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Del marqués de Bradomín dijo Valle-Inclán que era feo, católico y sentimental. Juan Ramón Jiménez retrató en prosa poética a Platero como pequeño, peludo y suave. Y del Rambo de Turieno sabemos que es menudo, crespo y drogadicto. En realidad Luciano –que ... así se llama el huido por unas horas– no tenía vocación de ser un Rambo al uso («un hombre entrenado para matar, ignorar el dolor, vivir de lo que da la tierra y comer cosas que harían vomitar a las cabras»); por eso volvió a casa cuando confluyeron los rigores de la noche y el síndrome de abstinencia. Y allí lo estaban esperando dos números de la guardia civil, que aún guardaban balas en la recámara pese a las muchas que habían estampado en la fachada antes de que se escapara el sujeto en cuestión. Revilla llegó a calificar la acción de chapuza, pero Zuloaga se enfrentó a su bautismo de fuego transmitiendo que la operación había sido un éxito porque se había arrestado a una persona extremadamente peligrosa (pobrecito). Sea como fuere, hay quien dice que con su exagerada hazaña el fugitivo efímero colocó a Liébana en el mapa nacional con más eficacia que los actos del año jubilar.

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