Igualdad para todos
Trabajamos con los que tienen problemas y con los que tienen expectativas. Para dar a cada uno de ellos lo mejor que tenemos para que puedan alcanzar lo mejor de sí mismos
Borja Rodríguez
Miércoles, 7 de junio 2017, 07:22
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Borja Rodríguez
Miércoles, 7 de junio 2017, 07:22
Aveces los lemas, las frases hechas, las ideas que se repiten una y otra vez como verdades inagotables e inobjetables ocultan una profunda falsedad. Es el caso de la idea de Igualdad que muchas veces se invoca para justificar, precisamente, la desigualdad.
Ese es el ... caso de la educación. La sociedad no es igual, todos lo sabemos. No ganamos todos el mismo dinero, ni vivimos todos en la misma casa, no viajamos todos en primera clase, ni conducimos todos el mismo coche. Hay mejores y peores salarios, hay casas más hermosas y más modestas, hay viajes más exclusivos y más populares y hay coches de lujo y también de segunda mano. Y nuestros hijos, desde luego, no tienen todos las mismas oportunidades. Todos los padres somos conscientes de ello, todos los padres queremos que nuestros hijos se enfrenten a la vida con las mejores perspectivas, queremos un mundo que sea justo con ellos. Y si es posible, para eso luchamos, más justo de lo que fue que con nosotros.
Por eso existe la educación. Por eso hay enseñanza. Y por eso, sobre todo y ante todo, existe la enseñanza pública. La enseñanza pública, los colegios públicos, los institutos públicos, las universidades públicas están para equilibrar, para compensar las desigualdades, para dar a sus alumnos la educación que necesitan, para que empiecen su vida con la posibilidad de progresar, de mejorar, de superar sus desigualdades de base, de competir en (casi) igualdad de condiciones con los favoritos de la fortuna.
Hay desigualdades de todo tipo, que se compensan con muy distintas actuaciones. Pero en los centros públicos trabajamos con todas y cada una de esas desigualdades, individualmente, atendiendo a personas, no a números. Para nosotros cada uno de los niños y niñas de la familia de nuestro centro tiene nombre, cara, historia, esperanza y futuro. Todos y cada uno de ellos tienen un futuro por el que velamos, por el que luchamos, por el que trabajamos cada día. Cada uno con una atención diferente, con una necesidad diferente, con un problema distinto. Y a cada uno de ellos les tenemos que atender de forma distinta, precisamente para que al final de su educación sean lo más iguales posible.
Por ello, si la enseñanza pública atiende a todos los alumnos de igual manera, fomenta y cultiva la desigualdad social, renuncia al sentido de su existencia y echa a perder su profundo valor moral. Ese valor moral que la sitúa por encima de cualquier otra fórmula educativa. Ese valor moral de no ser un negocio, sino un servicio público, de no trabajar para una empresa, sino de trabajar para sus alumnos, de dedicar todo su tiempo, sus esfuerzos y su empeño a la sociedad y no al beneficio económico.
Lo que tiene que hacer la enseñanza pública es conseguir que todos los alumnos sean lo más iguales posible al final de su educación. Y por ello, la fácil solución de decir: "a todos los centros las mismas cosas, los mismos dineros, los mismos recursos" es falsa y traicionera. Los alumnos son distintos, los grupos son distintos, los centros son distintos y los lugares donde se encuentran también lo son. La profunda igualdad, la auténtica es dar a da uno lo que necesita, es estudiar, uno por uno, las necesidades de cada centro. Es cumplir con la obligación que como trabajadores de la enseñanza pública tenemos.
En ello trabajamos en el instituto Alberto Pico. Con los que tienen problemas y con los que tienen expectativas. Para dar a cada uno de ellos lo mejor que tenemos para que puedan alcanzar lo mejor de sí mismos. Por eso atendemos a cada uno de diferente manera para que todos sean iguales. Lo que tenemos, lo que hacemos, lo que hemos hecho desde hace más de quince años, convenciendo a todas las administraciones, a todos los gobiernos, a todas las autoridades para que nos dejen seguir cumpliendo con nuestra labor. Una enseñanza de calidad en un centro de barrio. Una enseñanza pública que no debe ser de segunda división. Un trabajo de muchos años que ahora quieren dar por finalizado sin más razón que unos números fríos que no conocen las caras de las personas, que no les miran a los ojos, que no saben nada de sus vidas.
Todo en nombre de esa falsa igualdad que consiste en tratar a todo el mudo por igual, a no fijarse en la gente, a vivir en un mundo de números y de papeles, a pensar solo en dinero. Y no es así; no debe ser así. En la educación debemos ser iguales al final pero diversos en el camino. Ayudando a los que lo necesitan, apoyando a los que lo requieren, buscando lo mejor posible para cada uno de nuestros alumnos. Y saber que, de esta manera, con el trabajo de cada día, con atención individual a personas diferentes, cumpliremos con nuestra tarea: podremos hacer que, al menos en los que nos toca, nuestros alumnos sean un poco más iguales.
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