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Son casi transparentes, gelatinosas. Pueden parecer como bolas. Suelen estar en la orilla y es fácil que se confundan con las medusas. Pero no lo son y, además, son inofensivas. Se trata de las salpas. Este año, con todo el revuelo con las carabelas portuguesas ... y las picaduras, llaman más la atención. «No es que no vivan en el Cantábrico. Hay épocas en las que tienen mayor frecuencia de aparición y otras, menor. El verano pasado en el Museo ya constatamos bastantes cantidades, pero la sensibilidad es mayor a las apariciones cuando hay especies, como este año, que pueden afectar a las personas que se dan un baño», explica Gerardo García-Castrillo, biólogo y responsable del Museo Marítimo hasta su reciente jubilación. Es un ejemplo de lo que este agosto se puede encontrar uno en la orilla de las playas cántabras. Que el agua esté más caliente, de manera directa o indirecta, influye. «Todo va unido».
La reina de estas vacaciones es la carabela. Por aspecto (su imponente vela), presencia (más que otros años, aunque en 2010 hay registros de una llegada masiva) y hasta por peligro (catalogado como muy severo). Nos llega de aguas abiertas del océano Atlántico Norte en un largo viaje en el que intervienen, sobre todo, vientos y corrientes. «La carabela portuguesa es una especie superficial y se ve afectada por los vientos y las corrientes en superficie», explica el experto, que no deja de añadir, en todo caso, que el calentamiento del agua también afecta en las corrientes o en el hecho de encontrar buenas condiciones para alimentarse y, por tanto, para proliferar.
«A muchas medusas las depredan peces luna o tortugas», añade García-Castrillo, que explica como el ritmo de reproducción de estas especies no puede seguir al de las medusas o las carabelas (que no son propiamente medusas). O sea, que, si llegan muchas, están cómodas y se reproducen, los que se las comen –por simplificar– no dan abasto.
Al temor que llevan semanas provocando las carabelas se suma en los últimos días la llegada de un visitante más habitual. La medusa común o aurelia (Aurelia aurita), con un índice de peligrosidad leve y que es la que más se ve por los arenales tradicionalmente. Y también se han visto en ocasiones (a finales del verano pasado llamaron la atención) las llamadas aguamalas o aguavivas, mucho más grandes y en un nivel de peligrosidad a medio camino entre las carabelas y las aurelias. A la vista, con casi un metro de campana blanquecina azulada, no pasan desapercibidas.
Pero ojo, porque el que más picaduras está provocando este verano a los bañistas no es una medusa. Se trata del pez escorpión, también conocido como faneca brava o pez araña. Más bien pequeño y frecuente en el Cantábrico, gusta de enterrarse en la zona que coincide con la línea de baño. Con bajamar puede quedar parcialmente al aire y las púas de su aleta dorsal hacen el resto. Lo habitual es un pisotón y un dolor agudo (además del susto), aunque el asunto no suele derivar en casos graves.
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