El rey del almuerzo
Por tierras catalanas, disfrutando con buenas materias primas y con vinos con personalidad
Clara P. Villalón
Lunes, 5 de junio 2017, 15:48
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Clara P. Villalón
Lunes, 5 de junio 2017, 15:48
LUNES
Granja Sierra
Recuerdo de pequeña cómo hubo una temporada que evitaba el momento del desayuno y que, después, sobre las 11 de la mañana, el hambre me conquistaba y tenía que darle mordisquitos minúsculos al bocadillo en medio de clase sin que mi profesor ... del colegio se enterase. Cuando sonaba la campana y empezaba el recreo disfrutaba entonces a dos carrillos de esos entrepanes de sobrasada y brie o de ventresca y pimientos asados que mi madre me hacía por las mañanas con todo su cariño. Sí, ya pueden ver que toda la culpa de mi amor por la gastronomía la tiene mi madre que nunca puso un bollo industrial en mi mochila; así se empezó a crear el monstruo.
El caso es que yo disfrutaba esos sándwiches casi tanto como cuando la semana pasada volví a Granja Elena, ese minúsculo bar a las afueras del centro de Barcelona donde Borja Sierra se ha convertido en el rey del almuerzo.
En esta casa la gente va a por esos bocatas elaborados con pan de verdad, alveolado y crujiente, y rellenos de un sinfín de productos de primera pero también a meterse entre pecho y espalda un buen esmorzar de forquilla o ya a quedarse a comer y optar por los guisos renovados con gran producto que con mi alucinación salen de esa diminuta cocina.
El comedor está atiborrado sea la hora que sea y, aunque las mesas se reserven, cuentan con una pequeña barra en la que pude catar, a las 12 de la mañana, un soberbio picadillo de ventresca con erizo y vinagreta de yema, una lámina de entrecote madurada tres semanas en miso que se deshacía en la boca igual que el gelatinoso y espléndido galete de atún sobre crema de marmitako o unas ortiguillas de categoría rebozadas a la perfección y con puro sabor a mar en su interior.
Si quieren algún guisote más tradicional, opten por la cap i pota, los callos son buenos pero no tanto como ésta y el guiso de lentejas, huevo y foie resultaría una combinación ganadora si la legumbre tuviese un hollejo más fino. Si quieren empezar fresquito aventúrense con el ceviche de vieira como si fuera un salpicón, una idea divertida que les recordará a eso, al salpicón de toda la vida pero en rico; aunque lo mejor puede ser que se dejen guiar por lo que ellos les digan y. ¡qué empiece el juego!
MARTES
Variedades ancestrales
Estando ya en tierras catalanas, entre semana todavía no es demasiado complicado reservar un tour por los viñedos y las instalaciones de Albet i Noya, y puede resultar ser una actividad divertida, alejada del bullicio de la ciudad y en la que descubran vinos que sin duda son muy particulares.
Esta bodega que fue pionera en cuanto a vinos ecológicos lleva ahora apostando por recuperar variedades experimentales de una manera especial gracias a la cual ha conseguido cepas resistentes a muchas de las enfermedades que suelen atacar a la vid. De ahí han nacido uvas que han dado lugar a vinos como el fresquísimo aunque persistente Mariana Rión o el coupage de Viognier, Vidal, Marina Rión llamado elblanc XXV, pero también tintos complejos y con carácter como el Belat.
Las visitas, además de una cata, se pueden complementar con comidas de diferentes tipos (tradicionales o más elaboradas), paseos en bicicleta o segway por las fincas, maridajes con chocolate y muchas cosas más.
Un plan divertido y diferente a menos de una hora de Barcelona que puede ser una opción ideal para desconectar del día a día.
MIÉRCOLES
Ampliación del Gresca
De vuelta a la Ciudad Condal, reserven ya su plaza para el espectáculo que podrán vivir en la nueva barra del restaurante Gresca (1* Michelin) donde enfrente de la cocina y oteando el saber hacer de su equipo degustarán cualquiera de sus dos menús en los que encontrarán producto de temporada ejemplarmente tratado con combinaciones sutiles, logradas y muy gustativas.
Era mi primera vez aquí y salí contenta, con la sensación de haberme divertido mucho además de haber probado platos redondos -salvo en el caso de un espárrago blanco que me resultó demasiado terso y suave de sal- con la línea clara y personal de Rafa Peña en un espacio que no necesita más decoración que su propia sobriedad y esa cocina protagonista al fondo de las dos salas actuales (una dedicada al restaurante y otra al nuevo bar a vins).
Dentro de su menú degustación clásico (65 euros; hay otro a 47 euros y uno de mediodía a 21 euros) me encantaron especialmente los sutiles y deliciosos chipirones baby en caldo dashi con puerro, la cremosa tortilla de butifarra y papada, el fantástico rodaballo con alcaparras y la pechuga (porque el muslito estaba duro) de pichón con jengibre, yogur y parfait de sus higaditos.
El servicio, además, es joven y simpático y alegra la estadía y anima a la recomendación. Vayan, vayan.
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