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Domingo, 27 de marzo 2022, 07:24
Ángel López López tiene 58 años curtidos por el sol, es nacido y residente en Laredo y pescador en fase de retirada. Su nombre inspira confianza, especialmente entre muelles, y su oficio está clasificado entre los más peligrosos del mundo por la Organización de las ... Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Así de penoso. En la rampa final de su carrera, que interrumpió dos años para probar suerte entre camiones, solo le pide a la Virgen del Carmen que su hombro maltrecho no le impida esta primavera despedirse de la mar como él soñó; yendo al bonito de cebo por una vez en su vida.
Adolescente en un tiempo en el que o estudiabas o trabajabas, Ángel celebró sus dieciséis años enrolándose en el 'Perla de Laredo', una merlucera que su familia, sus tíos por parte de madre, había comprado para salir a por sarda, verdel, palangre o bonito, dependiendo de lo que tocara. «Me tiré de cabeza», dice el hombre, que no habla literalmente. En la cubierta de ese barco, en el que navegó durante once años, Ángel aprendió lo bueno del oficio. «Esa sensación de libertad que tú sientes que te da la mar». Y lo malo, que también lo tiene. «Es un trabajo muy sacrificado». Tanto, que a los 27 lo dejó.
«Me casé, mi mujer me pidió que lo dejara porque quería que pasáramos más tiempo juntos y decidí salir de la mar e incorporarme al negocio de su familia». Un taller. De camiones.
Ángel, que de talleres no tenía «ni idea» y de camiones «menos», lo intentó dos años. Pero nada. «No era lo mío», dice el laredano, que, acostumbrado como estaba a una forma de vida diametralmente opuesta a la que llevaba, un buen día se plantó en la merlucera de sus tíos pidiendo volver. Allí estuvo un año y medio. Luego embarcó en el 'Ana Tere', que iba a anchoa y a chicharro, después en el 'Siempre Arturo', con el que salía a bonitos, y luego en el 'Nuestro Padre Tonino', un barco que podría costar... «no sé, ¿dos millones de euros?», y en el que el armador acaba de invertir 250.000 'lereles' para poder ir a capturar bonito de cebo. El sueño de Ángel, que después de 42 años en la mar se va a jubilar como sotopatrón.
«¡42 años!», dice asombrado. Toda su vida, o casi toda su vida, dedicada a una profesión que le ha hecho pagar no pocos peajes. «Tengo un amigo que aún me recuerda que cuando ellos salían de fiesta los domingos yo me iba para casa porque tenía que salir a la mar a las dos de la mañana». Eso, para ir entrando en calor. «Yo sabía lo que me esperaba, pero entonces era lo que había». Entonces y ahora, porque al menos en lo tocante a las ausencias las cosas no han cambiado nada. Siguen siendo igual de largas e igual de difíciles.
Unido en matrimonio con una mujer a la que tiene en un altar, Ángel es padre de dos chavales, una chica de 28 y un chico de 21 que está estudiando un grado superior de electromecánica al que la pesca no atrae especialmente. «Pero yo le veo con ganas de coger dinero y este verano me habló de ir a la mar», dice el padre, que recuerda la conversación. «Le dije: 'no, mira. Tú lo que tienes que hacer ahora es estudiar'. 'Ya, sí, pero es que no me cogen, porque yo no tengo prácticas, porque esto y porque lo otro'... Y en eso que la madre, que estaba escuchando la conversación, intervino y no sé en qué momento el tema de la mar se acabó», recuerda el pescador.
Ángel sonríe cuando se le pregunta por ellas, por las mujeres, por las madres de sus hijos. «Lo son todo para los pescadores», dice clavando la vista en la bahía. «Ellas son las que llevan la casa, las que crían a nuestros niños, las que resuelven todos los problemas cotidianos que se dan...». El ancla a su vida en tierra firme, donde no están mucho tiempo. «En mi caso salgo los lunes y vuelvo los viernes», dice el laredano, que una vez llegó a tirarse 45 días fuera de casa.
El esfuerzo merece la pena. «Un pescador de mi perfil puede ganar entre 20.000 y 30.000 euros anuales», valora el marinero. «Da para vivir perfectamente», añade el hombre, que aplica a su nómina un curioso plus familiar. «De lunes a viernes no doy la pelma en casa».
La da en el barco, estarán pensando el resto de los tripulantes, quince marineros con los que Ángel se lleva estupendamente. «Lo importante es que a bordo no haya ningún vinagre», dice. «Imagínate si no».
Volviendo la mirada a la mar, como buscando Laredo, el pescador descubre cómo es la vida desde la cubierta del 'Tonino'. «Te levantas a las cinco de la mañana y el cocinero te sirve el desayuno», empieza diciendo Ángel, que ríe al caer en la cuenta de que, dicho así, parece que se levante en el Ritz. «Un poco de leche con... Lo que es un desayuno», aclara sin aclararlo del todo. ¿Y luego? «Pues a buscar peces». No hay tiempo para hacer más. Ni para leer, ni para ver películas, ni para escuchar música... «No hay opción, porque tienes que estar pendiente de la mar, de tenerlo todo bien preparado...». Siempre hay qué hacer.
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Donde no lo hay es en tierra, un buen lugar para irse a olvidar. «Desde que empiezas en febrero hasta que paras en noviembre vas a 'full'. Goma, goma y goma. Así que cuando se aproxima la parada de invierno ya estás deseando que llegue de una vez para descansar».
Entonces, Ángel, que en contra de lo que se pueda pensar come pescado en abundancia, no por obligación, por devoción, «en especial el San Martín, que para mí es la estrella de la mar», entra en casa, hace las maletas, baja del altar a su mujer y se marcha con ella a las Islas Canarias, su rincón favorito para pensar. Él en aquellos días ya tan lejanos a bordo del 'Perla de Laredo', que tantas veces le vio vomitar a la altura del Faro de El Caballo, y en estos días ya tan cercanos a bordo del 'Nuestro Padre Tonino', que nunca le ha visto capturar los bonitos cara contra cara. Y ella en él. Como ha hecho desde que le conoció.
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