El primer cambio es el lenguaje. «No digas usuarios, di personas mayores», recomienda la gerontóloga Lourdes Bermejo cuando se refiere a las residencias como el hogar donde viven las personas que necesitan apoyo para su vida cotidiana. Cómo nombrar entonces el modelo residencial que ... debe sobrevenir a la pandemia, una dramática experiencia que ha dejado tras de sí la necesidad de repensar el modelo asistencial basado en la Ley de Dependencia de 2006, que en nuestro país tiene «17 aplicaciones normativas distintas» en cuanto a los ratios de trabajador por residente, sueldos, número de habitaciones individuales o su dimensión. «Esta pandemia nos ha hecho cambiar el modelo: el que tenemos no vale, hay que estudiarlo y cambiarlo», dice Rubén Otero, presidente de la Federación Empresarial de la Dependencia (FED) de Cantabria.
Un año después de que estallara la pandemia, y con una inmunidad que mantiene a cero el contador de contagios en este momento en las residencias cántabras, cabe pararse a reflexionar hasta qué punto el sector de la dependencia debe transformar su modelo asistencial, mientras la propia sociedad adecua la noción subjetiva que tiene de la palabra cuidados: «Las residencias no pueden estar preparadas para la pandemia porque no era esa su función; son casas donde viven muchas personas que necesitan apoyo, pero no son equipamientos sanitarios: ni lo han sido ni lo tienen que ser», dice Bermejo, vicepresidenta de Gerontología de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. Por eso, tras la pandemia, «hay que empezar a hablar del cuidado y meterlo en la agenda política, en la agenda social, en la agenda educativa, tiene que haber un cambio cultural, y en paralelo, las administraciones deben cambiar el marco normativo y la coordinación sociosanitaria como Estado y comunidades autónomas». En ese sentido, dice, el cambio normativo que enfoca Cantabria «creo que está muy bien pensado y es una buena oportunidad para la región».
¿Qué cambio es ese? Ya en 2019, la Consejería de Servicios Sociales empezó a trabajar en una nueva normativa llamada a sustituir la que se aprobó en la anterior legislatura, pero que el sector de la dependencia recurrió ante los tribunales. El equipo dirigido por la consejera Ana Belén Álvarez sacó entonces un folio en blanco y empezó el nuevo plan, abierto a la participación de todos los agentes para escuchar sus propuestas. La pandemia lo frenó, pero en septiembre retomaron las negociaciones: la nueva normativa ya está en trámite administrativo y verá la luz en el BOC las próximas semanas, si no es antes.
«Es necesario revisar el modelo de atención residencial, pero desde la óptica de mejora continua; no creo que esta necesidad se genere debido al covid»
Ana Belén Álvarez | Consejera de Políticas Sociales
«El modelo de atención en las residencias se encamina hacia unidades de convivencia cada vez más pequeñas y especializadas, en función de la situación de los usuarios, de sus patologías, de sus gustos e intereses, de su identidad, de su personalidad», explica la consejera Ana Belén Álvarez, que matiza el porqué de esta forma de organización ya conocida por los expertos del gremio y previa a la expresión 'grupos burbuja': «Creo que es necesario revisar el modelo de atención residencial, pero siempre desde esta óptica de mejora continua; no creo que esta necesidad se genere debido al coronavirus. De hecho, desde hace mucho tiempo se está planteando esta necesidad de avanzar hacia formas más 'normalizadoras'», dice Álvarez, para quien lo que «sí ha evidenciado claramente esta crisis sanitaria es que la sociedad parece aceptar que las personas mayores carecen de derechos y se admite que se las trate como si fueran niños que no pueden decidir por sí mismos». Y no es así. Mucho menos en los casos en los que las condiciones cognitivas y físicas les permiten decidir. Por eso, los servicios de apoyo y cuidados «deben transitar hacia un modelo más cercano a las viviendas comunitarias que a un modelo médico, y organizar los servicios de apoyo y cuidados de tal forma que se garantice que los usuarios pueden seguir desarrollando su proyecto de vida con libertad, conforme a sus deseos y objetivos». Esa realidad encaja con el nuevo modelo, en el que la convivencia se realizaría en grupos de no más de 30 personas.
«La normativa dice que los centros no están obligados a tener personal sanitario, pero hay que garantizar la coordinación con el SCS porque ahora no existe»
Julia Gurruchaga | Directora residencias Grupo Pro Maiorem
Tres puntos clave
Ante la pregunta de qué cambios debe de enfrentar el modelo asistencial para que los cuidados de una sociedad que está envejeciendo a un ritmo galopante sean de calidad, las voces consultadas por este periódico apuntan hacia tres puntos clave: mejorar y garantizar la coordinación sociosanitaria; «una apuesta política por la dependencia que incluya una dotación económica al sistema, con una normativa que planifique los recursos que la región va a necesitar de aquí a unos años», y que la dependencia alcance una dimensión social, «con el reconocimiento que eso conlleva en las condiciones laborales de sus trabajadores». Lo enumera Julia Gurruchaga, directora ejecutiva del Grupo Pro Maiorem. En cuanto al primer punto, ¿debe prestar atención sanitaria? Tanto la Consejería como los profesionales consultados están en contra de la 'sanitarización': «En la actualidad, muchos centros cuentan con profesionales sanitarios porque la carga es fuerte por las patologías y las medicaciones, y quieren dar mejor servicio, pero según la normativa vigente no están obligados a tenerlos. Es el Servicio Cántabro de Salud quien tiene que hacerse cargo y abastecer de esa asistencia a los ciudadanos que viven en la residencia», dice Gurruchaga: «Esto hay que garantizarlo, y ahora mismo no existe».
«Hay que cambiar la noción de residencia, son casas donde viven muchas personas: no son equipamientos sanitarios, ni lo tienen que ser»
Lourdes Bermejo | Gerontóloga
«Nadie quiere vivir en un hospital», dice Lourdes Bermejo, y apunta que «los centros donde sí existe coordinación con Atención Primaria pueden dedicar más recursos a mejorar la calidad de vida de las personas y su bienestar integral», y apunta a que esa falta de coordinación con Sanidad estalló cuando llegó la pandemia, «porque no había circuitos de comunicación ni derivación que funcionasen». También coincide Rubén Otero: «Defiendo que la residencia es su casa y no tenemos que tener personal sanitario, porque somos servicios sociales, no servicios sanitarios». Ahora bien, apunta, «si tuviéramos dinero para contratar médicos y enfermeras, tampoco podríamos hacerlo porque no hay», y entronca su argumento con el segundo cambio que debe abordar el sector: las condiciones laborales. «El convenio de la dependencia es infinitamente más bajo que el convenio del sector público o privado de hospitales. Hay que mejorar las condiciones económicas para no tener tantas bajas y rotaciones, ya que el personal, cuando está formado, se va a lo público porque tiene mejores condiciones, el trabajo no es tan duro y en este sector está infravalorado y mal pagado», responde Otero. «La falta de personal ha sido un tema generalizado desde hace años», dice Gurruchaga: «Tenemos ratios bajas, la profesión no está reconocida y en época de pandemia ha sido un infierno contratar personas, y más cuanto la gente tenía miedo y necesitábamos muchísima ayuda porque teníamos entre nuestras paredes personas muy vulnerables». ¿El cambio tendría que venir por aquí? «El ratio de trabajadores está a nivel de 2011 y es de mínimos», dice, algo de lo que es consciente la Consejería de Servicios Sociales.
Cambios que trajo el covid y han venido para quedarse
El Icass definió un plan de acción y contingencia con la pandemia «y es algo que ha venido para quedarse», dice Julia Gurruchaga, como el uso de mascarillas cuando la persona tenga síntomas de alguna infección: «Antes lo veíamos raro, pero ahora se va a normalizar». También seguirán los protocolos de aislamiento cuando alguna persona pueda «estar aquejada de algún virus o bacteria». Lo mismo advierte Rubén Otero: «Los grupos burbuja se van a quedar, las EPI también y en el momento que alguien tenga un cuadro, no estará por el centro y habrá que poner medidas oportunas para proteger a los demás».
«La mejora de las condiciones laborales de los trabajadores del sector, lo cual pasa por la mejora de las ratios del personal, es un objetivo a corto plazo, como también lo es a medio plazo una coordinación de primer nivel con el sistema sanitario», dice Álvarez: «Son dos cuestiones que llevan años enquistadas, agudizadas por los recortes de 2012, pero quiero ser optimista y pensar que se van a producir avances significativos en esta legislatura».
Nuevos y viejos cuidados
Si algo ha traído la pandemia es una crisis de cuidados, como si la hubiera puesto un foco gigantesco sobre las condiciones laborales y el modelo asistencial a ojos de la opinión pública: «Es un sector mayoritariamente ocupado por mujeres, con mucha carga de trabajo, mucha responsabilidad y un salario que no se corresponde a la aportación que ellas hacen. El trabajo está muy poco reconocido tanto económica como socialmente, y hay una razón directamente proporcional entre esa falta de reconocimiento con que esos empleos estén ocupados por mujeres», dice, y cita el XXI Dictamen del Observatorio Estatal de la Dependencia para pedir cambios en ese sentido: «En Cantabria hemos pasado de ser los primeros en dependencia a los terceros por la cola en inversión y plazas concedidas, prestaciones o de personas esperando plaza en residencias. No hay una apuesta real por el sector que trabaja muchísimo, que genera empleo y que resuelve el gran problema de pirámide invertida que tenemos en Cantabria».
«Todos somos dependientes en algún momento de nuestra vida y necesitamos cuidados, pero la pregunta es: ¿Quién tiene que darlos? ¿Sólo la familia, el Estado, ambos de forma compartida?, ¿qué responsabilidad tiene la sociedad, la comunidad, lo tienen que hacer las mujeres en casa? La reflexión sobre estas cuestiones es la evolución de las políticas de atención a las personas y de los modelos residenciales adonde queremos llegar», dice Lourdes Bermejo. Y en ese sentido, en Cantabria, lo primero en llegar será ese modelo de convivencia en unidades más pequeñas.
«Las residencias son centros muy grandes, y va a llegar un momento que habrá que compartimentar su espacio, hacer 'mini residencias' dentro de una residencia grande», dice Rubén Otero, y avanza que es algo que «están estudiando todas las comunidades y habrá que hacer de una forma u otra».
¿Tiene una lectura epidemiológica? «Aunque tanto en el ámbito de los Servicios Sociales como el ámbito de los servicios sanitarios deben prepararse para futuras pandemias, no debemos pensar en diseñar las residencias para que puedan convertirse en búnkeres», dice la consejera Álvarez: «Son centros sociales y deben permanecer como tales, por ello desde la Consejería no apostamos por medicalizar los centros, equivaldría a convertir las residencias en centros sanitarios de segunda categoría». «Se puede diseñar residencias pensando en clave epidemiológica, pero el interés no es sólo por la pandemia, sino el de crear un entorno lo más parecido a la vida en su casa; nunca va a serlo, pero sí se puede crear un espacio donde la persona tiene más capacidad y oportunidades para moverse y desarrollarse», dice la gerontóloga. «Al dividir las residencias en unidades de convivencia y una sala para que la convivencia diaria sea sólo con ese grupo reducido, damos flexibilidad en los horarios, o la opción de hacer tareas domésticas en la medida que quieran, es decir, una vida lo más parecida a lo que había en su casa, algo difícil en espacios muy masificados donde además tienen mucha rotación de personal», explica Bermejo, ya que en estas pequeñas unidades «el personal siempre sería el mismo, y les conocen, saben lo que les va bien y lo que necesitan cuando conviven, porque no es lo mismo atender a 8 que a 80».
«El futuro pasa por hacer las residencias lugares para vivir y ampliar la noción de la palabra cuidados», dice. Y de nuevo, con el cambio del lenguaje, tendrá que cambiar algo detrás.
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