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S. T.
Cabezón de la Sal
Jueves, 18 de agosto 2022, 08:42
María tiene noventa y bastantes años y camina del brazo de su hija Merche. Su marido, Enrique Revuelta, murió hace tanto que parece que han pasado varias vidas. Y sin embargo, María observa la foto de su difunto esposo pegada a la pared de la ... que fue su casa -hoy en día un bloque de pisos- en el barrio de La Pesa de Cabezón de la Sal; y llora. En la imagen aparece un Enrique joven, como con arrojo, en un paisaje nevado del pueblo de Correpoco. María la mira y la mira y el marido vuelve un poco al presente, mientras dos lágrimas transparentes se descuelgan de los ojos de la viuda. Es la víspera de San Roque, la fiesta del barrio de La Pesa de Cabezón de la Sal que se celebró ayer tras dos años de vacío por el covid, y donde en esta edición tienen especial protagonismo las fotografías antiguas. Hay fotos en los balcones, en las fachadas de los edificios nuevos, en las de los viejos, en la ermita, en las puertas de las viviendas, en las calles, los portales. Hay capturas en blanco y negro y en sepia de los vecinos que ya no están, cuyos colores se han apagado, pero que encienden los recuerdos.
La iniciativa de colocar fotografías de los difuntos propietarios en las fachadas de las casas parte de José Roberto García y Lines Gómez, autóctonos y auténticos vecinos de un barrio en el que nadie es cualquiera, donde se alude a los muertos por el mote (Lola, la garabita; Cionín, la camarguesa...) y no importa, porque hay más cariño que intención. «Mira, este es Don Ramón Laza, el antiguo cura, yo era un crío del 'tó' y tú ni siquiera habías nacido», explica Roberto junto a la ermita de San Roque, donde está la foto del aludido y la de Don Ricardo, el siguiente cura. Roberto y Lines han recorrido las calles de San Roque, San Pelayo, Sandimas, El Carmen y Solapeña, casa por casa, para pedir a los vecinos fotografías antiguas (hay desde finales de 1.800 hasta 1970). Empezaron en julio, recopilaron cuarenta y dos, las ampliaron y las colgaron para que todo el mundo pueda verlas y emocionarse. Así que el paseo por La Pesa es un constante: «Esos son Mero y Ángeles, que tenían un bar al que llamaban la tienda de Mero»; «y aquí están Servanda y Luciano en 1930»; «en esta casa vivían Goya, Quino y Lin, que es el niño que aparece en la imagen». Identidades que trascienden la vida y sobre todo la muerte.
El objetivo de la iniciativa es homenajear a 'Esperancita, la perejila', que murió hace unos años y era una de las vecinas que más se emocionaba y participaba en la fiesta de San Roque -ella decía San 'Rocucu'-. Una genuina de La Pesa. Fiestera, con iniciativa para mantener las tradiciones que identifican a un pueblo. «Este era un barrio de clase obrera, donde se ayudaban unos a otros y en seguida se montaba la fiesta». Un barrio de costumbres arraigadas que se han ido descosiendo de las calles. «Ahora ya no ves a los niños jugando fuera, todo es tecnología y aparatos». La vida en la Pesa «ha cambiado radicalmente», lamentan. Pero en San Roque todo vuelve a ser como antes y arcos de hiedra adornan las calles. Otra tradición de 1930. «Antes utilizaban bidones de gasolina con palos de madera y los rodeaban de plantas». Ahora hacen lo mismo pero con palos de metal. El resultado es que La Pesa parece el escenario de una fábula infantil.
«Para nosotros el día de San Roque es muy especial, porque nos hermanamos todos y comemos en la calle. Es el día más importante del año, ni La Montaña ni nada». De fondo, suena ya la música sobre el escenario.
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