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En España se tira una media de 31 kilos de comida al año por habitante. Una cifra que deja ver la gran problemática social, económica y medioambiental que supone hoy en día el desperdicio alimentario. Ante esta situación, hemos oído hablar mucho de reaprovechamiento, porque ... lo cierto es que los hogares y los restaurantes es donde se tira la mayor parte de esta comida.
Sin embargo, hay unos datos en este desperdicio alimentario que «muchas veces se pasan por alto» y que suponen, igualmente, una problemática necesaria de atajar. Y es que, en torno al 35% de las frutas y verduras son descartadas en España por cuestiones estéticas, no llegando ni si quiera a su comercialización. A nivel regional, según Antonio Vicente Gómez, cocinero de Come Cantabria Local, la cifra se reduce a «algo más del 30%».
Unos datos igual de alarmantes ante un problema que también denota grandes consecuencias. La primera de ellas, la económica. Descartar estas frutas y verduras «significa mucho» para unos productores, «que deben cubrir unos gastos de producción».
LA CLAVE
Pero aprovechar estos alimentos, al igual que ocurre con el desperdicio alimentario, no solo es una cuestión económica sino también moral y medioambiental. Porque tirar estas frutas y verduras también es contaminar «ya sea por el gasto de energía producido de una forma inútil o porque estos productos que van a la basura emiten unas cantidades brutales de toneladas de CO2 que van directas a la atmósfera».
Consecuencias a parte, no nos engañemos, lo cierto es que las grandes superficies lo tienen claro: los clientes de hoy en día consumen por los ojos. Lo normal, a lo que el consumidor está acostumbrado, es encontrar en los lineales piezas de fruta y verdura brillantes, coloridas, con un tamaño uniforme... Piezas que parecen ser elaboradas bajo un mismo patrón.
Pero la realidad en el campo es distinta. «La naturaleza no entiende de estéticas» y son muchos y muy variados los factores que hacen que un producto no tenga esa apariencia tan perfecta que nada tienen que ver con su calidad. «Aquí el problema es que la gente no conoce el campo, sino que su campo son los lineales de los supermercados», dice Diego González, agricultor de Eco-Tierra Mojada.
percepción
El dilema ante esta situación pasa por si es el supermercado el que no ofrece estos productos ante una falta de demanda, o es el consumidor el que no los compra ante una falta de oferta. «Es un poco la pescadilla que se muerde la cola», señala Antonio Vicente. «Pero si los demandamos, volverán a entrar dentro de la de la cadena de distribución».
Por ello, la solución pasa, «sin duda», por una mayor concienciación por parte de los consumidores. «Lo que tenemos que cambiar son nuestros hábitos de compra, tanto por la salud del planeta como por nuestra economía». Porque en una situación como la actual, con los precios al alza, según el cocinero, «para llegar mejor a fin de mes tenemos que volver a cocinar».
Así, adquirir este tipo de productos considerados 'de segunda' «que pueden ser utilizados tanto para el consumo directo como para hacer multitud de cosas como mermeladas o salsas», repercute también en nuestros bolsillos. Además de darle salida normalmente a un precio más asequible, «si los productores pudieran vender ese 30% que ahora tiran, el otro 70% de la producción, digamos los bonitos, podrían tener un precio menor».
Concienciación y educación ante un consumidor que debe «normalizar» estos productos y saber que «va a poder adquirir una fruta o verdura más barata e igual de buena, de sabrosa y nutritiva».
Para lograrlo, es importante el trabajo conjunto de todos los que forman parte de la cadena alimentaria. «Los supermercados tienen un papel muy importante poniendo estos productos al alcance del consumidor», pero también el sector de la hostelería. «Los restaurantes son uno de los mejores canales de educación que tiene el consumidor», por lo que implicarles se presenta como esencial.
Esa labor de concienciación es uno de los ejes sobre los que se basa Eco-Tierra Mojada. Desde su empresa de agricultura ecológica Diego González trabaja «de tú a tú» con el cliente final, pero también con tiendas pequeñas y con más de una veintena de establecimientos hosteleros de la región.
Para el productor es importante poder presentarles de primera manos sus productos, explicarles por qué son como son y evitar así a «ese mercado generalista» que juega con unas normas a las que los agricultores se deben adaptar. «El ojo de la gente ya se ha hecho a esa supuesta perfección y lo que deben saber es que una pieza más pequeña de lo normal, con alguna deformación o incluso con la picadura de un insecto tiene las mismas posibilidades que el resto».
Un trabajo y una dedicación que demuestran lo esencial de esa concienciación de la que hablaba Antonio Vicente. Y es que, en estos casi diez años de trabajo y «de mucha pedagogía», Diego reconoce que ha notado un cambio de mentalidad, en su entorno. «La gente y los restaurantes ya valoran estos productos. El consumidor se ha dado cuenta que el tomate, lo que hay que hacer es comerlo y no fotografiarlo».
Por ello, y desde su punto de vista, aunque todavía queda mucho por hacer, «ahora una fruta fea llama la atención para bien. Creo que un aspecto más imperfecto cada vez está más asociado a un producto artesano, de huerta y por lo tanto, de calidad».
'Aprendemos en el cole: aplicamos en casa'
Los niños de hoy serán los responsables del planeta de mañana, por ello, es importante establecer sobre ellos una conciencia social y medioambiental que contribuya a mejorarlo y a superar los problemas con los que actualmente nos encontramos. Pero su papel no queda ahí. En muchas ocasiones, la labor de concienciación se torna y son precisamente ellos, los más pequeños de la casa, los que trasladan su preocupación por la ecología, por el consumo y por el medio ambiente a sus familias, contribuyendo por sí solos a generar esa sensibilidad general sobre aspectos de gran relevancia.
Ante esto, el programa ReAprovecha –iniciativa destinada a la lucha contra el despilfarro alimentario y el fomento de la economía circular– pone especial atención en el desarrollo de todo tipo de iniciativas orientadas al alumnado, profesorado y personal laboral de los centros educativos de Primaria de la región. La última de estas propuestas, llega este mes a los colegios de Cantabria: 'Aprendemos en el cole: aplicamos en casa'.
Con esta nueva campaña, puesta en marcha de manera conjunta entre las consejerías de Medio Ambiente y Educación del Gobierno de Cantabria, se busca concienciar a más de 300 alumnos y alumnas de las zonas rurales en las que MARE realiza la recogida de fracción resto, de la necesidad de preservación del medio ambiente a través del consumo responsable de alimentos, así como sensibilizar sobre los impactos negativos que tiene nuestro desperdicio alimentario para las personas que viven en países empobrecidos.
Para ello, se realizarán talleres didácticos en los propios centros escolares y se distribuirá un cuaderno educativo que permitirá a los profesores realizar acciones de sensibilización en las aulas que, luego, los alumnos llevarán a cabo en sus casas, involucrando así también a sus familias en el objetivo de no desperdiciar alimentos.
La idea final es que los más pequeños interioricen una serie de hábitos para que, desde el hogar, puedan reducir las cifras de este desperdicio. Entre estos consejos, revisar lo que hace falta antes de salir a hacer la compra, llevar una lista, conservar bien los alimentos, comprar productos de temporada, consumir los alimentos por orden de llegada, ajustar las raciones, aprovechar las sobras con creatividad, tirar solo lo que de ninguna manera se puede aprovechar o pedir la comida sobrante en los restaurante.
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