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La Atención Primaria se muere de éxito. Médicos veteranos que la echaron a andar admiten que les entristece despedirse «en pleno derrumbe». Pero los problemas empezaron en el mismo momento en que «no se supo mirar al futuro», tanto en términos demográficos (el peso del envejecimiento y el aumento de la esperanza de vida) y de necesidades asistenciales, como de personal, entre otras razones porque «la gestión sanitaria siempre ha estado demasiado politizada» y «centrada en planes a corto plazo». Esa doble falta de previsión es la que ablandó los cimientos de la red, que colapsó con la pandemia y aún se recupera de sus secuelas.
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El «gran error», dicen profesionales que han vivido esa evolución, fue renunciar a la promoción y la educación sanitaria –el alma de la Atención Primaria– para hacer hincapié «en la accesibilidad y en la barra libre». Pero el presupuesto de la puerta de entrada al sistema –en 2023 contará con 195 millones, un 20% del montante que maneja la Consejería– no ha crecido en la misma proporción que la demanda, que está disparada, lo que eleva las dificultades para citarse y las demoras. Cantabria tiene 42 zonas de salud, con 122 consultorios dependientes de esos centros y 31 Servicios de Urgencias (SUAP), en los que se atendieron el año pasado 3,5 millones de citas médicas (incluidas 500.000 de Pediatría) –el triple que en 2019–, 1,5 millones de consultas de enfermería y otro medio millón de urgencias. Y el problema de fondo, que es lo que ha desembocado la reciente huelga, es que desde hace años la cifra de médicos se reduce. Y cada vez faltan más enfermeras también. En definitiva, la plantilla siempre está coja, con la consiguiente sobrecarga. Las nuevas generaciones de residentes no alcanzan para reemplazar las vacantes que se abren por jubilación, lo que apunta a que las dificultades aún irán a más, especialmente en zonas menos atractivas para trabajar, por las distancias o por la carga asistencial añadida de tener residencias a su cargo.
¿Es posible reflotar la Atención Primaria? No hay cosa que más deseen quienes han dedicado su vida a la Medicina de Familia, testigos directos de la cadena de errores que la han llevado al límite, aunque admiten también que el pronóstico no es alentador. Son ellos quienes aportan las recetas para esa recuperación, que pasa por devolver el prestigio a una profesión que ya solo eligen unos pocos. «No faltan médicos», coincide el grupo de profesionales que colabora en este análisis, sino condiciones laborales que favorezcan que los jóvenes quieran –primero– trabajar en los centros de salud (sobrecarga y autocobertura son términos que empujan a mirar a otros destinos) y, después, lograr retenerlos una vez terminada la formación MIR. Pero esas medidas, que implican competir en sueldos y contratos con otros servicios de salud, requieren mayor inversión.
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Un presupuesto más generoso es, sin duda, el pilar fundamental, pero los médicos hacen hincapié en que hacen falta también otras cosas que no cuestan dinero, aunque políticamente tampoco sean tan rentables, como controlar la demanda, «pasar del sanidad para todo al sanidad para lo que se necesite», de la mano de campañas de promoción de la salud. Las medidas aprobadas esta semana en el acuerdo de fin de huelga van encaminadas a gestionar esa demanda disparada, fijando un límite de 35 pacientes al día por médico, y habilitando consultas por la tarde, como horas extra. También se han mejorado las condiciones laborales de los médicos de continuidad, el colectivo de sustitutos que rotan por los centros para cubrir las ausencias de la plantilla, que se integrarán de forma progresiva en los equipos y SUAP. La alta interinidad se atajará en las oposiciones de estabilización en ciernes. Y el plante de los médicos ha logrado que se refuerce la seguridad en los centros y se sancionen las agresiones al personal.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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