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Máximo se encontraba haciendo prácticas de coche para sacar el carné de conducir cuando se enteró del accidente. Su padre Manuel, que era vocal de la Federación Cántabra de Cofradías y había viajado a Madrid por un asunto vinculado a su cargo, tenía previsto volver ... a casa, en San Vicente de la Barquera, un día antes en tren, pero unos sobrinos que residían en Madrid le invitaron a quedarse y pospuso un día su regreso, con lo que compró un billete en el Aviaco.
Cuando su hijo Máximo ya regresaba de la clase de conducir, dice que pararon en un bar de Cabezón de la Sal y se encontró con una prima. «Estaba con los ojos llorosos y le pregunté qué le pasaba. Me dijo que tenía catarro y me lo creí. Pero después, para que no me enterase por la televisión, me informó de que mi padre había muerto, que iba en el avión».
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Ana Gil Zaratiegui
Cuando Máximo llegó a casa, su madre y un cuñado ya estaban de camino a Madrid, y él y otro hermano cogieron un taxi e hicieron lo mismo. «Cuando llegamos todo era muy turbio. Nos hicieron análisis de sangre para saber nuestro grupo sanguíneo, pidieron las prósteis dentarias de mi padre para poder reconocer su cuerpo. Estuvimos allí siete días y fue mi hermano mayor el que hizo la identificación, pero nunca se le preguntó por lo que vio, pero salió pálido». «Hubo una negligencia muy grande porque el aeropuerto no tenía la señalización luminosa en condiciones». El accidente obligó a Máximo a aparcar sus estudios de Magisterio y entrar en la Policía Local, aunque años después volvió a su vocación en la docencia.
Sobre su padre dice que era una persona dada al cargo público que tenía, puesto que fue teniente alcalde, presidente de la Cofradía de San Vicente durante 12 años... «De hecho tiene una calle a su nombre. Dejó un legado», afirma, orgulloso.
Su madre Manuela, que cumplirá en enero 90 años, cuenta que fue un hermano de su marido el que le comunicó la trágica noticia. «Yo estaba esperando a que Manuel volviera en tren, por eso me cogió por sorpresa».
Gracias a su prodigiosa memoria, recuerda esos «duros» días que permanecieron en Madrid para identificar el cuerpo de su marido. «No supimos lo que trajimos a casa porque no se podía identificar a la persona. No sabían lo que era aquello, ni uno ni otro ni nadie». Manuela cree que «el accidente se pudo evitar si se hubiesen hecho las cosas como se deben hacer». «Creo que el piloto del avión decía que no veía el camino», apunta.
A su marido le recuerda como un hombre «muy serio», al que le gustaba mucho «salir a tomar algo en los bares con los amigos, como hacían los marineros. Era buena persona porque todo el mundo le apreciaba en San Vicente, la prueba está que pusieron su nombre a una calle».
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