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Hace 21 años el escritor Daniel Quinn usó la ‘parábola de la rana hervida’ para denunciar el calentamiento global. Explicó que si se deja una rana viva en una olla hirviendo el animal intentará escapar, mientras que si es en una cacerola con agua fría ... y ésta se calienta la rana se dejará cocer sin resistencia. Esta historia recuerda la complacencia respecto a que nuestros actos presentes no perjudicarán al medio ambiente en el futuro.
Recientemente conocíamos cómo de nuevo varias ciudades (incluida Santander) superaban los niveles recomendables de contaminación atmosférica y hace meses se mencionaba algo similar respecto a Torrelavega y su área de influencia. Lejos quedan casos como los de Madrid o Barcelona dónde nos hemos acostumbrado a ver por televisión cómo adoptan medidas impopulares a fin de intentar reducir su elevada contaminación: informar a la población más vulnerable (niñas/os, tercera edad, mujeres embarazadas o personas con problemas respiratorios y cardiovasculares), reducir la velocidad o limitar la entrada de coches al centro urbano. A modo de ejemplo, la Comisión Lancet sobre Contaminación y Salud ha analizado el impacto que tiene la contaminación en los países más desarrollados y ha establecido que el impacto económico de las muertes relacionadas con dicha externalidad negativa suponen alrededor del 1,7% del gasto sanitario mientras que el coste económico de las enfermedades asciende al 6,2% de la producción económica de dichos países.
La elevada contaminación atmosférica en algunas zonas de Cantabria tiene un origen diferente al de Madrid, Barcelona, Sevilla o Zaragoza, por poner algunos ejemplos, pues dicha contaminación no procede únicamente del masivo tráfico diario a Santander o Torrelavega sino también de otras actividades económicas altamente contaminantes.
Ciudades sostenibles por su reducida contaminación y moderados usos del suelo como modelos tradicionales europeos existen en Ámsterdam, Estocolmo o Copenhague. Y allí, la mayoría de población se mueve diariamente andando o en bicicleta. Como prueba de ello, recientemente expertos de la Universidad de Duke y del Imperial College de Londres han demostrado que la exposición a corto plazo al tráfico en calles con mucho tránsito de coches puede anular los beneficios de realizar actividad física durante dos horas e incrementar el riesgo potencial de desarrollar dolencias crónicas.
Y es que las ciudades se adaptan al uso masivo del vehículo privado mientras que las zonas residenciales se dispersan y los centros de las ciudades pierden dinamismo. Si ese proceso se extiende, hasta que no lleguen los nuevos y disruptivos vehículos auto-conducidos toca gestionar más coches y dispersiones residenciales de nuestras ciudades.
En todo caso, existen en el debate de la economía urbana actual propuestas interesantes como la creación de ‘supermanzanas’ tipo Vitoria, Barcelona o Zaragoza. Son pequeñas células urbanas en las que se reordena la movilidad: el tráfico se deriva por las calles adyacentes y en el interior existe prioridad para peatones y bicicletas, limitando el tráfico motorizado y el espacio para aparcamientos. Estas propuestas deberían acompañarse de información acerca del coste que tendría ejecutarlas, además de que debe respetarse la opinión de los vecinos para evitar polémicas y así no suprimir plazas de aparcamiento sin alternativa, si bien siempre se pueden hacer pruebas piloto para comprobar el resultado.
En Cantabria se precisa anticiparse a los problemas y controlar el modo en que se desarrolla nuestra estructura urbana con varias ciudades principales y otras de tamaño intermedio en cuanto a nivel de población con movilidad creciente entre ellas. Es primordial cuidar los centros de nuestras ciudades impulsando su comercio autóctono, gestionando el desarrollo de centros comerciales y la eficiencia del transporte interurbano. Y es que como dice Roger McNamee «tenemos que dejar de pensar en las infraestructuras como un estimulante económico y pensar en ellas como una estrategia para el crecimiento a largo plazo». Medidas pues enfocadas a contribuir en la reducción de la contaminación tienen repercusión positiva sobre la salud y, a modo de ‘efecto boomerang’, mejorarían el crecimiento económico.
Vivimos momentos de cambios de paradigma no sólo en lo que respecta al cambio climático sino también en la sociedad, economía, salud, tecnología o en la manera de entender el mundo que nos rodea. Falta cambiar el discurso para empezar a preocuparnos sobre cómo nos vamos a conectar con ese futuro que cada vez es más presente. La reciente cumbre de París y s u apuesta por las inversiones contra el cambio climático es sólo un primer paso en ese camino hacia estrategias más ecológicas de las que también está bastante necesitada nuestra región.
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