a la heroína con la misma droga indolora con que había tratado a otros el alcoholismo: apomorfina. Tras una primera cura, Burroughs finalmente recayó, pero escribió detalladamente sobre la apomorfina y envió su texto —Carta de un maestro adicto a drogas peligrosas— a The British Journal of Addiction. La carta (incluida en muchas ediciones de El almuerzo desnudo) acaso haya sido a la vez una velada perfomance del escritor para sus padres, que volvían a retirarle el apoyo económico, ahora forzosamente: el dinero de la familia disminuía y en la década de 1960 dejarían definitivamente de enviarle una mensualidad. El éxito de El almuerzo desnudo le permitió, sin embargo, autofinanciarse por primera vez.
Durante sus largos años en Londres, el escritor viajó varias veces a Estados Unidos (una de ellas para acompañar a su hijo, condenado por fraude de recetas en Florida) y se mantuvo publicando piezas en pequeñas imprentas literarias mientras su reputación crecía internacionalmente según los hippies y los universitarios descubrían sus primeras obras.
En 1974, preocupado por el bienestar de su amigo, Allen Ginsberg consiguió para Burroughs un contrato para enseñar escritura creativa en el City College de Nueva York. Burroughs logró dejar la heroína y se mudó a Nueva York.
Como profesor duró solo un semestre: veía a los estudiantes poco interesantes y sin talento. Aun necesitado de ingresos, rechazó otro puesto de profesor en la Universidad de Buffalo. Entonces apareció James Grauerholz, un librero de 21 años, devoto de la generación beat, que decidió trabajar como secretario de Burroughs a tiempo parcial a partir de una idea: giras de lectura.
La idea funcionó: elevó su perfil público y eso redundó en nuevos contratos editoriales. En estas perfomances, Burroughs interpretaba sus textos con su característica voz monótona y pausada, generalmente con efectos de sonido o música experimental de fondo y se realizaban en universidades, clubes nocturnos, galerías de arte y teatros underground, atrayendo a una audiencia diversa.
Gracias también a Grauerholz —que acabaría siendo su biógrafo y albacea—, Burroughs se convirtió a la vez en columnista mensual de Crawdaddy, destacada revista de cultura pop. A partir de 1976, comenzó a asociarse, además, con Andy Warhol, Lou Reed, Patti Smith, Susan Sontag y otros personajes culturales de Nueva York.
Ese mismo año, su hijo, Billy Burroughs Jr, autor también de algunos libros, recibió un trasplante hepático por una cirrosis derivada de sus problemas con el alcohol. Sufrió, sin embargo, graves complicaciones años después de la operación, dejó de tomar la medicación contra el rechazo al trasplante y un desconocido lo encontró en la cuneta de una carretera de Florida. Murió poco después en 1981. No tenía ya contacto con su padre, al que había acusado incluso, en un artículo en Esquire, de envenenar su vida, contando a su vez haber sido sexualmente abusado a los 14 años en Tánger por uno de los amigos del escritor.
Aquel mismo año, 1981, Burroughs se mudó a Lawrence, Kansas, donde pasaría el resto de su vida. En ese momento, era un icono de la contracultura y cultivó un séquito de jóvenes amigos que reemplazaron a sus contemporáneos. Fue elegido a su vez miembro de la Academia Estadounidense y del Instituto de Artes y Letras, Francia le concedió la Orden de las Artes y las Letras..., J.G. Ballard lo consideró «el escritor más importante desde la Segunda Guerra Mundial» y Norman Mailer «el único escritor estadounidense poseído por el genio».
Se decía también ya entonces que su postura contracultural había estado protegida siempre por su origen burgués y que había romantizado la adicción y el crimen mientras se beneficiaba de una red de apoyo económico y social que lo mantuvo a flote.
En junio de 1991, Burroughs se sometió a una cirugía de triple bypass, gracias a la cual vivió aún seis años. Murió el 2 de agosto de 1997, a los 83, por complicaciones de un ataque cardíaco sufrido el día anterior. Fue enterrado en la parcela familiar en el cementerio Bellefontaine en St. Louis, Missouri, con una lápida que lleva su nombre completo y el epitafio «Escritor estadounidense».
Burroughs sostenía que el lenguaje no es algo natural de los humanos, sino un virus asintomático que había parasitado nuestro cerebro para limitar la libertad individual y empujar a la humanidad hacia su autodestrucción. Su obra buscaba revelar y sabotear este proceso, proponiendo técnicas experimentales como el cut-up para debilitar su poder.
«La palabra —escribió Burroughs en The Ticket That Exploded, de 1962— no ha sido reconocida como un virus porque ha alcanzado un estado de simbiosis estable con el huésped». Los seres humanos, según él, no nos sabíamos así infectados por el lenguaje que —como un software mental malicioso que domina el hardware (nuestro cerebro)— restringe nuestra capacidad de procesar la realidad, impidiéndonos pensar fuera... Leer más