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Toda lengua se compone de cuatro tribus de expresiones: las que han caído en desuso parcial o total (arcaísmos); las que se usan generalizadamente en las diferentes esferas de comunicación (actualismos); las que empiezan a ensayar su pertenencia al grupo anterior, como productos de ... importación o nueva invención (neologismos, extranjerismos); y las que podrían sobrevenir en el futuro porque potencialmente son posibles por la combinatoria de la lengua actual (futurismos). Cervantes hizo que Don Quijote emplease arcaísmos para situarlo lingüísticamente a finales de la Edad Media. En Jardiel Poncela leemos frases que en la primera mitad del siglo XX eran actualidad del español, pero hoy resultan insólitas. Y los neologismos nos invaden a causa del periodismo, como en la palabra ‘posverdad’.
Para mí, sin embargo, lo más interesante han sido siempre los futurismos. Quien me siga en estos lunes habrá notado mi afición a explorar palabras nuevas. Naturalmente, un futurismo que se acepte acabará siendo un neologismo, y con el uso se hará actualismo y cosa común, para finalmente ser olvidado como arcaísmo por nuestros nietos. El futurismo es el laboratorio de la lengua, y los poetas, humoristas, filósofos y científicos han sido siempre sus cultivadores más intensos, si no más felices. Los periodistas deberían atreverse un poco más.
‘Avilantez’, palabra heroica con que nos ataca Ortega y Gasset desde uno de sus prólogos a ‘España invertebrada’, me obligó a rendirme y acudir al diccionario de la Academia. Mi temor inicial de que significara «tirantez propia de los plenos municipales de Ávila» fue pronto disuelto, ya que la voz indica solo «audacia, insolencia». Una visita adicional al diccionario de Joan Corominas, glorioso filólogo barcelonés que nos explicó el origen de las palabras castellanas, revela que el vocablo, estabilizado en época de Felipe II, provenía de formas medievales como ‘avinanteza’ o ‘avilanteza’, y todo ello, a su vez, del catalán ‘avinent’, «oportuno, adecuado». Tomar avilanteza era aprovechar la oportunidad, hacer lo adecuado.
Esta palabra finalmente tiene dos sentidos un poco diferentes. Hay el «aprovechar» y el «aprovecharse»: el hacer lo que es oportuno o simplemente ser oportunista. Así que me pregunto si la epidemia de avilantez que abruma a todos los partidos políticos de Cantabria manifiesta uno u otro fenómeno. El que «aprovecha» algo es porque tiene un plan de futuro y toma la oportunidad como herramienta. El que «se aprovecha» no tiene más plan que ir tirando, barco que flota pero que no navega.
Los dos comunicados mayores de nuestro verano político han sido avilanteces del segundo tipo. Audacia e incluso insolencia serían bienvenidas como útiles de un plan de trabajo regional. Pero ahora son sólo el inicio de una larguísima campaña electoral. Como no se anticipan las elecciones para solucionar el desgobierno, hay que anticipar la campaña para camuflarlo. Nos esperan inundaciones verbales y sequías gerenciales. Intelectualmente, la legislatura ha concluido. Sólo queda un espectáculo con parva relación calidad-precio.
De modo que propongo rescatar ‘avilantez’ del arcón de arcaísmos, pero desdoblando su sentido para distinguir entre insolencia oportunista y audacia oportuna. A esta segunda la llamaríamos ‘avilanteza’. Para saber cómo va Cantabria, chequearemos si predomina la avilantez o la avilanteza, el colesterol malo o el bueno. Si el político «se aprovecha de» o «aprovecha que». Incluso podríamos establecer como principal indicador de salud política la minimización de las crisis de avilantez. Ahora mismo saturaríamos las Urgencias institucionales, pero hay un tratamiento que suele ser más milagroso que la crema de Beranga: la ‘vototerapia’. Esta cura permite restablecer en el espíritu público los niveles idóneos de avilanteza. Una correcta dosis de ‘vototerapia’ cada cuatro años erradicaría prácticamente la avilantez: tal es la utopía democrática. Ya nos dirá, porque el ‘vototerapeuta’ es usted. Avilántesenos, pero en buena hora.
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