![Por qué triunfan estos perros de cartón de 1.000 euros 'made in' Spain](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2023/04/14/perros-carton-1000-euros-kZlB-U20067826188rG-1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
![Por qué triunfan estos perros de cartón de 1.000 euros 'made in' Spain](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2023/04/14/perros-carton-1000-euros-kZlB-U20067826188rG-1200x840@Diario%20Montanes.jpg)
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Virginia Melchor
Santander
Viernes, 14 de abril 2023
Cada día antes de las nueve de la mañana Covadonga Orgaz ya se ha puesto su delantal vaquero y sus botas de montaña para empezar a crear. «De pequeña detestaba mi nombre, me sonaba a señora mayor. Pero en asturiano significa 'la mujer de la cueva', así que me viene al pelo, porque estoy aquí todo el día», bromea. Comparte taller en el barrio de San Adrián (Bilbao) con un cerdo vietnamita, una jirafa, cuatro gorilas, ocho patos, tres perros... todos de cartón. Los hace ella con talento, paciencia y mucho mimo. «Soy más escultora que artista», dice.
Muchas tardes le acompaña su hijo Igor, de 10 años, que se pone a pintar mientras su madre dedica horas y horas a sus maravillosos animales. «No veas cómo farda el tío en el colegio, a mí me daban envidia los padres que tenían una tienda de gominolas, pero ahora debo ser yo la que molo». Y mola tanto que vende sus piezas en galerías de arte de Gijón, Madrid y Barcelona. Y desde hace unos meses también en Londres. «Me hace muchísima ilusión compartir espacio con escultores que admiro. Imagínate que vas ahí con tu guitarra y de repente eres telonero de los Rolling Stones».
Hija de un militar y una profesora de Química, Cova estudió en el Conservatorio porque soñaba con ser compositora de óperas. Pero en el bachillerato artístico descubrió la escultura y desde entonces no ha dejado de crear piezas con sus propias manos. «Lo lógico era haber hecho Bellas Artes, pero a mí me gustaban el ruido, las herramientas, estar en el taller, así que asistí a cursos para aprender a labrar la piedra, la madera, los moldes...» Durante mucho tiempo trabajó para otros autores, modelando cuerpos humanos a tamaño natural, pero el cartón se convirtió en su vía de escape. «Cuando me atascaba cambiaba de trabajo totalmente durante un par de horas para despejarme. Y como el material que tenía por ahí era el cartón, se me ocurrió hacer animales».
En 2018 su técnica antiestrés pasó a ser su pasión, un oficio que le divierte. «Empecé a dedicarme a tiempo completo a mis animales, pero me daba mucha vergüenza enseñarlos, porque el cartón se consideraba un material feo que relacionábamos con el deshecho». Pero la pandemia cambió nuestra forma de mirarlo. «Hoy está mucho más aceptado, incluso de moda. Yo me llevo muy bien con el cartón, porque no me obedece, por mucho que lo pliegues él no te hace ni caso y tienes que adaptarte, es una pelea muy chula».
Para sus piezas, Cova usa el que consume en casa, de los envases de leche, de las compras 'online'... «Mis amigos también me traen cajas y las peluqueras de enfrente». Con un cúter, va haciendo pequeñas tiras que después pega con una pistola de silicona. Para los ojos de los animales, emplea canicas o bolitas para hacer pulseras. «La zona de la mirada la dejo para el final, porque es donde está la expresividad». Dentro del cuerpo, sus animales llevan tornillos, cadenas, canicas... «Antes iban huecos, pero en las galerías me decían que las esculturas tienen que pesar, porque sino bajan de categoría».
A Cova siempre le han gustado los animales. De pequeña tuvo una cría de urraca, una tortuga gigante y hasta un zorro. «Si mi padre veía un animal herido lo traía a casa», recuerda. Hoy los encuentra en Pinterest, donde se inspira. «Busco fotos de bichos y cuando una me gusta la guardo en mi tablón virtual». Después la imprime, la grapa a un trocito de cartón y la lleva siempre en el bolsillo del delantal o del abrigo cuando está fuera del estudio para familiarizarse con su próximo animalillo. «Entonces, si estoy tomando algo con un amigo y va al baño, la saco y me la voy aprendiendo. No hago bocetos, me aburro, prefiero aprendérmelo así». Una vez termina la escultura, clava la foto con una chincheta en un tablero para no olvidarse de todos los amigos de cartón que ha convertido en arte.
Vuela su colección de simpáticos patitos coloreados por ella. Los vende dentro de una vitrina -en su taller y en su página web- por 250 euros. «Aplico color en algunas partes de los animales porque visualmente aporta volumen». Triunfan también sus perros salchicha. «Les encanta Johnny Cash, siempre le escucho cuando los hago. Cada animalillo tiene su canción». Eso sí, en su taller el protagonismo se lo lleva un gran danés, que protege al resto de compis de cartón. «Cuando los terminé me di cuenta de que hice muchísimos en agosto, que es el mes en el que falleció mi padre. Me recuerdan a él, porque son recios, nobles y elegantes». Los vende por 1.100 euros en las galerías de arte, donde comparten espacio con los cerdos vietnamitas (1.700).
No olvida aquel cangrejo de río que le encargó un cliente para regalárselo a su padre. «Fue complicado, pero quedó chulo, con sus bigotillos, sus patitas...» Pero ya no suele aceptar ninguna escultura personalizada. «No duermo, lo paso muy mal, porque tú ves a tu perro todos los días, pero yo solo tengo una foto. Y, claro, hago el perro de la foto, no tu perro». Su mayor fan, el pequeño Igor, conserva con cariño el escorpión que le pidió cuando tenía cinco años. «Ahí lo tiene en su habitación. Y como les gustó a mis sobrinos, también les hice uno a ellos».
Cova desconecta viajando lejos, para evitar «tentaciones» de acercarse al taller. «Mi familia me pone mucho en tierra, porque cuando me obsesiono podría estar aquí todo el día. Fíjate, la jirafa la terminé en Sábado Santo. La verdad es que es muy loco vivir de hacer animalicos de cartón, pero quiero hacer esto toda mi vida. Trabajaría para otros artistas, me buscaría otro curro a media jornada... lo que fuese para hacer esto toda mi vida».
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