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Luis Alonso es de Palencia, pero toda su vida ha estado ligada a Santander. De niño venía con sus padres y sus tíos a las playas de la capital cántabra; cuando estudió Arquitectura –primero en Valladolid y después en Madrid– no paraba de conocer a ... gente de Cantabria, así que cuando su amigo José Antonio le animó a venirse a vivir aquí no lo dudó. No recuerda el año –«tengo muy mala memoria para las fechas»–, pero era principios de los ochenta. Llegó a la ciudad con su máquina Singer y empezó a hacer camisas, tanto para mujer como para hombre. Así comenzó a tejer su nombre hasta convertirse en el Balenciaga cántabro, aunque a él le da apuro verbalizarlo.
Desde 2018 su atelier está en la calle Calvo Sotelo. El majestuoso portal parece de postal parisina y quien sube a la sexta planta viaja casi, literalmente, a la capital francesa. En la puerta, su nombre y debajo la palabra 'Modista'. El hilo musical suena suave en una estancia en la que se respira elegancia entre telas, maniquís, libros y muebles. Un gran espejo devuelve la imagen soñada a sus clientas.
–¿Modista o modisto?
–A mí siempre me ha gustado terminado en 'a'.
–¿Lleva el número de clientas que han entrado por su puerta?
–Uy, qué va… Tengo muy mala memoria pero imagínate… Desde los años ochenta sin parar y, en breve, cumplo 65...
–¿Y tiene ganas de jubilarse?
–Podría hacerlo ya, pero, de momento, no quiero. Estoy viviendo una segunda juventud porque estamos trabajando como nunca.
–Cuando llegue ese momento, ¿qué pasará con su atelier?
–Ya tengo a quien me releve. Hace tres años conocí a Vasile Vozian, un moldavo que vivía en Cantabria y que me escribió por Instagram para interesarse por mi trabajo. Desde que ví como trabajaba se ha convertido en mi mano derecha.
–Será un genio…
–Lo es. Estudió en su país la carrera de Costura y de Diseño de Vestuario, y después hizo Bellas Artes. Cose de maravilla, es patronista, sabe de diseño… Me complementa perfectamente. Además es profesor de Bellas Artes en la Universidad de Chisináu (la capital de Moldavia) y sigue impartiendo clases online desde aquí. Es un gran profesional.
–¿Y le conoció por Instagram?
–Sí. Leyó una entrevista en Cantabria DModa y me buscó en la red. Estábamos en pandemia y todavía había que ir con mascarilla. Quedamos a tomar un café, vi sus trabajos y hasta hoy. Es la primera vez que tengo un ayudante hombre, porque siempre he estado rodeado de mujeres, y cada día tengo más claro que este taller será suyo.
–¿Seguirá con su nombre?
–Me da igual. Yo no tengo ego. Nunca lo he tenido.
En ese momento aparece en la sala Vozian. Como Luis Alonso viste una bata blanca y lleva una cinta métrica colgada sobre los hombros. Tiene 37 años y lleva cinco viviendo en Santander con su mujer y sus dos hijos. Vino aquí porque tenía familia que le animó a salir de su país y empezar en la capital cántabra una nueva vida. En plena pandemia contactó con Luis Alonso por redes con el fin de charlar con alguien sobre todo lo que había estudiado y ahora enseñaba online. «Me enamoré de la ciudad, luego fui aprendiendo poco a poco el idioma» y, cuando conoció a Luis se le abrió un futuro prometedor.
-¿Qué es lo que más le llamó la atención de Luis Alonso?
-Que sus trabajos están muy bien hechos. Es muy exigente y eso me gusta. Hacemos trajes que son verdaderas obras de arte.
Vozian sigue trabajando mientras sigue esta entrevista a su jefe.
–¿Cómo está siendo el verano?
–Una locura. Estamos trabajando como nunca. La moda ha pasado por grandes crisis y sé que hay diseñadores nacionales que ya no trabajan como antes. Yo soy un afortunado.
–¿A qué se lo achaca?
–A que lo hacemos muy bien, no lo voy a negar. Sé adaptarme muy bien a los tiempos y está pasando algo muy curioso con las novias. Cada vez vienen más a la que hice el traje de su madre.
–¿Qué es lo primero que piden?
–Muchas vienen con fotos, con ideas preconcebidas, pero siempre terminamos depurando ideas. Las novias de ahora tienen voz propia, les gusta seguir el proceso y les encanta venir a probarse el vestido varias veces.
–¿Cuántas?
–Mínimo tres… Algunas hasta seis. Vienen con su madre, con las amigas… Cuando pasa el día muchas me envían flores, bombones, champán… Están siendo unos años muy bonitos.
–¿Qué pasó con aquella idea que tenía de dejar la moda y meterse en el mundo de los muebles?
–Se me pasó, la verdad. En el local que tenía antes en Isabel la Católica empecé con un pequeño proyecto porque siempre me ha gustado comprar antigüedades y era un mundo que me apasionaba. Pero llegó la pandemia y se paró. No lo he vuelto a retomar. Lo que ya no hago es seguir comprando cosas. No me entran en ningún sitio. No sé cuántos pisapapeles como estos tengo (dice señalando varias bolas de cristal que tiene sobre la mesa). También tengo una gran colección de jarrones de cristal de Murano y figuras de porcelana alemana de los años cincuenta.
–¿Cree que Santander tiene una deuda con usted?
-No, no. Siempre he huido de todo lo que sea institucional, no hay nada como ser independiente.
–¿No le gustaría que le hicieran un homenaje?
–Sólo pido que si me lo hacen, que esté muy bien, pero no necesito ninguna exposición. Ahora, también te digo, que tengo en la cabeza organizar en algún momento un gran desfile.
–¿Puede adelantarme algo?
-Serían 21 modelos que ya tengo diseñados. Todos en negro. Sé hasta qué tejidos quiero utilizar. Sólo necesito tiempo y este verano no lo he tenido.
–Ha sido muy afortunado en el trabajo. ¿En el amor también?
-Mucho. Tengo una pareja desde hace casi treinta años. Nos complementamos y compenetramos muy bien. Es mi mejor compañero de vida.
-¿Tiene algún diseñador favorito?
-Me gustan cosas sueltas de muchos. (Coge su móvil para entrar en Instagram y buscar los perfiles de sus favoritos). Si tengo que decirte alguno me quedo con Dries Van Noten, Toni Matičevski o con ciertas prendas de Demna Gvasalia, que es ahora el director creativo de Balenciaga. Channel me horroriza. Ahora y siempre, la verdad.
-Veo que se maneja muy bien con las redes sociales...
-Me gusta mucho, aunque hay que tener cuidado porque hay cada personaje… Aunque he de decir que mis seguidores siempre son encantadores y muy respetuosos.
-Ahí Vasile le descubrió...
-Bendito momento.
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