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Nieves Bolado
Lunes, 10 de octubre 2016, 19:02
Hace un mes que cumplió 81 años y dicen sus amigos legión que «estaba como una rosa». En los últimos meses la falta de movilidad que sufría le produjo un desquilibro en la salud que en la madrugada de este lunes le llevó a la ... Casa del Padre. Pedro Antonio Cea Pérez había nacido en Escobedo de Villafufre el 15 de septiembre de 1935 celebración de la Virgen Bien Aparecida y murió en el Hospital Valdecilla el mismo día que el Papa Francisco confió en un sacerdorte, también cántabro Carlos Osoro para que fuera el tercer cardenal nacido en esta región.
Pero la vida de este cura sencillo, también adelantado a su tiempo, que pensaba que en la Iglesia cabíamos todos, derrotó por caminos muy opuestos. Lo suyo fue desde el principio el olor a oveja que ahora reclama Bergoglio para los suyos.
No fue sacerdote como salida personal o profesional porque Pedro Cea estudió dos meses Medicina en Madrid, antes que de la vocación, esa que cuando se es algo mayor se llamaba tardía, le reclamó para la Iglesia; lo dejó todo y se fue al Seminario de Corbán para ser sacerdote. Al principio llevó parroquias humildes en Cabanzón para luego desde Rubayo ser llamado a la de la Compañía y LaAnunciación, en Santander, para ayudar al entonces párroco, Jesús Hurtado. Corrían los años 70 y no llegaría a ser titular hasta el año 2000. Pero a Pedro Cea no le importaban tanto los cargos o los títulos como la gente, especialmente los jóvenes.
Los niños, los adolescentes y los chavales fueron su vocación. Siempre llevaba en el bolsillo un caramelo para arrancar la sonrisa a un chavalillo de su parroquia. Tanto quiso a los jóvenes que les llamaba «mis niños» y a ellos dedicó gran parte de su vida y su bondad, sabiendo que ellos eran la semilla que luego florecería.
Les organizó como boys scouts dedicándoles tiempo y esfuerzo a hacerles hermandad, a ocupar su tiempo cerca de la naturalaleza, alejándoles, en consecuencia, de los peligros tremendos que les acechaban en aquellas décadas de jeringilla y muerte. Y cuidó de los padres, de los hijos y de los nietos, porque Pedro se ocupó de varias generaciones.
Además, como párroco de La Anunciación, fue también titular del colegio del mismo nombre, siempre al lado del futuro, de quienes se ocuparían de la madurez de la Iglesia y de la sociedad. Dicen quienes le conocieron muy de cerca que fue una persona cariñosa, alegre y desprendida. No quiso oropeles y aunque tuvo cargos de responsabilidad los llevó con discreción. Hasta el último momento estuvo echando una mano en su antigua parroquia mientras vivía los últimos años de su vida en la residencia para personas mayores en Corbán. Ahora «sus niños» tienen quien les cuide desde el cielo.
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