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abriel María de Pombo Ibarra fundó, allá por 1914, el Ateneo de Santander, del que sería su primer presidente. «Flaco como estaba, le apodaban el Galgo de la Reina» y gustaba de mirar los escaparates de dulces de la ciudad. Así lo retrató su familiar ... y descendiente, el escritor Álvaro Pombo, al amparo de ese mismo lugar. «Tenía la inmortalidad del cangrejo de la familia; no nos morimos y seguimos mirando los dulces un poco hambrientos», bromeó el autor que acudió al Aula de Cultura de El Diario Montañés para presentar 'Santander, 1936', que definió como la novela de una familia de comerciantes castellanos, «que hicimos fortuna en las Indias y fuimos muy famosos en Santander», leyó. «Quizá seamos unos Pombos a fondo perdido, una lápida melancólica en Ciriego. Ser irrecuperablemente Pombo es una aventura romántica». Así, hasta 14 formas de reconocerse en ese apellido que aparecen reflejadas en su obra.
En la presentación le acompañaron el presidente de Editorial Cantabria, Luis Revenga, el crítico literario Javier Menéndez Llamazares y el historiador Mario Crespo, quien destacó que 'Santander, 1936' es una novela y no un trabajo de historiografía. «Amparándose en un poso documental importante, en gran parte en las crónicas de El Diario Montañés, ha construido una ficción». «Los periódicos se convierten en instrumentos para mí», añadió Pombo. En cierto modo «es una deformación de la historia», matizó, porque «cuanto más historia leo, más ganas me dan de inventar cosas», enfatizó el académico cántabro, a sabiendas «de que hay el riesgo de dar gato por liebre, que no es mi intención». Rechaza, por ello, abiertamente, el concepto de novela histórica. En la suya, aquellos jóvenes enrolados en una guerra civil, «no merecían morir, pero no veían otra forma de sobrevivir», con un Santander como escenario vital que, dentro de lo que cabe, «era más bien una ciudad políticamente indolente».
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José Ahumada
Su tío Álvaro, que protagoniza la novela, se afilió a Falange, «que se reunía en Pedrueca, poco menos que yendo por los cuartos de estar de las casas, porque no tenían sede», frente a un movimiento obrero «que era muy fuerte e integrador». Esos falangistas «eran niños bien, pero muy valientes y no dudaron un instante en morir». Esa, dijo, es «la falta de decisión que tenemos hoy en día, que queremos vivir todo el rato».
En gran medida, ese otro Pombo novelado es fruto de conversaciones y vivencias caseras. Sus padres conocieron la guerra cuando tenían apenas veinte años y se marcharon de España. Germanófilos que cuando cayó Berlín acudieron al consulado alemán a cantar con el brazo en alto. «Éramos de derechas porque no se nos ocurrió otra cosa». En sus fantasías «de niño estúpido», Hitler lograba escapar y en un submarino llegaba a la playa de Santander «porque sabía que éramos todos medio fachas». Esperando en la playa estaba el infante soñador preparado para guiarle hasta una habitación en su casa donde refugiarse, en una auténtica «fantasía nacionalsocialista» Para él fue, «realmente escandaloso ir enterándome con el tiempo de cómo fue todo. Creíamos de verdad en la propaganda, que era fuertísima». Acumulaban fotos de los mariscales en África, de los tanques, y mientras «nosotros éramos perfectos con nuestros uniformes y botas altas, los ingleses eran unos 'desastraos'».
La guasa, que con tanta soltura practica, «es una cosa complicada, porque no te tomas en serio el mundo». A su juicio está ligada al momento en que la burguesía «se complica» y aparece la ironía, el sí pero no. Esa forma de afrontar la vida que le viene con el apellido, es un producto de tercera generación. «Ser un Pombo será siempre muy divertido. La familia Botín era más seria que nosotros», bromeó. «Y más trabajadora también, muy de la oficina y del banco, mientras que nosotros teníamos el punto navegante y nos fuimos a las Indias. Ellos se quedaron aquí y trabajaron como burros».
«Los Pombo no pensaban en la muerte, pero ya puestos a morirnos, nos morimos ahora mismo todos juntos y se acabó». Y de nuevo, la risa y el aplauso de un público que conoce y reconoce al autor y su amplísima obra, que firmó en el libro de honor del Ateneo diciendo: «Echo un firmazo por si caduco el año que viene».
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