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El tren de media distancia que cubría el trayecto entre Santander y Valladolid a primera hora de la mañana atropelló a un corzo entre Mataporquera y Aguilar de Campoo, dos horas después de salir de la estación de la capital cántabra.
Lo que vino posteriormente ... es toda una odisea. Los 34 pasajeros afectados estuvieron más de cuatro horas atrapados en el convoy sin agua ni comida ni luz, en una zona rodeada de vegetación y sin posibilidad de bajar del tren.
Contaron a este periódico que el vagón comenzó a temblar, con sacudidas y temblores hacia delante y hacia atrás, como si quisiera estornudar. Y al final, se detuvo. Eran las once y media de la mañana y la mayoría de usuarios de Renfe conservaba las esperanzas de llegar a su destino. Nada más lejos de lo que, finalmente, pasó.
«Estamos en medio de la nada, rodeados de campo. Tampoco tenemos luz y no funcionan las cisternas», contaba una de las pasajeras, Elena Castresana, que debía llegar a las cinco a la función semanal del coro Intermezzo del Teatro Real, donde trabaja. A su lado viajaban dos menores, de 15 y 17 años, que regresaban a casa, en la capital de España, después de visitar a su familia en Santander: «De pronto empezó a vibrar el tren, pensé que era una piedra, pero nos dijeron por megafonía que habíamos atropellado a un ciervo y que los frenos se habían estropeado», relataba una de las jóvenes.
Está interrumpida la circulación entre Mataporquera y Aguilar de Campoo debido a un accidente con animales salvajes. Esta incidencia afecta a los trenes que realizan el trayecto Santander-Palencia.
INFOAdif (@InfoAdif) June 23, 2022
Según Renfe, tras el impacto, el tren quedó «inútil» para circular –no podía moverse ni ser remolcado hacia delante–, por lo que intentaron hasta en dos ocasiones moverlo con una máquina hasta Mataporquera, la parada anterior. Pero fue imposible, las piezas no acababan de encajar «porque el tren es muy, muy viejo», señalaba Castresana.
Al final, la empresa de transporte ferroviario optó por enviar a un grupo de operarios para que hicieran un arreglo provisional in situ y, de este modo, el tren pudo arrancar y dar marcha atrás hasta el apeadero.
Después de cuatro horas de espera, dentro, en los vagones el sentimiento de resignación fue tornando a cabreo monumental. Era la hora de comer y por no tener no tenían ni agua, así que David San Juan, otro de los afectados, se puso a repartir entre sus desafortunados compañeros de viaje unos bocadillos que había llevado. A pocos minutos de dar las cuatro de la tarde, consumidos por la sed, se vieron obligados a reventar el cristal de una máquina expendedora con un martillo de emergencia para «poder beber algo».
San Juan tampoco pudo acudir a su cita en Madrid. «Tenía una reunión de trabajo a las cinco y media, pero ya no llego, así que me volveré a Santander, pero aquí hay una señora que vuela a las siete de la tarde a Lisboa y cree que no llegará», explicaba.
Castresana siguió mirando el reloj y haciendo cálculos hasta el último momento, nerviosa por no poder acudir a su puesto de trabajo. Finalmente no pudo ser. A las cinco de la tarde aún estaba en el autobús, a la altura de Osorno, a 300 kilómetros del Teatro Real.
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