No somos conscientes de la gran variedad de patatas que existen porque cuando vamos a hacer la compra nos encontramos con las más comunes: agria, kennebec, monalisa, red pontiac... aunque se están empezando a ver más a menudo las vitelotte y mulberry, pero al final simplificamos y casi siempre utilizamos las mismas.
Otra cuestión, ¿cuántas veces hemos oído eso de patatas nuevas o viejas? Hoy quiero aclarar un poco estos términos. Las patatas nuevas son las que se recogen cuando la planta está todavía verde, desde finales de primavera y durante el verano. Son más dulces y conservan tras la cocción una textura sólida, densa y húmeda. Son perfectas para cocerlas al vapor o en agua. En cambio, las patatas viejas, que se cosechan en otoño, poseen una textura más harinosa y seca. Son mejores preferiblemente para freír o asar.
Muy pocas veces las utilizamos como ingrediente principal, ya que son uno de los mejores acompañantes que existen y eso es una muestra de su versatilidad porque se adapta perfectamente a cualquier cocción, y va de la mano dignamente con cualquier ingrediente por importante o distinguido que sea.
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Con todo esto, lo que hoy os propongo es hacer uno de los platos más sencillos y ricos que podáis hacer con este tubérculo, y que podéis utilizar como acompañante, como aperitivo o como queráis. Lo que si sé es que una vez lo hagáis y veáis lo fácil y rico que está, lo vais a repetir más que la Macarena de Los del Río. Se trata de unas patatas con romero, trufa y parmesano. Cocinadas al horno. Muy sabrosas, doradas y crujientes, ¿quién se puede resistir?
Comenzamos eligiendo patatas nuevas, precalentando el horno a 200º y lavándolas a conciencia, utilizando un cepillo si vemos que queda algún resto de tierra. Las secamos bien y las cortamos, en principio por la mitad, longitudinalmente, y luego cada mitad en cuatro gajos de un grosor lo más parecido posible, que nos queden de un tamaño medio, no muy gruesas porque tardarán mas en hacerse, y a poder ser todas más o menos iguales.
En un bol vamos a añadir un poco de romero fresco –si queréis picarlo bien– y un diente de ajo, este sí, bien picado. Un buen chorro de aceite de oliva y un toque de pimienta negra. Removemos bien y pintamos las patatas con nuestro aceite, antes de ponerlas en una bandeja de horno sobre un papel de cera. Las colocamos con espacio entre ellas para que no se junten y añadimos por encima unas escamas de sal. Cuando hayan transcurrido unos 30 minutos, las damos la vuelta para que se hagan igual por todas partes. Entonces solo las dejaremos 15 minutos más, o hasta que veamos que están doradas.
Cuando las saquemos del horno, las rallamos por encima un poco de parmesano y un poco de trufa si tenemos a mano. Esto va a marcar la diferencia de nuestras patatas.
Las servimos como guarnición de cualquier carne o pescado, o como aperitivo para picar, pero como realmente están de muerte es con un par de huevos fritos. Veréis como pasan a la lista de imprescindibles de casa porque gustan tanto a los niños como a los mayores, y suscitan un aplauso unánime.
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