Nuestro país, a partir de los años sesenta del pasado siglo, experimentó un auge económico, llevándonos a unos cambios en nuestras casas, de tal manera que en casi todos los domicilios se dispuso rápidamente de televisión en blanco y negro, sofás y sillones de polipiel, ... aquellos tipos de teléfonos denominados heraldos, radiocasettes, etc. Y desde el punto de vista gastronómico, en nuestras cocinas y comedores la formica y el duralex se impusieron, las bombonas de gas triunfaban, cocinándose con él con mucha frecuencia, dando paso posteriormente a los microondas y a la vitroceáamica, argumentándonos ante nosotros mismos, que es lo que usa todo el mundo, que es más eficiente, que resultan más seguros y limpios. Lo cual nos ha llevado a que, en una gran mayoría de los hogares, si falta la corriente eléctrica, la única solución que disponemos sea el comer de bocadillo.
Todo esto nos lleva a recordar aquella frase que afirmaba que una mujer moderna tiene unas necesidades mucho más complicadas que las de sus madres.
En muy pocos años, nos hemos encontrado con una crisis energética mundial. Tras el problema económico generado a raíz del covid-19, se ha añadido la invasión de Ucrania por los rusos, conllevando a un encarecimiento importante de la electricidad y del gas, de los que dependemos en nuestras cocinas, y de los carburantes que, junto a los anteriores, son básicos para calefactar nuestro hogares.
Ante esta situación creo que a muchos de ustedes les habrá venido a la mente, junto a una sensación de remordimiento, el haber desechado la cocina económica. Sí, me estoy refiriendo a la también llamada cocina de carbón, incluso en algunos lugares denominadas 'bilbaínas', que eran de hierro, con unos espacios bien definidos, como era la zona del fuego o llar, un horno y una zona con depósito con agua caliente que disponía de un grifo en su zona anterior.
Sobre aquellas chapas, que por cierto era obligatorio socialmente tener relucientes, usando con frecuencia una arena especial pues no existían productos al efecto, se podían cocinar varias cosas al tiempo, dependiendo de la necesidad de más o menos calor, colocando los recipientes más o menos alejados del llar, e incluso dejándolos en la zona más lejana para que no se enfriasen las elaboraciones. Todo tan a valorar ahora que se están volviendo a imponer las cocciones largas a baja temperatura.
La segunda ventaja era, como he comentado, el agua caliente, pero en estos momentos de crisis energética, su gran aprovechamiento puede ser su poder calorífico, lo que convertía en otras épocas a la cocina en un cuarto de estar con reuniones no solo familiares, sino hasta vecinales.
Tal poder calorífico sería muy a valorar ahora que las casas son de reducidas dimensiones. Y ante superficies amplias de vivienda se han llegado a idear ingenios que ampliando el fogón sirven tanto para cocinar, como para calentar el agua para un circuito cerrado de calefacción.
En cuanto a elegir que usar como combustible en las mismas, recordemos que Alemania ha vuelto a usar el carbón, pero como tambien puede usarse leña, aunque esta genera un calor menos constante, os doy la idea de aprovechar ciertos desechos de arboles caídos y al tiempo ayudamos a limpiar nuestros montes previniendo incendios.
Para los más jóvenes os comento que en la época que se plantaba mucho maíz, se usaban tras la época de la recolección, allá por el otoño, los garojos. Y todo sin olvidar que los guisos saben mejor elaborados en este tipo de cocinas.
No quiero acabar este artículo sin rendir un homenaje a otra 'Cocina Económica', la regentada por la Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, atendiendo a las numerosas personas vulnerables de Santander y Cantabria, con una dedicación integral en todas las dimensiones. Dos imperativos os dejo: apoyad a la de la Hijas de la Caridad y reflexionad si merecerá la pena volver a la otra.
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