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Lo están viviendo como «una avalancha» en Asturias. En Canarias han lanzado una campaña para buscar 30.000 teletrabajadores para que se instalen en las islas y suplan al turista clásico. El fenómeno también se deja sentir en Cantabria, aunque de momento es un goteo. ... Pero lo están constatando en las agencias inmobiliarias con consultas casi diarias: con la pandemia, crece el interés de ciertos perfiles profesionales (aquellos que pueden montar su oficina donde quieran) por instalarse en territorios donde los ratios del virus no den miedo y donde sea fácil reconectar con la naturaleza. Dos requisitos que, para muchos, reúne esta región.
De ahí que los profesionales del sector noten mayor inclinación de gente de fuera que quiere una vivienda en la región «como plan B» o de cántabros que llevan tiempo trabajando en cualquier otra autonomía «y ahora vuelven a mirar con otros ojos» a su tierra. Sonsoles Mons, de Sonsoles grupo, enseñó hace pocos días unos pisos a unos chicos de Madrid que se trasladan solo dos días a la semana a la capital de España. «Teletrabajan aquí y tienen preferencia por la costa, buscan algo cerca de la playa. Les gusta la provincia, pero prefieren instalarse cerca de la ciudad (en San Román de la Llanilla, Bezana...). Su aspiración es asomarse y ver verde por la ventana». Mons señala que «ese cambio de chip» que se dio entre la población con el confinamiento de la primavera se mantiene: se piensa a largo plazo «y es muy evidente el interés por estar más en contacto con la naturaleza». «Cuando ofreces un piso lo primero que te preguntan es si tiene terraza ('sin terraza no lo quiero, te dicen'). Se constata más demanda de bajo con jardín».
También por la sede del Grupo San Fernando está pasando en los últimos meses un tipo de clientela que, «con la pandemia, quiere alternativas». «Hemos visto un poco de todo: gente que cerró su piso en una gran ciudad en marzo y se ha venido aquí porque ya tenía segunda residencia –que ahora se ha convertido en la primera–, o a una persona con proyectos por todo el mundo que se compró casa y se instaló». Rosa Viota señala que, durante el verano, la demanda para ese 'plan B' fue «relevante, y siempre hablamos de gente que puede mantener el trabajo a distancia». A sus ojos, Cantabria transmite una imagen «muy apetecible» en estos tiempos.
La misma experiencia tienen en Mikeli, donde su gerente, Antonio Avilés, dice recibir demanda «diaria y constante» de personas que teletrabajan y que, en las actuales circunstancias, prefieren «el ambiente más amable» de una región como esta. «Buscan algo cerca de Santander, si puede ser con terreno, para vivir más tranquilos si llega un nuevo confinamiento». Avilés relata el caso de un cliente que se ha venido a Cantabria y se desplaza únicamente los lunes para reuniones en su lugar de origen. Estima, además, que el fenómeno irá a más «porque la pandemia ha reavivado de forma importante el interés por los pueblos».
Este último no es precisamente el caso de Jesús Granados, madrileño de 38 años e ingeniero informático, que no quería pueblo, sino ciudad (por los servicios) y, por encima de todo, mar. Granados no tenía lazos ni emotivos ni familiares con Cantabria pero sus ganas de darse un respiro tras un duro estado de alarma en Madrid en primavera le han traído directamente a El Sardinero, donde se ha alquilado un piso con vistas a las olas. Allí se está aclimatando desde julio a sus rutinas santanderinas. ¿Por qué Santander si no había vínculo? «Porque estuve una vez, solo por unas horas, y la ciudad me dio buena impresión. Cuando me planteé salir de Madrid a un lugar que no estuviera demasiado lejos... pensé que igual este era el lugar. Y aquí estoy».
Granados cuenta que en los meses de marzo y abril «los madrileños sufrimos mucho». «Yo vivía con mi madre, que tiene problemas respiratorios, así que mi encierro fue súper estricto, no salía para nada». Entonces empezó a teletrabajar. El ingeniero confiesa que depende de la empresa, pero que va «a intentar alargar la estancia todo lo que pueda». No se ha planteado buscar trabajo en Cantabria por sus «buenas condiciones» en su compañía actual, aunque no tiene ganas de volver a la sede. «Para llegar a mi trabajo, me comía una hora diaria de atasco. Aquí no me puedo creer la calidad de vida que tengo: voy a todas partes en diez minutos. Es cierto que es complicado aparcar en el centro, pero aun así estoy encantando de la tranquilidad, con los planes de naturaleza cercanos (a media hora hay sitios increíbles)... Si hasta acercarse a Bilbao es fácil: una hora me parece un tiempo aceptable». De esta forma, los 200 euros que se gastaba al mes en gasolina en Madrid los invierte ahora con mayor alegría en su piso con vistas al mar. Granados admite que en Santander «los precios del alquiler en verano se vuelven locos»: al haber llegado en verano, tuvo que pagar una renta mensual alta que, en otoño, «se ha rebajado». Aunque ha conseguido una relación contractual con su casero «poco habitual» ya que, al desconocer cuánto tiempo seguirá teletrabajando, el acuerdo es renovar «mes a mes». «Como todo está en el aire, no quería firmar un contrato a largo plazo». Asegura que no fue fácil encontrar a un alquilador que entrara por la fórmula. «Vi varios pisos, pero solo dos o tres personas me vieron como una oportunidad. Hubo varios propietarios a los que no les convencía la idea, preferían un contrato más cerrado».
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