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A los meses de invierno en el dique seco, que siempre se hacen duros para el sector, le han seguido otros cuatro fatídicos de pandemia. Y ahora, a las puertas de la 'nueva normalidad', el grueso de los hosteleros hacen cuentas para no entrar ... en números rojos. Esperan que el verano salve los papeles porque, de lo contrario, muchos temen incluso por la continuidad del negocio. La rentabilidad de la temporada estival va a resultar clave de cara al futuro.
«Necesitamos que el verano venga bien porque de lo contrario vamos a seguir perdiendo dinero», cuenta Jacinto Zatarain, gerente del Bar Cos, en la santanderina calle Calderón de la Barca. Ayer, miércoles, mostraba poca clientela pasadas las doce del mediodía. «Son muchos clientes fieles, pero echamos mucho en falta que haya más movimiento, y eso que no veníamos de buenas épocas», confiesa.
Fase 1 Abrieron las terrazas con una posibilidad de aforo del 50%.
Fase 2 Abrieron también los restaurantes y se permitió un aforo del 50%.
Fase 3 Se permitieron consumiciones en la barra y se redujo la distancia mínima de 2 metros a 1,5. Aforos de 75% en terraza y de dos tercios en interiores.
Trabaja con un tercio de la plantilla, «y lo que me temo es que así dimensionado me basto y me sobro para continuar en el día a día. Esto se va a notar en el trabajo porque no estamos como para poder meter a más gente. Es que, de hecho, ni hacen falta más camareros», zanja el hostelero.
Lo peor es el miedo que aún sigue atenazando a muchos clientes. Los más mayores ni siquiera se atreven a entrar en la barra. Es un sentimiento generalizado del colectivo hostelero. Las terrazas parecen funcionar, sobre todo los días en que hay buen tiempo, pero muy pocos recuperan la costumbre de la consumición en los interiores.
Sucede algo parecido al dar la vuelta a la manzana, en el café La Catedral, en la plaza de Atarazanas. Una ocupación generosa en el exterior, incluso pese a que el día amenazaba lluvia a intervalos, y un aforo casi completo hasta donde permiten las distancias. Pero apenas dos o tres valientes en el interior, en unas barras donde claramente se han delimitado los espacios con cintas para separar el lugar de consumición del reservado a los camareros para servir las mesas afuera. «Todo está completamente seguro. Tenemos todas las medidas que hay que tener, pero aún con todo la gente aún tiene mucho miedo a entrar», certifica Miguel Escudero, máximo responsable del establecimiento. A él, la desescalada le ha jugado una mala pasada.
«Empecé con mucha fuerza porque abrí la terraza el 19 de mayo, muy pronto, cuando casi no había competencia. Eso me llevó a hacer muy buena caja», recuerda. «Pero luego, con el paso de fases, más bares fueron abriendo, y cuando ya dieron acceso a los interiores, noté mucho más la caída. Ahora estoy intentando no entrar en pérdidas».
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Sobre todo porque fiándose de los buenos resultados sacó a buena parte de la plantilla del ERTE y ahora no puede dar marcha atrás. «Para hacernos una idea, normalmente hago una caja diaria de unos 1.600 euros y ahora estoy haciendo 500». Por eso confía en que la apertura de fronteras entre comunidades espolee el consumo. «Es lo único que nos queda. Porque además el verano puede servirnos de espejismo al pensar que esto va a mejorar cuando el golpe real nos lo vamos a dar en octubre, que puede ser catastrófico», adelanta.
A partir de mañana la libre circulación con el País Vasco permitirá la llegada de turistas de la comunidad vecina. También de todos esos vecinos que tienen en Cantabria una segunda residencia. Son potenciales consumidores. Y más aún sucederá a partir del día 21, cuando la movilidad se abrirá a todo el país y el extranjero. Aunque los empresarios también advierten que esto es un arma de doble filo.
«¿Qué hacemos si vienen y tenemos rebrotes?», pregunta Begoña Blanco, de Casa Silvio, en Tetuán. «El mío es un local pequeño y tengo que respetar la distancia de metro y medio. Así no puedo tener un aforo digno para sacar rentabilidad al negocio», protesta. «Hay otras medidas. Se pueden poner mamparas y otras soluciones. ¿De qué me sirve que pueda venir la gente a Cantabria si luego no me permiten meterla en el bar?». Actualmente trabaja con seis mesas cuando lo normal es que se maneje con diez. «O se fijan un poco en los más pequeños y nos dan otras soluciones, o lo vamos a tener complicado».
En idéntica situación se encuentra el restaurante Fuente Dé, en Peña Herbosa, donde además las protestas vecinales le han obligado a clausurar momentáneamente la terraza. «Por ahora lo mantendremos así porque no quiero problemas con el vecindario, pero lo único que nos queda es tener la esperanza de que acabemos salvando con el verano», desea Manuel Ángel Gutiérrez, uno de los dos hermanos responsables.
Más precavido, a la expectativa, se ha mantenido Rafael Ordóñez, gerente de la Casa del Indiano, en el Mercado del Este. «Este es un lugar cerrado y por eso, entre otras cosas, hemos tenido que esperar a abrir a que terminara el estado de alarma. Pero en todo caso esperamos hasta mañana, viernes, que es cuando se abre un poco la movilidad», justifica. Ha establecido dos tipos de accesos en barra: uno para pedir y otro para consumir: «Es la manera de mantener la seguridad». Y unos paneles de metacrilato protegen a los camareros. «Esperamos a que todo vaya bien y que la gente se anime a consumir. Necesitamos que regrese la seguridad y que el consumidor recupere la confianza. Veremos».
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