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Durante años, los que fueron malos para el bonito –entre 2009 y 2015, más o menos–, al llegar septiembre se hacía una «minicostera» de sardina a la altura de las playas francesas. Es un viaje en el día. Y aunque el precio era muy bajo, ... compensaba. En otoño, poco más se puede rascar. Esa costera «ha ido a menos, pero sí que se suele hacer el intento». El año pasado, sin ir más lejos. Pero a estas alturas, ya metidos en octubre, ha ido sólo un barco «y no ha visto nada». «Un patrón me decía ayer que el agua está muy caliente para que aparezca por allí la sardina». Lo cuenta César Nates, presidente de la Federación de Cofradías. Ni es científico ni pretende dar explicaciones científicas –«yo de eso no sé»– pero cuenta lo que está pasando este año, en el que el agua del Cantábrico está más caliente que nunca. Que el bonito, por ejemplo, se ha «arrimado menos a la costa». O que ha habido poca anchoa y poco verdel. «Yo no sé si es porque el agua está caliente, pero es lo que ha habido». Gerardo García-Castrillo (biólogo, exdirector del Museo Marítimo y conocedor como pocos de este mar nuestro) habla de cautela. «Está claro que el escenario está cambiando». Sí. Eso provoca apariciones esporádicas de especies de aguas más cálidas, subtropicales. Que se vean cosas. Pero, a la hora de hablar de un sistema biológico, de efectos en las especies, de cambios en los ecosistemas, hacen falta «una serie de años». Tiempo.
García-Castrillo señala ejemplos de esas apariciones puntuales. Más jargos, las medusas que tanta guerra han dado este verano o los peces luna. Menos visible –pero muy importante– es que el «incremento de la temperatura desequilibra la clínica del agua, que afecta al plancton y, a largo plazo, siguiendo las cadenas tróficas, puede tener efectos en las especies, las pesquerías o los cetáceos». Y apunta que se verán cambios –posiblemente más el año que viene, «si esto sigue así»– en algas como la padina, que será más abundante y que se trasladará hacia Asturias, Cabo Peñas o, incluso, Galicia. «Lo que se pueda ver en cuanto a cambios será más en la orilla que en aguas profundas, porque los efectos se notan más en las capas superficiales del agua».
También constata que este año han detectado dos especies de babosa de mar nunca vistas por esta zona o la aparición de un esturión en San Vicente (hace treinta o cuarenta años se pescó alguno). Pero vuelve a la cautela a la hora de señalar las causas o a dar por hecho que estos fenómenos indiquen una tendencia.
«Está claro –afirma García-Castrillo– que está cambiando y volver a aguas tan frías como antes lo veo complicado. Pero para constatar un proceso hay que ver cómo de pronunciada es la pendiente y también tener en cuenta que unas especies lo palparán más que otras». Es decir –otra vez–, tiempo.
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«Antes veías una medusa de forma puntual, pero este año podías estar buceando entre treinta», relata Itxaso Azcune, de la escuela de buceo Nemodivers (con sede en Colindres). Estos días, sin ir más lejos, el agua a veinte metros de profundidad estaba a 19 grados. «Deberíamos estar en los 16». Y aunque ha bajado algo estas dos últimas semanas, «ha sido muy poco».
¿Qué han detectado además de las medusas? «Algas que son propias de aguas más cálidas o morenas, que no suelen verse (aquí lo más típico son congrios)». También habla de cambios de colores. Sin datos para atribuirlos a la temperatura del agua sí que destaca que algas de color rosa «son ahora más blanquecinas».
Queda la opinión de los que más viven de la mar. Los pescadores. El presidente de las cofradías cántabras sí que constata que el bonito se «ha arrimado menos a la costa» y con la boca pequeña dice que a esta especie «no le gusta el agua caliente». «Los barcos recreativos pescaron algo al principio, pero luego nada. estaba demasiado lejos». De hecho, la flota pequeña dejó la campaña a mediados de agosto y los de cacea «han tenido que ir casi al reino Unido». Lo de la boca pequeña es porque Nates insiste en que no tiene datos para fijar las causas en que las aguas estén más calientes. Pero cuenta lo que ha pasado. Que en julio y agosto de 2022 la costera de anchoa fue muy bien. Y que este año no. O que no hubo mucho verdel en primavera y «se ha quedado más que nunca en la mar».
Él no es científico, pero César González sí. Este experto del Instituto Oceanográfico Español (IOE) ya apuntaba algo en esta línea en un reportaje que publicó este periódico en julio. «Se está viendo ya que la caballa –el verdel– está migrando hacia aguas más frías. Y como es el sustento del bonito, está arrastrando también a esta especie. Todo ello obliga a los pescadores a viajar más lejos para poder ganarse la vida», decía entonces. Informes del Instituto de Ciencia y Tecnología Marina y Alimentaria apuntan que la puesta de huevos de esta especie se desplaza unos 16 kilómetros al norte cada diez años.
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