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No es disparatado pensar que cuando Antonio Moncayo fue captado por la organización criminal que le esclavizó durante 17 años estuviera pasando uno de los momentos más crudos de su vida. El divorcio y traslado de su familia a Cantabria o la pérdida de su ... puesto de trabajo en una fábrica de Bilbao derivó en tres noches en la calle, durmiendo entre cartones, y sin probar bocado. Una situación de vulnerabilidad que los captores supieron aprovechar agasajándole con una buena ronda de pinchos y bebidas y un techo bajo el que dormir. Fue el anzuelo que llevó a Antonio a malvivir bajo el yugo de la familia de feriantes que le explotó y le robó la pensión durante casi dos décadas. Han pasado ocho meses desde que salió del infierno de Caparroso, el pueblo de Navarra donde residía con sus maltratadores, y sigue sin guardarles rencor. Da la sensación de que le cuesta lanzar reproches a quienes le pisotearon la dignidad.
Jesús Artal
Jefe de Psiquiatría de Valdecilla
Sobre el caso de Antonio, el jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, Jesús Artal, tiene más preguntas que respuestas. La primera de ellas, ¿cómo era su salud mental el día que se topó con sus esclavizadores? «Siempre es arriesgado opinar sobre un caso sin evaluar directamente a la persona implicada; pero no parece descabellado pensar que en aquel momento de su vida tenía suficientes razones para estar deprimido, indefenso y vulnerable. No digo que sea obligatorio estar así cuando la vida te da la espalda, pero es francamente fácil ponerse en sus zapatos y pensar que era manipulable, sobre todo si recibió lo que aparentemente era una ayuda desinteresada», señala Artal.
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¿Por qué no escapó cuando tuvo ocasión? No hace falta ser psiquiatra para contestar a esta segunda pregunta. Es el propio Antonio el que lo hace. «¿A dónde iba a escapar, si no tenía nada?». Para Artal, esto se traduce en una palabra. Miedo. «Él mismo lo explica bien en la información publicada en este periódico. Pensaba que nadie estaba preocupado por él. No sabía ni cómo ni cuándo hacerlo. Además, tenía algunas necesidades básicas cubiertas. Quizá seguía deprimido sin apenas capacidad de reacción».
La tercera pregunta, que también se hacen muchos lectores, es si el caso de Antonio Moncayo es un claro ejemplo de 'Síndrome de Estocolmo', una reacción anímica en la que la víctima desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su retenedor. Los psiquiatras y psicólogos son muy dados a definir síndromes que a veces calan bien en la sociedad, como el del 'nido vacío' o el 'postvacacional', pero lo cierto es que estos términos no aparecen en sus calificaciones diagnósticas. En este caso, Artal no ha visto documentado ese vínculo afectivo de Antonio con sus captores. «Quizá lo experimentó en los primeros momentos», señala, para posteriormente explicar que lo que se desprende del relato de la víctima es el miedo, el deseo de salir de ahí al mismo tiempo que la importancia para hacerlo. «Pienso más en una persona derrotada, quizá deprimida, asustada, seguro indefensa y sin capacidad de respuesta, que acepta una situación que no desea mientras espera quizá sin esperanzas, que algún día se acabe».
La recuperación de Antonio ya ha comenzado y aunque ahora «seguramente presenta síntomas postraumáticos», Artal está convencido de que «desaparecerán con el cariño de su familia o quizá con ayuda profesional». El jefe de Psiquiatría de Valdecilla hace una última reflexión sobre el terrible caso de Moncayo: «Pienso en muchas otras personas derrotadas por sus circunstancias vitales, también asustadas frente a la vida y quizá deprimidas, que aceptan situaciones de (semi)esclavitud en sus relaciones laborales, de pareja, de grupo social».
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