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A las 11.27 horas, la barrera del aparcamiento del Parlamento de Cantabria se abrió para dejar pasar a un Mazda de color cereza. A bordo, una única persona (obviamente, al volante). María José Sáenz de Buruaga llegó sola y con una carpeta de color ... blanco con las siglas del Partido Popular bajo el brazo. Ella y su discurso eran los protagonistas del día en el hemiciclo. En la entrada le esperaban los primeros saludos. Gente próxima, su equipo.
–¿Estás nerviosa?
–Bueno, no sé. Me pondré luego, supongo. Tienes aquí una cosita, pero bueno...
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Gonzalo Sellers
Ella fue la que propuso ir a tomar un café entes de empezar. «Nos da tiempo, ¿no?». Ya en la cafetería del edificio, andaba buscando calderilla en un monedero, pero alguien se le adelantó y le plantó la taza sobre una mesa. «¿Es el mío?». A la –si nada se tuerce– primera mujer que será presidenta de Cantabria le gusta «mediano, muy oscurito». Corto de leche. Hubo saludo con los periodistas que cubren la información política, con empleados del Parlamento y conversaciones breves con todos los que iban llegando. Otra ronda de abrazos, un aparte con un tono más serio con el diputado Roberto Media que terminó con un «lo vamos hablando» y al lío.
Entre cámaras y fotógrafos, siete focos apuntaron cada uno de sus movimientos al entrar en el hemiciclo. La hora de la verdad. Por aquello de facilitar la tarea, se sentó sola unos instantes. «Espera que cojan plano», bromeaba Gema Igual mientras esperaba para subir hasta su asiento. En la misma fila, la candidata a la Presidencia, Íñigo Fernández, la alcaldesa de Santander y Carlos Caramés (nuevo alcalde de Piélagos). Por este orden. Después de la última tanda de saludos ya entre escaños –con integrantes del PRC y de Vox, especialmente Marina Lombó y Leticia Díaz–, llegó el momento. Habló la nueva presidenta de la Cámara, María José González Revuelta (PP), y el primer secretario de la Mesa, Armando Blanco (Vox). Protocolo. Buruaga se abanicó unos instantes –un poco nerviosa sí que estaba–, tomó aire con pinta de concentración y se dirigió hacia los cuatro escalones que hay antes de la tribuna. Sacó de la carpeta las veinte hojas del discurso y, a partir de ahí, habló durante 69 minutos.
La jornada, en realidad, fue eso. La de un discurso. Pero el Parlamento siempre deja detalles. Con cambios de sitio incluidos –y cambiarán más cuando haya nuevo Ejecutivo– y el piso intermedio, el de la prensa, muy lleno. Buruaga leyó sin leer. O sea, que lo tenía escrito pero, a grandes rasgos, se lo sabía. Miraba las hojas de reojo de vez en cuando, con poco movimiento de manos (más gestos con la cara que con los brazos). Si acaso, al hablar de sanidad. Se movió algo más. Como remarcando sus palabras. Ahí hasta se subió las mangas de la chaqueta azul que llevaba a juego con un pantalón ancho del mismo color. Ojo, en esos 69 minutos sin dejar de hablar, ni un trago de agua. Alguna sonrisa cuando su mirada se encontraba con un rostro conocido en la tribuna de invitados (la más alta) y los nervios iniciales, marchándose según avanzaba la intervención.
¿Qué hacía el resto? Pues Revilla, por ejemplo, no dejó de escribir en una libreta. Todo el tiempo. Cuatro o cinco hojas. El presidente del Gobierno en funciones, que también llegó solo y conduciendo su coche particular poco antes que Buruaga, mantuvo un perfil bajo durante la mañana. En los primeros minutos, Gema Igual (PP) y Javier López Estrada (PRC), diputados y alcaldes (Santander y Torrelavega), tecleaban en sus ordenadores portátiles. Curioso lo de los López –Estrada y Marcano–. Hijo y padre compartiendo bancada en el Parlamento. Aunque no del todo. Porque el más veterano tiene sitio en la Mesa esta legislatura y no se sienta junto al resto de los diputados regionalistas.
Claro, la atención inicial de sus señorías fue perdiéndose un poco a medida que pasaban los minutos. Y los móviles salieron a relucir. En silencio. O casi, porque alguno se escuchó durante la intervención. A eso de la una –el acto empezó a las doce– Buruaga iba por la hoja 16. Unos miraban el teléfono, otros asentían con sus palabras, algunos negaban con la cabeza...
Con el fin del discurso, aplauso de los diputados del PP. Sólo de ellos. Bueno, y de la consejera en funciones de Obras Públicas. Jezabel Morán, seguramente por inercia, también aplaudió un poco (dejó de hacerlo al darse cuenta). Un desliz.
Después, otra vez un poco de abanico, corrillos, felicitaciones, críticas y una ronda en el bar para los suyos pagada por Buruaga.
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