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Hace ahora un año, día más, día menos, Miguel Ángel Revilla e Iñigo Urkullu chocaban los codos -el equivalente pandémico del abrazo y el apretón de manos- justo en el límite entre Cantabria y el País Vasco. Aunque el gesto era bastante trivial, decenas ... de periodistas se desplazaron hasta Kobaron para dar cuenta de él por su fuerza simbólica: significaba que el país comenzaba a vislumbrar la vuelta a la normalidad después de largos meses de espanto.
Quizás sea necesario ambientarse un poco antes de seguir recordando. Primero fue el goteo de casos, allá por febrero de 2020, antes del desbordamiento de la enfermedad, semanas después, que se llevó por delante no solo las vidas de tantas personas, sino también esa idea de que España contaba con la mejor Sanidad del mundo.
La gestión de la pandemia fue francamente mejorable, pero, hay que decirlo todo, eso no lo enseñan en la escuela donde estudian los políticos ni en ninguna otra, y cada cual hizo lo que pudo, con su mejor intención. Si a ellos les tocó el papel sobrevenido de pastores, el de los ciudadanos fue el de corderos, asustados, obedientes y estabulados.
A falta de otro remedio, el mal se dominó encerrando a todos: así bajaron los contagios y fue descendiendo la presión sobre los hospitales y el número de muertes. Llegó entonces el momento de planificar la recuperación de una existencia que había quedado interrumpida, que se dividió en cuatro fases de lo que se denominó 'desescalada', con cuotas crecientes de libertad.
Pues bien, 97 días después de que se declarara en todo el país el estado de alarma, Cantabria conquistaba la 'nueva normalidad', adelantándose dos días al resto de España con el objetivo de recuperar al mismo tiempo la libre circulación con el País Vasco. Y ahí volvemos a ese momento en que el presidente regional y el lendakari se saludaban con la mascarilla puesta.
Todo el mundo sabía que la amenaza seguía ahí, y que la prudencia y la observación de las normas sanitarias eran el único remedio contra el covid en tanto no se hallase una vacuna; la gente, aun con ganas de salir y disfrutar, tenía tan fresco el recuerdo del horror que estaba dispuesta a cumplirlas sin rechistar. El grado de conocimiento del virus y de su modo de actuar tampoco es comparable al que se tiene ahora, y había cierta esperanza en que el calor y el sol del verano acabaran con él.
El coronavirus, además de afectar a la salud de los cántabros, atacó también a su bolsillo. La economía regional, y en especial su sector servicios, se desperezaba tras el parón forzado y se encomendaba a un verano que trajera buen tiempo y muchos visitantes. El encuentro de Revilla y Urkullu estaba cargado de intención: los vecinos ansiaban volver a Cantabria y disfrutar de playas, verde y espacios abiertos; en la región, y especialmente en su comarca oriental, añoraban los ingresos que dejan los visitantes vascos.
Un año después el verano sigue siendo esa estación mágica que debe apuntalar la recuperación económica regional. El buen recuerdo de la temporada anterior, en la que se batieron récords de visitantes, en gran medida gracias a la imagen que se trasladó de Cantabria como destino seguro, permite augurar otro estío triunfal. Pero, en esta ocasión, no se fía todo a la fortuna ni a la buena voluntad de residentes y turistas: la vacuna ha dado la vuelta a la situación.
Es cierto que, atendiendo a las cifras crudas, la situación sanitaria parecía mejor hace un año: aquel 20 de junio solo se dio cuenta de un nuevo positivo, y en los hospitales de la región únicamente permanecían cuatro enfermos, y ninguno de ellos precisaba atención en cuidados intensivos. Ahora, según los últimos datos de la Consejería de Sanidad, son 47 los contagios aflorados, y hay 22 pacientes ingresados, tres de ellos en estado crítico.
La gran diferencia entre el año pasado y el actual es que en este cada avance se da por consolidado, todo el terreno que se le ha ido ganando al covid ya nunca se perderá, o esa es al menos la percepción que se tiene, aunque haya que cruzar los dedos confiando en que no aparezca una nueva mutación letal y ultrarresistente.
El verano de 2020 empezó con optimismo, pero concluyó de forma bien distinta: a lo largo de julio y agosto las infecciones volvieron a aumentar y ya en septiembre se declaró la segunda oleada de la pandemia en Cantabria con un centenar de casos diarios, setenta hospitalizados y una decena de personas en la UCI de Valdecilla.
Hoy, se da por hecho que no sucederá nada igual. El Gobierno está tan seguro de ello que hasta ha anunciado el fin de la obligatoriedad de llevar mascarilla al aire libre, el próximo 26 de junio, con lo que se dirá adiós a los sofocos en los meses de calor. Una vez probada la eficacia de la vacuna y con la población más indefensa frente al covid ya protegida, el objetivo de la inmunidad de grupo parece al alcance de la mano y tiene incluso fecha: se espera llegar a ella en agosto. Mientras por un lado avanza la campaña, cubriendo cada vez franjas de población de menor edad, por el otro el virus continúa circulando, pero ahora entre los más jóvenes, que, salvo excepciones, lo superan sin grandes problemas y, ya repuestos, contribuyen a cerrar el paso a la enfermedad.
Una buena forma de establecer otras diferencias entre estos dos veranos es comparar la actividad en distintos sectores. El primero, el del turismo: si las reservas en hoteles de la región para julio rondaban el 15% el año pasado, en este superan ya el 20%; no son los niveles prepandemia, pero se van acercando. La creciente actividad en el aeropuerto Seve Ballesteros, con más destinos en comparación con 2020, prueban también la evolución favorable, como lo hacen el aumento de frecuencias en los trenes a Madrid y en los trayectos del ferri.
Las agencias de viaje, a diferencia de 2020, vuelven a ofertar trayectos de larga distancia, aunque el viajero aún deba preguntar dónde se puede ir. Después de una caída de facturación del 85% el año pasado, todo supone una clara mejora.
La hostelería, que tanto ha tenido que pelear durante toda la crisis sanitaria para poder trabajar, ya levanta la cabeza; hasta el ocio nocturno recupera poco a poco el pulso y su horario.
Aunque no brillen muchas hogueras la noche de San Juan, este verano comenzarán a recuperarse las fiestas en los municipios, aunque deban celebrarse con más cautela y evitando apelotonamientos de público. Será la misma pauta que guiará la organización de conciertos y espectáculos más o menos multitudinarios, de los que hubo que olvidarse en 2020.
Hasta el deporte vuelve a parecerse a lo que era, con la vuelta del público a los recintos y mayores aforos para hacer ejercicio en gimnasios y pabellones. Respaldada por la vacuna, la normalidad se abre paso.
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