La nueva piel de Elena Benarroch
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La diseñadora que revolucionó el mundo de la peletería en los 80 ha participado en Santander en el foro 'La Moda Vive. Los Diseñadores Crean'Secciones
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La diseñadora que revolucionó el mundo de la peletería en los 80 ha participado en Santander en el foro 'La Moda Vive. Los Diseñadores Crean'Elena Benarroch (Tánger, 1955) dice que siempre ha vivido como ha querido, y aunque crea que casi todo le ha pasado por «casualidad», reconoce haber trabajado «como una bestia». Su altura es inversamente proporcional a su talento, pero hace unos años decidió que ya había ... cumplido y se fue apartando de la primera línea. La artrosis le está dando guerra, pero cuando su cuñada Rosa Pereda –'La Pereda'– la invitó a venir a Santander para participar en el simposium 'La Moda Vive. Los Diseñadores Crean', no lo dudó. Se cogió un avión a primera hora del martes y hasta este jueves ha estado en la capital cántabra.
Asegura que se acuerda de muy pocas cosas, que todo sucedió muy rápido, pero de la inauguración de sus cuatro tiendas rememora cada detalle. Ha recibido «todos los premios habidos y por haber» (American Legend, la Aguja de Oro, la T de Telva…) tras revolucionar en los ochenta el mundo de la peletería y traer a España marcas como Bottega Veneta, Walter Steiger, Maison Martin Margiela, Etro... Tuvo la generosa capacidad de hacer crecer su marca dando visibilidad a otras.
Su conocida tienda de Madrid tenía dos plantas. La de abajo era «un bazar del lujo» –decía ayer el diseñador Baruc Corazón– y en la de arriba estaban sus visones. Ligeros, teñidos, modificados, sin forro, para ponérselos de día... Aquellas prendas fueron el espejo del cambio y la transición. «Nunca he podido soportar un abrigo que no fuera mío», dice sin pelos en la lengua, y es que Benarroch, que poco sabía de pieles cuando empezó, tenía claro lo que le gustaba y lo que no.
Otras noticias del encuentro
Las fiestas que organizaba en su casa fueron muy sonadas. La llamaban la «anfitriona de la intelectualidad» y en su salón pasaron buenos ratos Felipe González, José Barrionuevo, Miguel Boyer, Isabel Preysler, Martirio, Pedro Almodóvar, Bibiana Fernández, Chavela Vargas, Serrat, Bruce Weber, Miguel Bosé… La lista es interminable. Ahora, con otra piel, mira hacia atrás y, aunque recuerda aquellas noches con cariño, no siente nostalgia.
La discreción ha sido su gran aliada –vale más por lo que calla que por lo que dice–, y cuantos más años cumple (tiene 67) una máxima se apodera de ella: «No soporto a los idiotas». Siente debilidad por las personas inteligentes, y si tuviera que nombrar a dos no lo duda: Felipe González –«cada vez que abre la boca te enseña algo»–, y Bibiana Fernández –«da gusto estar con ella»–. Aunque por encima de todos está su padre. Se fue hace más de veinte años y no hay día que no le ronde por la cabeza. «Era demasiado extraordinario, demasiado inteligente».
Benarroch se casó con el escultor y pintor Adolfo Barnatán, y sus dos hijos, Jaime y Yael, siguen siendo «sus niños» aunque tienen más de cuarenta años. Si algo ahora le quita el sentido son sus nietos: Alegría y Amadeo. «Son el verdadero regalo de la vida». En 2015 se mudó a Nueva York para vivir con ellos y durante los últimos años ha estado con un pie entre Estados Unidos y Madrid. «Nunca me he ido del todo como se ha llegado a decir», aunque para la diseñadora la ciudad de los rascacielos siempre ha sido muy especial.
Allí abrió una tienda en los ochenta y compró la casa de Andy Warhol en el Upper East Side. Si en Madrid tenía sus incondicionales, en Nueva York no era menos: Antonio Banderas, Melanie Griffith, Woody Allen… «¿Te puedes creer que durante años he estado volando a Nueva York una vez a la semana? Desde 1979 hasta hace poco mi vida ha sido muy bestia». Lo dice mientras analiza cómo eran aquellos días que empezaban a las siete de la mañana y no paraba hasta las diez de la noche, para después ir a estrenos, inauguraciones, la fiesta de 'menganito'... Aquello quedó atrás. «Tenía un casoplón, dos muchachas y dos camareros cada noche…» Ahora vive con su hijo Jaime y disfruta con sus amigos de otra forma. Insiste en que no siente nada de nostalgia. «Si no me hubiera puesto a trabajar me hubiera encantado estudiar Medicina». Lo dice afirmando con la cabeza y mirando al infinito, como intentando descifrar cómo sería ahora la doctora Benarroch. Aquella «niña rebelde solía hacer lo contrario de lo que le pedían». Eso que ganó la moda de España.
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