Secciones
Servicios
Destacamos
Nacho González Ucelay
Santander
Domingo, 27 de marzo 2022, 07:24
Óscar Armando Guerra tiene 49 años de almanaque, es natural y vecino de Torrelavega y transportista en ejercicio. Su identidad no es cachondeo, solo una simpática coincidencia, y su profesión no es más que la acepción finolis de camionero, que, según la Real Academia de ... la Lengua, es la persona que conduce un camión. Así de simple. No va en camiseta de tirantes, no colecciona pósters de Playboy y no va soltando tacos por ahí. Al menos si no hay necesidad. Muy al contrario, es un hombre con una exquisita educación y con una excelente preparación con el que da gusto conversar. Y no es de Vox.
Hijo de un hombre que le enseñó el oficio, esposo de una mujer con la que se siente en deuda y padre de un chaval para quien el mundo abarca mucho más que cuatro metros cuadrados, Óscar lleva casi toda su vida montado en un camión.
«Todavía recuerdo la primera vez que me subí en uno», dice. Acompañó a su difunto padre a descargar vidrio en Villaviciosa. Un viaje relámpago. Ir y volver. «Yo tendría seis o siete años». Se acuerda de eso y más cosas. «Los camiones no eran como los de ahora, las carreteras no eran como las de ahora, las condiciones no eran como las de ahora...» Nada era como ahora.
Entre 1998 y 2004 asalariado, esto es, chofer del camión de otro, Óscar es desde entonces auto- patrón, o sea, conductor del suyo, un Scania modelo S-540 que adquirió en agosto del año 2020. Sumando la cabeza tractora, que andará por los 120.000 euros, y el semirremolque, que se aproxima bastante a los 70.000, el juguete vale casi 200.000 'pavos'. «Hay casas más baratas», dice. «A todo esto súmale la adquisición de la autorización de transporte (otros 30.000 euros del ala) y los gastos derivados del mantenimiento de un vehículo así, que ni son pocos ni son baratos». Cada mañana, el hombre, que transporta graneles y maderas, se santigua y reza porque una avería o, peor, un accidente, no le complique la vida.
Luego ya arranca su camión e inicia un desplazamiento planificado minuciosamente de antemano. «No es un viaje de placer», dice el transportista, que no recuerda cuándo hizo uno de esos. Entre el poco tiempo libre que tiene y la pereza que le da subirse a un coche...
«Antes de salir tienes que programar la ruta, las horas de conducción, las paradas y los tiempos de la carga y la descarga», todo lo cual depende bastante de los horarios de las fábricas con las que trabaja.
«Yo, normalmente, conduzco de Santander a San Sebastián, descargo allí, subo al sur de Francia, cargo y vuelvo a Santander». Para cubrir ese trayecto, Óscar, que se hace una media de 700 kilómetros diarios, se levanta sobre las tres y media de la mañana y si puede come y si no puede no come.
Noticia Relacionada
Prisionero de la normativa, que impone a los transportistas estrictas condiciones horarias, el torrelaveguense ordena sobre ella no solo su vida profesional sino también su vida personal. Y claro, de un señor que no sabe si hoy va a poder comer o no, no se puede esperar que sepa si mañana va a poder ir al vermú con sus amigos de toda la vida o pasado podrá celebrar el cumpleaños de su único hijo o el aniversario de bodas con su mujer. «Ya te puedes olvidar de mí», se lamenta Óscar, instalado en la improvisación.
En la improvisación y en la cabina de su flamante Scania, a la que considera su segunda casa. «¿Qué haces cuando llegas a un área de descanso y ya está llena?». Pues... Dormir en el camión. «¿Qué haces cuando llegas a la Ciudad del Transporte y la cafetería ya está cerrada?». Pues... comer en el camión.
Necesidades que antes se cubrían en hoteles o restaurantes (y que hicieron del camionero la referencia más apreciada para quien buscaba dónde comer bien) hoy se hacen en el propio camión «para apurar al máximo la productividad del viaje», dice Óscar. «A ver. Si tú tienes una dieta pongamos que de 50 euros diarios no puedes dormir en un hotel y comer o cenar en un restaurante porque, al final, estás palmando dinero».
Tiempos mejores
Sí, bueno, ya, pero hace años... «Hace años el transporte estaba mejor pagado», explica Óscar. E insiste. Es cuestión de ahorro. «Mira. No puedes parar porque si paras, gastas, y si gastas, ¿qué jornal vas a llevar a casa?, ¿el mismo que un fontanero, que gana 1.200 euros?»
Para eso él no se hubiera echado a la carretera, donde el sueldo de un camionero asalariado que efectúa una ruta nacional ronda los 2.000 euros de media. «Dos mil euros netos incluyendo las dietas, las pagas y las vacaciones». Eso explica que algunos, en especial los del este europeo, tengan su colada colgada en la calandra del camión.
Esto, un asalariado. Un auto- patrón «gana muy poco más», añade sin especificar el hombre, que ha vivido tiempos mejores. «Antes todo era distinto», asegura añorando los años noventa. «El sueldo era mayor, la presión era menor... ¿Qué ha pasado? Pues ha pasado que las necesidades relacionadas con el transporte han aumentado y el sector se ha masificado».
Decepcionado, que no arrepentido, Óscar, para quien su oficio es más que una actividad profesional «una forma de vida» –al final iba a tener razón Loquillo– solo lamenta el tiempo en familia que ha arrebatado a su mujer, a su hijo y a sí mismo, un hándicap que no hace falta que le recuerde nadie ni constantemente y que, en fechas muy señaladas, le taladra hondo la conciencia. «Cuando me marcho de viaje, hay días que no tengo tiempo ni siquiera de coger el teléfono», afirma sin querer justificarse. «Y, luego, cuando llego a casa, hay momentos en que me siento tan cansado que no tengo ganas de nada», añade el hombre, que no encuentra mejor manera de expresar su amor a su mujer que dejándoselo escrito en la página de un periódico.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.