
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La presión que el coronavirus ejerce hoy sobre los centros sanitarios ya no es la de aquellos primeros días de marzo y abril, ... pero el aislamiento, la calma tensa y la disciplina siguen regentando la rutina de Padre Menni, un hospital que desde el inicio de la pandemia ha perdido a tres pacientes por culpa del virus -otros dos con síntomas, pero sin confirmar- y por el que han pasado en total 18 positivos.
Mantener las precauciones para que no vuelvan esos días se ha convertido en una obsesión. Batas, calzas, gorros, pantallas, dobles guantes, contenedores para la ropa, desinfección constante, turnos de salida, toma de temperatura, orden de las visitas... Y mascarillas, claro, como unas 2.000 a la semana para sus cerca de 380 profesionales. Saben que esa es la única manera de ganar la pelea.
«Aquí alguien moquea y directamente se le aísla», resume Carlos Pajares, director gerente de este centro privado y sin ánimo de lucro, perteneciente a la Congregación de las Hermanas Hospitalarias. El encierro preventivo en caso de sintomatología tiene detrás una máxima que él y todo el personal entienden desde el primer día. «El virus puede entrar, sí, pero la clave es impedir que lo haga de una manera descontrolada. Eso es lo que estamos haciendo y, de hecho, nadie tiene el nivel de aislamiento que tenemos aquí».
En cualquiera de las tres áreas que componen el Padre Menni -salud mental, psicogeriatría y discapacidad intelectual- los ingresos que llegan desde Valdecilla u otro centro llevan aparejado por norma un aislamiento de 15 días, independientemente de las pruebas PCR que se hacen tanto al entrar como al salir. Eso se lleva haciendo desde finales de febrero. Tratamientos, cuidados, pruebas, aseos, movilidad... El nuevo sistema de trabajo está completamente implantado en el edificio, y se complementa al sistema de «burbujas» -grupos de pacientes que funcionan al igual que una unidad familiar- de cada unidad. Eso sí, hay un plan A, B y C, y el Padre Menni contempla distintos escenarios de endurecimiento de todas estas medidas «en caso de que la cosa se vuelva a descontrolar», como avanza Pajares.
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El rigor con que se cumplen estos protocolos hoy se traduce en una imagen desangelada de los pasillos, unidades, cafeterías y las salas de talleres que hasta hace medio año eran un ir y venir de batas blancas y saludos con los pacientes. Se ve y hasta se escucha en la reverberación de las paredes. La sala que solía acoger aquellas actividades ahora es la de visitas, de máximo 20 minutos y de aquella manera: familias y seres queridos, a un lado; pacientes, al otro -previa toma de temperatura, gel desinfectante, etc.-. Las zonas que antes eran comunes para sus 400 pacientes, donde sólo queda un televisor encendido para nadie, han perdido todo su sentido. La cafetería triste y las tazas impolutas.
Desde luego la imagen es radicalmente distinta a la que exhiben los locales de hostelería y ocio al otro lado de esas paredes. Para el personal del Padre Menni resulta «decepcionante y a la vez desconcertante» comprobar que, aún después de seis meses de excepcionalidad sin precedentes, una parte de la sociedad, muchos jóvenes, sigue minimizando los peligros de la amenaza en aglomeraciones poco justificadas, exponiéndose a sí mismos y, con ello, a su entorno. «Pensaba que lo que hemos vivido generaría cierto nivel de responsabilidad individual pero veo que la memoria de las personas, a veces, es muy corta», declara la doctora Lianna Rodríguez, antes de recordar aquel inicio de la pandemia dominado por la tensión, estrés, insomnio y la incertidumbre. «Hace nada estábamos todos encerrados y ahora actuamos como si nada hubiera ocurrido. ¿Tanto esfuerzo para qué? Te queda muy mal sabor de boca al ver según qué cosas».
A un par de metros de distancia tratan de aislarse un poco del día a día Jesús García, enfermero, y Pablo Manterola, alumno en prácticas de fisioterapia. A sus 21 años, ambos lamentan tener que asistir a ciertas imágenes, más cuando muchas de ellas, que no todas, las protagonizan precisamente sus coetáneos. Coinciden también en el remedio para evitar que las irresponsabilidades se produzcan. «Mientras se siga permitiendo se seguirá haciendo», dice el primero; «hasta que no se corta no se entiende el mensaje ni la gravedad de esta situación», el otro.
Como jefa del área de Psiquiatría y, en estos momentos, directora médico en funciones, Vanesa Muñoz trata de encontrar una explicación a este problema desde una óptica sociológica. Después de todo, «cada uno escucha lo que quiere escuchar y las redes sociales marcan el día a día de mucha gente, por desgracia». A su lado asiente Marián Carbajo, directora de Enfermería, quien se acuerda de «toda la gente que lo ha pasado mal por el virus», también jóvenes, sanos, sin patologías previas: «Basta con salir y contar las personas que llevan la mascarilla, si la llevan bien».
El consuelo es que, aunque las cifras se empeñan en aparentarlo, «la situación no es la de abril», como diagnostican Carbajo y Muñoz. Hoy, como sus compañeros, pueden decir que están «más tranquilas» gracias al bagaje y la experiencia que han acumulado para hacer frente a los nuevos brotes. «Seguimos teniendo que pensar muchas cosas pero esto ya no es nuevo. Tenemos mucho más control y ya no estamos a la expectativa de a ver por donde brinca el bicho», extrae la jefa de Psiquiatría.
Eso no quiere decir que no exista un miedo real al «descontrol». Se quiera llamar segunda ola o no, ahí están los 300 casos que hay detectados en la comunidad autónoma, las cifras y, según pasan los días, la amenaza real de que el coronavirus y la gripe común se alíen para desbordar las camas de los hospitales después del verano. «Eso va a ser un problema grave porque no quedará más remedio que aislar todo lo que manifieste síntomas parecidos, aunque un porcentaje moderadamente no sean necesariamente casos de covid-19». La buena noticia que extrae Carbajo, al menos, es que «esto puede servir para que este año haya menos gripes».
El centro hospitalario Padre Menni sigue insistiendo en la importancia de la colaboración público-privada, y el mensaje a la Administración sigue siendo claro. «Necesitamos un poco más de apoyo y coordinación», solicita Carlos Pajares, quien también demanda una discusión «constructiva» y alejada de ideologías. Lo que no es asumible es «esperar a que los hechos nos empujen a movernos». Todo lo contrario: «Hay que tomar decisiones que son difíciles, hacer de 'poli malo' si es necesario y aprender a conjugar salud y economía y salir de esta situación». De lo contrario, vaticina, «volveremos a lo peor».
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Ana del Castillo
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