El capitalista

Cuando llega la feria de Santiago, aunque antitaurino confeso, suelo buscar las fotos de los protagonistas porque en la liturgia de la fiesta hay personajes muy peculiares. El capitalista es uno de ellos. Tal nombre recibe ese personaje humilde –pura contradicción– que se echa encima al diestro para sacarlo a hombros por la puerta grande a cambio de unas monedas. Javier Cotera ha retratado a uno de ellos en este periódico, en una gran foto que refleja su rostro de boxeador curtido en cien combates –posiblemente sin dientes–, sus manos hinchadas –por el trabajo, la mala circulación o por otros hábitos, vaya usted a saber– y su camiseta con el nombre de un afamado hotel santanderino, circunstancia que también le procurará otros pocos euros. La foto es de tal hondura psicológica que casi nos permite adivinar la voz cazallosa del individuo pidiendo paso.

Observándola tengo la sensación de que la escena y el espectáculo que la genera y el público que lo aplaude son símbolos y espejos de un pasado que permanece anclado en el presente. De ahí su valor futuro como crónica gráfica de un tiempo equivocado que da categoría de arte a una función en la que sufre y muere un animal. Una aficionada declaraba en estas páginas que la última corrida de la feria le resulta especial. La última de todas será especialísima y llegará el día menos pensado por mor de iniciativas legislativas que prohíban los toros. Entonces, y curiosamente con el apoyo de los partidos de la izquierda, nadie podrá volver a encaramarse sobre un capitalista.