La pandemia nos ha cambiado más de lo que pensamos
¿somos iguales que antes? ·
Seis cántabros de entre 18 y 76 años reflexionan sobre cómo nos ha afectado la pandemia y en sus diálogos afloran más cambios personales de los que creíanSecciones
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¿somos iguales que antes? ·
Seis cántabros de entre 18 y 76 años reflexionan sobre cómo nos ha afectado la pandemia y en sus diálogos afloran más cambios personales de los que creíanLo único bueno de las frases hechas es que, a veces, funcionan como bálsamo. Y si algo tenía aquel mantra de que de la pandemia íbamos a salir mejores era la promesa de que había un final, y que la empatía aprendida en esa situación ... iba a generar un supuesto futuro donde devolverse los abrazos no dados en una sociedad con una resiliencia inaudita hasta entonces. La pandemia no ha terminado, pero sí lo han hecho esta semana las restricciones, y en este escenario, la frase hecha se ha convertido en eso, en un eslogan que de tanto repetirlo se ha quedado vacío. Por eso este periódico ha reunido a seis cántabros para dialogar sobre la realidad que palpita en cada ciudadano, según su edad; porque de la pandemia ni hemos salido, ni mucho menos mejores. Lo que sí somos es algo distintos. ¿En qué? Cada uno lleva por dentro una herida, una marca, un cambio de actitud, y si algo subyace en estos diálogos es que del miedo hemos pasado a la prudencia, y que aún está por ver lo que eso traerá consigo.
Ella es de Cicero, él de Torrelavega; ella acaba de empezar la carrera de Enfermería y él ha terminado Derecho, y sin embargo, su percepción de la pandemia es prácticamente idéntica. A la pregunta de cómo nos han cambiado estos veinte meses de restricciones y contagios, de soledad y pérdidas, ambos se miran y titubean antes de hablar, como si los micrófonos que tienen sostenidos por una pinza en la ropa pesara demasiado como para hablar de todo el colectivo que representan: los jóvenes. ¿Sienten miedo, un temor que condicione su comportamiento en esta nueva normalidad? «El miedo a contagiarse siempre está presente, hay muchos factores de riesgo que te conducen a ello, pero más que miedo, es incertidumbre: hasta cuándo, cómo... siendo responsable eliminas muchas posibilidades que pueden conducirte a contagiarte, pero la incertidumbre siempre está allí, por lo menos en mi caso», dice María de Cos, de 18 años: «Creo que a nivel personal no me ha repercutido demasiado, o yo no he notado un gran cambio personal ni antes, ni durante y tampoco ahora, en el después», afirma. El confinamiento la pilló preparando la EBAU, su primer año de carrera lo pasó con clases presenciales, pero aislada de otros grupos, y ahora que inicia segundo de Enfermería en la Universidad de Cantabria, echa de menos esa convivencia con otros estudiantes, «pararte por los pasillos, hablar con otros grupos, eso ahora no lo tenemos».
Ese aislamiento a Jesús le cogió en Nápoles, en pleno Erasmus: «Me pasé ese tiempo encerrado en el piso con el portátil, viendo series o películas, porque no podías hacer otra cosa». Ahora, su horario está reglado por el estudio de las oposiciones, y él tampoco percibe que los veinte meses de restricciones le hayan pasado factura. «Igual nos hemos vuelto más prudentes, pero creo que es una cuestión momentánea por el proceso que hemos sufrido. Por cómo se van a dar ahora los acontecimientos, igual que hemos aprendido a ser prudentes es posible que también desaprendamos a serlo», admite. ¿La razón? «Nos hemos acostumbrado muy rápido: tengo 22 años y esto ha sido año y medio, no es suficiente como para producir un cambio de tal calado», admite, e insiste en que su caso particular ha sido «afortunado», y no necesita mencionar vidas perdidas, familiares cercanos, profesionales en primera línea porque todo está implícito en esa fortuna de los que no sufrieron de cerca.
María Rozas de Cos
Estudiante de Enfermería de la UC
Juan Merino
Opositor a fiscal
Tampoco nadie mencionaba los casos particulares cuando meses atrás se generalizaba al culpabilizar a los jóvenes en sus comportamientos durante la pandemia. ¿Han sido los menos afectados por las restricciones que esta semana han terminado? «Desde mi experiencia, por mi entorno eminentemente sanitario, a lo mejor sí me siento con más tranquilidad que antes, pero tampoco con plena tranquilidad», señala María. «Siempre he intentado tener en cuenta la mascarilla, fijarme en lo que tengo alrededor y en las actuaciones de la gente, y si veo que otros no toman precauciones, las tomo yo por ellos. Es verdad que ahora me tomo más libertades, porque la situación lo permite, pero no plenas libertades». Entonces, ¿hemos salido mejores, como decía el mantra? «Un poco mejores, sí, pero en el sentido de aprendizaje, evolución y adaptación, de tener más experiencia de cómo adaptarnos a una nueva situación nueva», responde ella. ¿Y en el sentido de la empatía, de la bondad? Juan cree que «habrá gente más solidaria», pero está «convencido de que hay gente que no, y que siguen siendo iguales».
¿Y por la noche? «Salimos con más cuidado, procuramos hacer las actividades en espacios abiertos y al aire libre». Más que cambios, se trata, más bien, de una forma de adecuación y sentido común. Por ejemplo, dice, «me pongo la mascarilla si entro a un bar para pedir una copa y no me la quito hasta estar fuera», o bien, «si alguien me presenta a un amigo y no sé quién es, me pongo la mascarilla y me alejo un poco, porque yo controlo mi círculo de amigos, pero no controlo el suyo».
Ahora bien, si el aislamiento provocó más consumo de redes o de plataformas, ambos coinciden en que la normalidad les devolverá a los niveles previos. «Nuestra generación ha hecho más consumo de Netflix o Prime Video durante la cuarentena, pero ahora hemos vuelto poco a poco a lo que éramos antes», dice Juan: «Ahora en vez de estar seis horas viendo una serie por la mañana como antes, solo ves un rato y luego quedas con alguien a tomar algo: afortunadamente hemos sabido retroceder».
Lo que es innegable es que las relaciones personales, laborales y comerciales se han digitalizado entre videollamadas, códigos QR para no tocar las cartas, reuniones por Teams y otras aplicaciones que han permitido la actividad cuando no era posible verse. «Durante la cuarentena incrementó mi consumo en plataformas de pelis y series, y aunque ahora he vuelto al ritmo de antes, sí es verdad que noto un incremento en redes sociales», admite María. Ese incremento no ha traído más fijación por su aspecto físico, coste que, según los pediatras y psicólogos han pagado los jóvenes por ese autorreflejo en la pantalla.
Juan se cuida más ahora, dice, pero no cree que «el detonante sea una cuestión física motivada por las redes», aunque no descarta que «gente más joven que nosotros sí, al ser más vulnerable a ese tipo de estímulos». Lo que sí ha traído la pandemia es un acercamiento de los jóvenes a la información: «Sí que es cierto que ahora nos informamos más, buscamos más información en medios oficiales, aunque sea a través de las redes sociales», sostienen.
Mucho antes de la pandemia, Isabel Peña empezó a ir a la carnicería de Tomi López a comprar género. Ella vive en Pontejos, la tienda está en el centro de Santander, pero el vínculo se creó en el asador Tronky donde ella trabajaba. Allí se conocieron, y hoy en día sigue fiel a ese mostrador donde el carnicero ha visto el «miedo» en los ojos de los clientes, como subrayados por la mascarilla. «La gente estaba mal, había mucho miedo, pero ahora se ha pasado; atrás han quedado los papeles higiénicos y estamos en una nueva vida, la nueva normalidad que ha traído el fin de las restricciones es otra vida, parece que hemos vuelto a nacer», reconoce Tomi Martínez, que durante la pandemia no dejó de atender pedidos y llevar comida a las casas.
Según el INE, en junio de 2020, tres meses después del inicio de la pandemia, las ventas del comercio minorista a través de la red fueron un 71,2% superiores al mismo mes del año anterior, y por ahí ha venido el primer cambio: «La venta ha cambiado muchísimo, ahora nos contactan por redes sociales, por WhatsApp, por la web, te llaman por teléfono y lo llevas a casa, como hacíamos en pandemia, cuando salíamos con el coche a repartir por las casas, porque hay gente que todavía tiene miedo». ¿Y el trato con el cliente, esa distancia ha trastocado el vínculo? «El tema de la mascarilla es lo peor porque el contacto con el cliente tiene que ser total y esto te quita un 50%. A veces les gasto una broma y digo, 'este filete te lo tienes que comer con cuchara en vez de con tenedor', se te quedan mirando porque no te ven sonreír y eso es mortal: ese contacto está perdido totalmente», dice el carnicero, que a veces se baja un poco la mascarilla para que le vean la sonrisa, «pero no es lo mismo», lamenta: «Siempre hemos sido escrupulosos con las medidas sanitarias, aunque la mascarilla penalice la relación».
Isabel Peña Ocejo
Ama de casa
Tomi López Martínez
Autónomo
La alimentación fue uno de los sectores estratégicos que siempre estuvo abierto. Las colas por las distancias de seguridad convivían con calles vacías y locales cerrados. ¿Creen que ha generado esto una empatía nueva, nos hemos vuelto más cívicos o con el fin de las restricciones va a volver el sálvese quien pueda? «Creo que va a volver el sálvese quien pueda cuando terminen las restricciones», dice Isabel Peña, ama de casa que sigue comprando en el mismo local de Tomi, ya sea con mascarilla o a distancia. «No se puede generalizar porque siempre va a haber gente que sea respetuosa como antes de la pandemia, pero creo que cada uno vamos a lo nuestro, lo tengo muy claro; seguimos siendo egoístas y eso no va a cambiar, al revés, vamos ahora con mayor exigencia a los sitios. No quiero decir que todo el mundo lo haga, pero en la mayoría hay un deseo fuerte de estar ahí, de salir, de cine, fiesta, comidas».
¿Nos hemos vuelto más 'disfrutones'? Ella cree que sí: «Es como si nos hubieran robado un año y medio de vida, te han cortado las alas y no has podido viajar, ir a un restaurante, al cine o una exposición», apunta. Tomi le da la razón: «Hemos estado todos presos. Recuerdo bajar al negocio y ver que todo estaba cerrado, hasta la Plaza de la Esperanza. En la calle del Cubo estaba totalmente solo y se me pone la piel de gallina al recordarlo. Eso a la gente se le ha quedado dentro, ese miedo sí que lo hay, y ha activado las ganas de consumo», reconoce, hasta el punto de que habla de un cambio en el hábito de compra: «La gente gasta más, si antes escatimaba, ahora escatima menos, algunos clientes me dicen dame el mejor chuletón, como si fueran conscientes de que estamos aquí de chiripa».
Detrás de esa alegría, ambos, clienta y carnicero, reconocen cierto velo de prudencia que les contiene las respuestas: «Sí me ha quedado miedo al subir en el ascensor, por ejemplo, o en espacios reducidos, o al subir en el vehículo de un representante que no conoces, alquilar un coche o coger un patinete en Madrid; en ese aspecto sí tengo miedo», reconoce Tomi. «Yo no tengo miedo en ese sentido», continúa Isabel, «casi siempre llevo el gel y lo voy echando por todos los lados como precaución, la misma que tenía antes; no he sido de tocar pasamanos y en el ascensor voy con el hidrogel. Lo que tengo es precaución; miedo no, porque vivir con miedo es lo peor».
Cuando Isabel habla de normalidad, lo hace sin perder de vista que el virus sigue ahí: «La normalidad llega, pero las precauciones a nivel personal de cada uno tienen que seguir; hay que seguir cuidándose, hay que seguir con la mascarilla y con el gel porque esto no desaparece». Ante el fin de las restricciones, añade Tomi, ahora que estamos volviendo a la normalidad, «podremos hacer lo que nos dé la gana, pero siempre con medidas de seguridad y precaución». En ese cuidarse propio y ajeno, entra también la sensibilidad que el virus ha generado, porque si algo ha provocado el covid es una mayor susceptibilidad hacia el propio cuerpo: «Todas las imágenes que he visto en la tele me hacían pensar en cómo tenían que mover los cuerpos, en que la grasa empeoraba la situación de los pacientes y yo no quería estar así». Eso le hizo cambiar, tomar medidas: «En eso sí he cambiado, me cuido más y ya he conseguido bajar 17 kilos».
Es en los cuidados donde más cambios han notado. Después de escuchar cuántos mayores han fallecido, Tomi siente que ahora da más cariño a las personas mayores cuando van a su tienda: «Son la generación que nos ha sacado adelante y ante el final que han tenido, ahora soy aún más cariñoso con ellos. Tengo detalles con ellos, como con todo el mundo, pero a los mayores les apoyo más, les hablo más y de cualquier otra cosa, como que se ha muerto la madre de la Pantoja, por ejemplo; cualquier cosa que les saque del raíl del covid por un instante, entonces se olvidan y se sonríen, y aunque la mascarilla te quita mucho, son los que necesitan más cariño ahora».
Para Enrique Gracia todo cambió cuando le permitieron volver a la montaña. Hasta entonces, sus caminos se limitaban al zig zag entre calles hasta el quiosco donde compraba a diario el periódico, entre llamadas por teléfono a su familia en Salamanca, y con su mujer en casa, que no se atrevía a salir al supermercado ni a tocar las monedas. Ahora, se asoma al fin de las restricciones con su rutina prácticamente inalterada. Lo mismo le sucede a Teresa del Hoyo Cotera, periodista nacida en Santander, pero residente en Castro desde hace 30 años, que estrena su jubilación en este contexto de nueva normalidad en la que todo ha cambiado tanto que vuelve a ser lo mismo: «En unos días me voy de viaje con amigas a Madrid para ir al cine, al teatro, a cenar», dice, y la forma en que lo cuenta evidencia el cambio vital que supone esa libertad. ¿Va tranquila? «Nunca vamos a ser como antes, al menos de forma inmediata, no vamos a ver a la gente como antes de la pandemia», opina: «Voy a la piscina, a un restaurante, un vermú, estoy con amigas, pero estamos todavía con esa lejanía, recelosos. Me encanta achuchar, abrazar, besar, pero ya no lo hago».
En la entrevista, entonces, se menciona la palabra miedo. Cuando Enrique lo nombra, lo hace conjugando en pasado: «He tenido miedo y mucho, mi hija es médico, ha estado al principio de la pandemia en primera línea y yo no dormía por la noche pensando que estaba de guardia y trabajando con personas infectadas por el covid». Ahora el miedo es otro, no es personal, porque él se cuida –asegura– y ha tomado todas las precauciones posibles: «Miedo no tengo, tengo el recelo de los demás. Con el fin de las restricciones se ha abierto la puerta y vamos a entrar todos, pero no podemos entrar todos; hay que hacerlo con moderación y en condiciones de protegernos a nosotros mismos y a los demás».
Enrique Gracia Vázquez
Jubilado y montañero
Teresa del Hoyo Cotera
Periodista jubilada
Él también abraza con más selección, porque algo de esa prudencia se ha quedado para siempre, a pesar de los cambios que hablan de una nueva normalidad, que no lo es tanto «porque el virus sigue aquí», advierte: «Ahora los abrazos son más importantes precisamente porque llevamos tanto tiempo sin darlos a esas personas que tú quieres, que ahora lo hacemos con una satisfacción superior a la de antes», dice Enrique. ¿En eso hemos ganado, demostramos el afecto mejor? «Yo creo que sí», responde, pero enseguida ambos matizan el enunciado de la pregunta: «Mejor no sé, pero es distinto, el afecto es más efusivo».
Esos abrazos fue lo que faltó en el aislamiento social que gracias a la tecnología no lo fue tanto. Y por aquí, por lo digital, es donde ve Teresa el gran cambio al que la sociedad se enfrenta: nos relacionamos de otra forma, y las nuevas tecnologías lo facilitan (y fomentan), sin embargo, dice la periodista, «habría que preparar a la gente más mayor para que puedan acceder, hay que tomarlo como asignatura pendiente de ahora en adelante porque lo han pasado muy mal por no saber usar esa tecnología». «Son algo fundamental y tenemos que seguir formándonos, porque esto nos ha pasando ahora y se está pasando, pero no quiere decir que en unos años no nos vuelva a pasar esto o algo peor», advierte.
Si algo mediatizó también la tecnología en el confinamiento fue la forma de comprar, ¿han cambiado sus actitudes? Para Enrique, apenas: sigue pagando con tarjeta, y si son cantidades pequeñas, lo hace con moneda, además, apenas compra por internet, salvo «cosas puntuales». En Teresa, sin embargo, sí ha habido un cambio: «Voy a las tiendas de Castro desde que empezó la pandemia, y eso lo voy a mantener, pero el resto de cosas que puedo comprar por internet, lo hago, y creo que ahora gasto más». Quizá tenga que ver con el aumento de tiempo libre, porque su jubilación le coincidió en plena pandemia. En su vida personal «ha habido muchísimos cambios», y mientras acude a cursos de formación y viajes, como el previsto a Madrid, su prioridad es cuidarse y prevenir, algo que también ha venido para quedarse: «¡Claro que me giro si alguien estornuda», dicen ambos casi al unísono, como si el miedo fuera legítimo después de veinte meses de distanciamiento. También llevan mal el reguero de humo de los fumadores por la calle, «porque al respirar, notas ese rastro que alguien ha dejado, y a saber».
Esa separación impuesta por las recomendaciones sanitarias ha dejado una huella subjetiva que, hoy en día, se percibe de forma desigual según con quién se aborde: «Ha sido positivo lo de las filas, hemos sido más respetuosos. Antes ibas y quizá alguien trataba de colarse, pero ahora hemos sido respetuosos con las personas que estaban delante de nosotros, hemos aprendido a esperar», pero Teresa discrepa: «No creo que haya sido una cuestión de respeto, sino de puro pánico al contacto con el otro». Para Enrique, en cambio, fijarse en quién está alrededor, delante de ti, a un lado, ha provocado un aumento de empatía con respecto al prójimo: «Nos hemos dado cuenta de que cada persona tiene su tiempo y cada uno tiene que usarlo en función de su forma de ser o de vivir, y no tienes que ponerte delante. Esto sí que hemos aprendido, a tener empatía con los demás».
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