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Mara López siempre tuvo mucho cuidado de no contagiarse de covid. Le diagnosticaron cáncer de mama durante el confinamiento y el tratamiento la dejó muy débil. Además es hipertensa y diabética. «Estaba aterrada. Iba con doble mascarilla y no salía de casa». Pero llegó un ... punto –ya con las tres vacunas puestas– en el que se vio en la obligación de continuar con su vida. «Soy autónoma y necesitaba trabajar más para pagar la hipoteca, las facturas...». Yjusto cuando se cumplían dos años del estallido de la pandemia dio positivo. Pero, a diferencia de la mayoría de los afectados, ella se quedó atrapada en la enfermedad. Después de «mil pruebas médicas» le confirmaron que tenía covid persistente. «Mi vida ha cambiado. Hay momentos en los que siento que se me sale el corazón por la boca. Y me da pánico quedarme así para siempre».
Leticia Alonso
Trabajadora de una residencia
Mara López
Tatuadora
Ese mismo miedo siente Leticia Alonso, que desde que pasó el covid no puede ni siquiera coger en brazos a su hija de cuatro años porque se agota. Ambas atraviesan una situación parecida, aunque no comparten todos los síntomas –se han identificado más de 200, aunque difíciles de constatar con pruebas médicas–. Aunque no hay cifras oficiales de personas que lo sufren, el Observatorio de Salud Pública de Cantabria está desarrollando el primer estudio en España sobre los efectos del covid persistente. Hasta la fecha, ha entrevistado a 1.357 personas (694 contagiadas y 663 que no han pasado la infección) y se están analizando los resultados de esas encuestas telefónicas.
200son los síntomas compatibles con el covid persistente que ya se han identificado.
Leticia no puede contener las lágrimas cuando echa la vista atrás. Mientras el resto de la sociedad avanza, dejando atrás los efectos de la pandemia y las restricciones sanitarias, ella siente que sigue «estancada». Trabaja en una residencia de ancianos en Puente Arce y sigue teniendo muy presente la crudeza que se vivió en el centro durante los meses de confinamiento. Se contagió a los quince días del inicio del encierro y, junto a una compañera, se desplazó a un albergue de Piélagos que les ofreció el Ayuntamiento para evitar infectar a su propia familia. Estuvieron allí 37 días. «Dejar a mi hija de un año y medio fue lo peor», dice muy emocionada. «En cuanto di negativo me incorporé a trabajar. Pero estaba agotada todo el día. No podía ni dar dos pasos. Las piernas no me aguantaban». Así que se pidió una excedencia de tres meses. «A pesar de que no me encontraba bien del todo, volví a trabajar porque sentía que necesitaba seguir con mi vida», explica. El pasado mes de mayo se reinfectó y su situación empeoró: «Estoy peor. Encontrarme mal todo el día me destroza anímicamente porque siento que no puedo desarrollar mi vida con normalidad. Hay días que son un auténtico calvario».
Los síntomas que sufre desde entonces son muy variados: «Dependiendo de cómo me levante puedo estar cansada permanentemente. Hay días que entro a trabajar a las siete y a las siete y media me tengo que sentar porque no puedo más. Es como si cada pierna me pesará 100 kilos», comenta. Ha estado dos años y medio sin gusto ni olfato. De hecho, el gusto no lo ha recuperado del todo. «Todavía el agua me sabe muy mal. Es frustrante». Esa es la palabra que más repite. Frustrante. «A veces salgo a la calle y no sé si voy a poder llegar a mi destino porque me voy a cansar antes».
«¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?», plantea. Exactamente la misma pregunta que se hace Mara. Ella siempre se ha considerado una mujer luchadora. Pero «esto ya es demasiado». Incluso –valora– peor que cuando le diagnosticaron cáncer. «Entonces lo pasaba mal, pero era yo misma, aún con lo débil que me dejaba el tratamiento. Ahora no soy yo. El miedo me bloquea muchas veces».
Está en un momento diferente al de Leticia. En una etapa distinta. Contrajo covid el pasado julio y está aún dándose cuenta de hasta qué punto le están afectando las secuelas de la enfermedad. Desde el principio supo que algo no iba bien. Que era diferente a la forma de pasarlo de la mayoría. «Tenía una tos compulsiva, que ahora por suerte se ha calmado un poco. Un cansancio extremo que no se me pasaba durmiendo más horas. No podía ni ir a la cocina a por un vaso de agua. También se me escamaron las manos y las piernas». A eso hay que sumar problemas digestivos, respiratorios, dolores en la zona del hígado y sudores extremos. «Yo le decía a mis hijas: esto no es normal. Yo me estoy muriendo». Por eso, el diagnóstico final fue un alivio. «Ahora que sé que tiene nombre estoy mejor psicológicamente. Pero, de verdad, al principio pensé que no salía».
Algunos de los síntomas más frecuentes entre los pacientes de covid persistente son la falta de concentración, niebla cerebral y olvidos constantes. «La semana pasada fui a comprar arroz para hacer la comida. Cuando llegué a casa vi un paquete de arroz en la mesa. Había ido ya al supermercado y no me acordaba». Y así muchos días. «Voy a sacar la basura y no está. Al rato me dice mi vecino que me ha visto sacarla hace un rato», explica. «Cada día me preocupa más. ¿Qué va a ser lo siguiente?».
A Leticia también le pasa. No de una forma tan acusada, pero relata episodios similares. De despiste. «Me dicen algo en el trabajo y no me entero. Estoy muy desconcentrada. O se me olvida». Pequeños despistes que, a su edad –tiene 43 años–, le preocupan. «Soy joven y a largo plazo no sé lo que me va a causar esta situación. Me he hecho pruebas, analíticas, y tampoco me explican exactamente qué pasará. Es algo que me ha quedado ahí del covid pero tampoco te saben decir ni por qué, ni un tratamiento», dice Leticia mientras Mara asiente con la cabeza. «Saldremos de esta», confían ambas.
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