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«Todo el mundo es un superviviente de la vida». Es una frase en una de las miles de entrevistas que le han hecho a Nando Parrado (Montevideo, 1949) desde el rescate. El accidente, Los Andes, la necesidad de sobrevivir alimentándose de carne humana... ... Habló de todo eso para los asistentes -a distancia- de la XI Convención de la empresa cántabra Barymont. Y también del coronavirus.
-Da muy pocas conferencias al año pese a tener cientos de propuestas. ¿Por qué eligió esta?
-Me contactaron de una empresa familiar y, luego de más contactos vía mail y telefónicos, vi que teníamos los mismos valores fundamentales, familiares... Si tengo que elegir, elegiré una que realmente me guste. Yo no soy conferenciante, soy empresario, y hago lo que me dice el corazón y la intuición. No tengo preponderancia económica por una conferencia u otra. Hago la que siento que debo hacer y esta empresa, esta familia, me llegó un poco al corazón.
-Salvando las distancias, he pensado que hay un paralelismo en la soledad con que vieron morir a los suyos y lo solos que han muerto miles de personas por el coronavirus. ¿Comparte esta idea?
-Es un momento de incertidumbre, de miedos diferentes. Miedos que antes no sentíamos porque la vida seguía transcurriendo, dentro de todo, con una normalidad absoluta. Con sus problemas, satisfacciones... Pero esta pandemia nos atropelló rápidamente y cuando el destino atropella, no avisa. Ha creado miedos, soledades, aislamientos... Una nueva forma de vivir en el planeta. Y estos miedos no son normales. Yo he estado aislado en un fuselaje helado casi dos meses y medio con temperaturas de menos veinte grados y ya sentí estos miedos. Lo único que hay que hacer es tener un poco de esperanza y ayudar a los que están cerca. Porque tampoco hay soluciones. A veces la gente me pregunta qué se puede hacer. Lo único que sé es que en situaciones como estas hay que vivir día a día. Yo sé que algo voy a hacer. Si me pregunta cuál es mi plan para mañana o el mes que viene, no lo sé, pero sí sé que algo voy a hacer. Estando perdido en las montañas no había posibilidad ni esperanza, pero algo había que hacer. Y aquí estoy hablando con usted.
-¿Se supera ver morir en la soledad más absoluta?
-El ser humano tiene que tener esa resiliencia porque son cosas que no elegimos. Mi familia -mi hermana, mi madre-, mis dos mejores amigos murieron perdidos en medio de Los Andes. Y, ¿qué hacer? Yo no podía cambiar esa realidad. Ahí es cuando hay que bucear, sumergirse en lo más profundo del carácter o de la personalidad y encontrar esas facetas que a lo mejor uno nunca pensó que tenía (y que tienen que aflorar en estos momentos porque antes no se necesitaron). Tratar de cambiar la realidad, disfrazarla o endulzarla, cuando es real, es engañarnos a nosotros mismos. Hay un momento en que el ser humano tiene que afrontar lo que sea. Ha pasado en las guerras, en los campos de concentración. Esta es una guerra con un enemigo invisible que nos lleva a sufrir mucho. Y hay gente que ha muerto en los hospitales sin que su familia pudiera despedirse. Eso es terrible.
-Vivió un suceso que marcó su vida. Trasladado a generaciones, en España la Guerra Civil marcó a una generación, la posguerra a otra... ¿El coronavirus será el suceso de una generación?
-Sin duda, el coronavirus es el suceso de una generación en el planeta. Lo que hemos aprendido y lo que hemos tenido que estar separados de los afectos... Durante cuatro meses no he visto a mis nietos. El dolor más grande para mí es la separación. Esta pandemia marcará a una generación. O dos.
-«Ningún problema puede compararse con un minuto allí». Es una frase suya. ¿Qué les puede decir a los empresarios que ven cerca la quiebra o a los que se han quedado ahora sin empleo?
-Que no es fácil. Soy empresario también y en nuestras empresas familiares, como decimos aquí, estamos 'atajando penales' de todo tipo. Buscando equilibrios, reorganizándonos, reinventándonos día a día... Con la mitad de la plantilla en el seguro de paro, con las ventas caídas... Quedarme sentado es lo peor que puedo hacer. Algo voy a hacer mañana, no sé qué. Sinceramente le digo, mañana es otro día y tendré que hacer algo. Algo tendremos que ir inventando. Le he dicho a mi gente que estamos todos juntos en esta tormenta y tenemos que cambiarla entre todos. Pero hay realidades en la vida que uno no puede evitarlas, que son reales. Y esto es real. Hay gente que va a tener que pasarlo muy mal. Lo que le digo a mi familia que si quebramos tendré que reinventarme. Seré chófer de taxi, jardinero... Lo que sea. Pero lo más importante es que los tengo a ellos. Yo un día estaba perdido en medio de la cordillera, a 4.500 metros de altura, sentado en una roca con una camisa y hoy estoy aquí. Algo hice y algo voy a hacer. Tal vez no lo mismo que estaba haciendo. Pero voy a luchar. Eso sí, no hay una solución que se pueda aplicar a todas las personas o a todas las empresas. Cada uno es dueño de su propio destino y las soluciones no son siempre las más perfectas. En las guerras, por ejemplo, la gente también fue atropellada y nadie tenía una regla, unos mandamientos. Depende de uno mismo y hay que bucear y sacar lo mejor.
-Le han preguntado miles de veces por la experiencia de tener que alimentarse con carne humana, por la fuerza de voluntad para atravesar la cordillera, para superar una avalancha... Al oír su respuestas parece que le resta excepcionalidad a lo que hizo.
-Yo lo que hice fui obligado a hacerlo. La vida me puso en una situación donde yo no quería estar. Yo no quise estar ahí, pero una vez que estuve, hice lo imposible para sobrevivir. El tema del hambre, por ejemplo. La gente se asombra mucho y, como somos los mayores expertos en este tema en el mundo, podemos hablar con sinceridad y conocimiento. Cualquier persona en nuestra situación, cualquiera que lea esto, hubiera llegado a la misma conclusión en el mismo momento que nosotros. Opinar sin estar allí es diferente y es ilógico. El hambre es el peor miedo del ser humano, el más primario y el más antiguo. Nadie puede experimentarlo, usted nunca ha tenido hambre. Nunca. Porque la situación, ese miedo, no puede ser experimentado a no ser que sea real. Hacer dieta no es tener hambre, pero estar allí abandonado sí. Y ahí el instinto de supervivencia prima sobre todo, por eso somos seres humanos inteligentes y podemos llegar a conclusiones absolutamente pensadas, éticas y reales.
-¿Se considera un héroe o alguien excepcional? ¿Le molesta que se le pueda ver así?
-Un señor me dijo: tú piensas que eres de una manera cuando pones la cabeza en la almohada, pero uno en realidad es como la gente lo ve. Yo me siento absolutamente normal, el mismo de toda la vida. Este hecho cambió la percepción de la gente con respecto a mí, pero yo me siento absolutamente normal. Hace un par de años me junté con amigos del colegio, gente que conozco desde que tenía seis o siete años, y les dije: ¿Ustedes cómo me ven ahora y cómo me veían antes? Ellos, los que me conocen, me dijeron: 'Sos el mismo pelotudo de siempre'. Los que no me conocen se hacen una idea equis por lo que pasó o lo que hice, pero yo me siento alguien normal, con los mismos problemas y los mismos miedos de todo el mundo. Lo que sí me siento es un hombre de familia. Es lo prioritario.
-La «Universidad helada» marcó su vida posterior (y no le ha ido mal). ¿Qué podemos sacar de esta universidad de la pandemia?
-Yo le llamo a lo que pasé la 'Universidad helada' porque pienso que muchas de las cosas que hice en mi vida tal vez no me hubiera animado, o no hubiera tomado las decisiones que tomé en lo empresarial, deportivo y todo eso si no hubiera pasado por Los Andes. Porque las decisiones más difíciles ya las tomé allí. Inconscientemente, en cada decisión comparaba con lo de allá y pensaba que esto comparado con aquello era un chiste, una broma. Y es verdad. No me hubiera animado a hacer cosas que me he animado a hacer. Lo que me enseñó fue a seguir mi intuición, mi corazón, porque eso me salvó la vida. A fiarme de mí mismo. Esa 'Universidad helada' me ha dejado una cosa que me dice siempre: 'Nando, fíate de ti'. Porque cuando uno tiene que tomar las decisiones grandes en su vida está solo. En los negocios, el amor, la familia, la amistad... Uno dice, ¿qué hago? Y realmente, si lo piensas, estás solo. La montaña, esa lucha por la supervivencia, me enseñó a fiarme de mí mismo.
-¿Se puede sacar ahora una conclusión similar?
-Creo que sí. Si las personas se detienen a analizar estoy seguro que encontrarán que toman decisiones a diario que antes no tenían que tomar, por más simples que parezcan. Si puedo o no salir, si puedo ver a esta persona, si no tengo agua y debo ir a buscarla... Un montón de decisiones simples de supervivencia. Esto nos está enseñando a decidir y a fiarnos de nosotros mismos. Y fiándonos de nosotros mismos ayudamos a los que están al lado, que a veces necesitan de personas que saben esconder un poco mejor los miedos.
-Aquí se nos dijo mucho inicialmente eso de 'Saldremos mejores', pero hoy no se lo cree nadie.
-Son eslóganes para darnos un poco de capacidad para afrontar las cosas. Algo bueno hay que buscarle. Hay un aprendizaje. ¿Saldremos mejores? Pues sí porque pudimos soportarlo o entender a los que estaban al lado sufriendo. ¿Pero uno sale mejor de las guerras o del terrorismo? Lo que es seguro es que la resiliencia del ser humano puede soportar estas cosas. Si salimos o no mejores, depende de cada uno o de la familia que nos apoye. A mí me gustaría decirle que vamos a salir mucho mejores. Por ahora le digo que vamos a salir. Con experiencia, con resiliencia y aprendiendo algo. Mejores o peores es muy aventurado.
-Tiene grabado «el ruido de las pisadas en la nieve», pero dígame: ¿Aún sueña alguna vez con esos setenta días?
-Le voy a ser absolutamente sincero. Le juro que desde el primer día que salí y dormí en el primer hospital, en San Fernando, hasta ayer jamás he tenido una pesadilla o un sueño de Los Andes. Jamás. ¿Por qué? No lo sé. Duermo como un bebé y mi señora dice: 'tú no dormís, tú te desmayás'. Nunca me ha quitado el sueño.
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